Editorial

Marlaska, culpable; Sánchez, responsable

Fuera del Gobierno, ni una voz pondera su figura ni su obra. Tampoco entre sus subordinados. Lo quieren fuera, pero Sánchez lo protege

Fernando Grande-Marlaska no piensa dimitir. Lo ha confirmado. Se esperaba. El ministro ha acumulado tantos deméritos para estar fuera de una responsabilidad crítica que su continuidad solo puede explicarse en el marco de un poder soberbio y en el extravío individual de todo atisbo de moral pública. En la democracia sanchista, arrumbada de los principios capitales que vertebran el estado de derecho pleno, no existe espacio para la rendición de cuentas ni para un brote de dignidad personal. El presidente del Gobierno ha erradicado la posibilidad del error, la corruptela, la incuria o la incompetencia. La verdad es la realidad de autor que elabora La Moncloa. Es un universo maniqueo, en el que la izquierda representa el bien y el mal solo es cosa de la derecha. Para Sánchez, el titular del Interior cuenta en su haber con una gestión impecable, que, entre otros, ha cosechado éxitos en el Campo de Gibraltar. El propio Grande-Marlaska se felicitaba de la metamorfosis de la comarca gracias a sus planes. El asesinato de dos guardias civiles en Barbate, viralizado en las imágenes de la tragedia, ha hecho añicos el espejismo y ha dejado en evidencia la acerba faz de una guerra contra el narco más allá del sacrificio y la lealtad de las fuerzas de seguridad que sirven en primera línea. Ha retratado la talla del ministro no solo el papelón con la viuda de uno de los agentes durante su funeral, la escasa empatía para entender el dolor ajeno en la búsqueda de una fotografía y la incapacidad para mantener la compostura y la integridad inherentes al cargo para estar junto a sus subordinados hasta el final de las exequias. También que se haya escabullido entre retórica de segunda mano sin la mínima autocrítica. Ni siquiera por el inopinado desmantelamiento del Órgano de Coordinación contra el Narcotráfico (OCON-SUR), puesto en marcha en 2018 en el Campo de Gibraltar, que redujo a la mitad las incautaciones de hachís, punto de inflexión en la deriva aciaga de la lucha contra los clanes de la droga. A estas alturas, tras las amargas quejas de medios inapropiados e insuficientes por parte de la Guardia Civil y la Fiscalía antidroga, ni siquiera Marlaska se atreve a rebatir ya la carencia en un giro de 180 grados en el discurso oficial sin sonroja alguna. Sánchez, que exige responsabilidades a todo lo que se mueve fuera del gobierno, se ha desentendido de la crisis. Haber asistido a los funerales de unos servidores ejemplares del Estado habría sido el gesto honorable de un mandatario recto que hubiéramos deseado. El de Interior es un ministro achicharrado en la pira del sanchismo, que seguirá atrincherado hasta que a Moncloa le convenga. Pudo haberse marchado con la respetabilidad debida antes de mentir a las víctimas con el acercamiento de los presos terroristas con delitos de sangre a las cárceles vascas. Entonces se cubrió del deshonor que lo acompañará ya en su biografía. Fuera del Gobierno, ni una voz pondera su figura ni su obra. Tampoco entre sus subordinados. Lo quieren fuera, pero Sánchez lo protege.