Quisicosas
Justicia para la Guardia Civil
Lo que la Benemérita sufre en estos momentos en España es una humillación colectiva
Mal momento para la Guardia Civil, que tuvo una papel estelar y lleno de martirios en la lucha contra ETA. En las sucesivas concesiones al nacionalismo, se ha sacado a los agentes de Navarra, el País Vasco o Cataluña y, los mismos que llevaron a cabo arduas investigaciones para encausar a los del procés (entre otras, las conexiones con Rusia) ven ahora cómo el Gobierno amnistía a los delincuentes.
Fernando Grande-Marlaska fue un juez respetadísimo en la lucha contra el terrorismo y, desde luego, un fichaje estrella que hay que alabarle a Pedro Sánchez, pero las cosas son como son. Por razones financieras dio el cerrojazo al dispositivo diseñado para hacer frente al narcotráfico en el Estrecho. En septiembre de 2022 el OCON Sur, que había decomisado en cuatro años un millón de kilos de hachís y realizado 13.000 detenciones, fue disuelto. Era 150 hombres especializados que fueron la pesadilla de los narcos. A partir de ese momento, los agentes han tenido que ser reclutados de otras unidades que han quedado mermadas. A pesar de que las patrulleras están viejas y constantemente averiadas, Marlaska hizo unas declaraciones el mismo viernes asegurando que todo iba bien. En esas circunstancias, que dos jóvenes héroes sean arrasados con narcolanchas no puede calificarse de desgraciado accidente. A un ministro del Interior le corresponden no sólo los naturales honores del cargo, sino la responsabilidad con sus hombres. Si no hay dinero para la Guardia Civil, si lucha en malas condiciones, un doble asesinato exige sencillamente apartarse del cargo.
Lo que la Benemérita sufre en estos momentos en España es una humillación colectiva. El Gobierno de Pedro Sánchez ha comprado a los independentistas el relato del hombre siniestro del tricornio, que tortura y oprime. La realidad es la de un cuerpo integrado por hombres y mujeres abnegados, que vienen de lo más humilde y dan la vida por su país en silencio.
Marlaska tiene un alto grado de resiliencia. Lo ha demostrado acudiendo a la capilla ardiente del GAR David Pérez, cuya viuda pidió su ausencia. También insistiendo hasta cuatro veces en ponerle una medalla que Patricia no quería que le impusiese el ministro. Pero se equivoca apretando los dientes ahora y escuchando los cantos de sirena del presidente que le pide que aguante porque hay elecciones en Galicia. No es propio de un jurista ni de un hombre y sensible dejar de comprender que dos cadáveres de hombres jóvenes merecen una respuesta institucional y que, si permanece en el cargo, va a constituirse en el arquetipo del político indiferente, que antepone las glorias del cargo a la empatía. Del gesto de Marlaska depende la justicia social con un cuerpo machacado.
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