Con su permiso
El emperador y la infamia
Ni los independentistas catalanes ni, lo que es peor, el gobierno de España están pensando en el bien del país
Lee Rocío en la imprescindible «Historia Universal de la Infamia» del Borges más gigantesco, que «la clemencia es un atributo imperial y que sería presunción en un súbdito intentar asumirla». Lo advierte el emperador Kia-King en el edicto de encomienda al almirante Kuo-lang de la comprometida misión de acabar con las tropas de una afamada pirata, la Viuda Ching. El poder, sugiere el joven conductor del imperio, ha de aplicarse con crueldad, pero también con justicia.
No es Rocío amiga de trasponer tiempo y lugares, pero, como lectora consciente y consistente, sabe muy bien que la literatura y su relatos suelen ser fieles notarios de la condición humana, y hay algunos rasgos comunes que no nos abandonan nunca. Sobre todo en algo tan humano como el ejercicio del poder. Los actuales gobernantes del mundo todavía leen a Nicolás Maquiavelo. Algunos deberían también leer a Borges.
Pero centrémonos, se dice a sí misma Rocío. El Poder. El poder político. El presente en España, ejercido con su habitual inconsistencia por Pedro Sánchez (nadie le hace los zascas mejor que él a sí mismo) es de difícil parangón, pero destila una testosterona imperial bastante evidente. A ella le parece que las ínfulas y los talantes que se despliegan desde la Moncloa tienen más vocación de imperio que de generoso servicio a la ciudadanía. No hay más que ver cómo el ministro de la amnistía, el señor Bolaños de las grandes negociaciones, reconoce sin pudor, casi hasta con orgullo, que esa famosa ley «para la normalización institucional, y social en Cataluña» aprobada esta semana como peaje al apoyo de los independentistas al Gobierno, se hace en contra del criterio de la mayoría de los españoles. Lo escuchó Rocío en una radio y todavía no se ha recuperado del impacto. ¿Puede un gobierno democrático legislar en contra del criterio mayoritario de la ciudadanía? Sí, en puridad democrática si cuenta con el respaldo del Parlamento. Y es el caso, aunque en el Senado de mayoría del PP la cosa se vaya a dilatar. Pero la pregunta sigue siendo pertinente porque la legitimidad parlamentaria no implica necesariamente una gestión democrática del mandato por parte del gobierno. Si hay una opinión púbica contraria y lo sabes y lo reconoces y pese a ello legislas en esa dirección, estás actuando en los márgenes de la realidad democrática. Gobernando con ínfulas imperiales.
Por eso amnistían, por eso perdonan. O, mejor dicho, piden perdón. Porque, y eso también lo tiene claro Rocío, la amnistía, que viene de amnesia, de olvido, es una herramienta para que los amnistiados se reconozcan en ese olvido como autores de hechos que ya no son dignos de castigo. De ahí que esta ley sea recibida por los beneficiarios con el entusiasmo de las fuerzas recompuestas: ahora vamos a por lo siguiente, que es el referéndum y después la autodeterminación, y la soñada Cataluña Libre. En eso están por mucho que el imperio nos quiera vender lo contrario. ¡Pero si han hecho de un político en declive, agonizante y camino del olvido, un referente político de dimensiones históricas! ¡Pero si son los propios beneficiados por la supuesta reconciliación los que enmiendan y hasta envidan a la totalidad tal idea al celebrar el refuerzo de sus objetivos propios y singulares! Y para nada, dicho sea de paso. Porque si se buscaba amarrar los presupuestos, pues resulta que se anticipan las elecciones en Cataluña, gracias a la inestimable aportación de la parte minoritaria del gobierno central, y la otra parte del mismo gobierno central decide no presentar los presupuestos no vaya a ser que los amigos indepes no se los voten porque están en campaña.
La clemencia es atributo imperial, y en rigor, hoy en España el único imperio posible y aceptable es el de la Ley. Ley con mayúsculas, no ley interesada, forzada, diseñada por unos pocos frente a un Parlamento que se ha limitado a darle un refrendo de conveniencia. Ni los independentistas catalanes ni, lo que es peor, el gobierno de España están pensando en el bien del país. Por mucho que la ley se llame de normalización institucional, política y social. Como si la Cataluña de hoy no viviera una situación de normalidad. Lo reconoce el propio preámbulo de la ley: «el objetivo de esta norma pasa por finalizar la ejecución de las condenas y los procesos judiciales que afectan a todas las personas, sin excepción, que participaron en el proceso independentista». Tal cual. Alguien se ha confundido y, como su estilo, ha hecho suyos atributos de emperador. Clemencia por encima de justicia, que es en realidad lo que corresponde.
La Historia se repite porque la condición humana conserva y mantiene eternos rasgos de carácter. El hombre ante determinadas circunstancias tiende a actuar con mecanismos mentales similares. España no es la China del XVII, pero las tentaciones del poder son siempre las mismas.
No se empleó con la suficiente justicia y la crueldad suficiente el Almirante Kuo-Lang y perdió la batalla contra los piratas de la Viuda. No tuvo después el valor de hacerse el hará-kiri y fue el emperador quien acabó quitándole de en medio.
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