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Letras líquidas
Té matcha (también) para todos
Para envolver esa imposible cuadratura del círculo fiscal, se recurre por parte de los interesados a términos que intentan justificar los desencuentros, como ese de la «singularidad» que ignora que todos los territorios son singulares
Cuando Manuel Clavero pronunció aquello del «café para todos» quizá no imaginaba que construía la expresión que habría de unirse de manera indisoluble a la democracia que configura España. Y no solo por las consecuencias directas que tuvo su aplicación entonces, en plena Transición, y que se plasmarían de forma directa en la organización territorial que vertebra nuestro país, sino por su capacidad para captar la esencia de la relación entre las partes que forman el todo español. La fórmula logró reconducir, en pleno tránsito sistémico, las cuitas y las comparaciones regionales-nacionales y calmarlas con el ungüento autonómico, y, aunque no logró resolverlas por completo (es un clásico considerar el encaje administrativo como una de esas cuestiones irresolubles que quedan enquistadas en el transcurrir político), sí ha ido sosegando las pulsiones más particularistas que han ido surgiendo a lo largo de estas décadas.
Ahora, como una de las derivadas de esos equilibrios-desequilibrios territoriales se cuelan las finanzas, y después de meses con la amnistía acaparando la conversación de la legislatura, vuelve a la recta final de la negociación para pactar la Generalitat un elemento que, en realidad, no estuvo nunca en la ecuación, solo se agazapó. La autonomía o la independencia financiera o un trato especial o el cupo a la catalana, llamémoslo «x», siempre ha sido la gran aspiración soberanista. Más allá de la ruptura o como poco la quiebra del principio de igualdad entre los españoles, de fomentar las diferencias entre quienes habitan los distintos territorios o de agitar viejos agravios que parecían superados, la reaparición del debate sobre la financiación autonómica, sobre lo que cada una pone y lo que cada una recibe, refleja otro choque que ha supuesto «de facto» el freno real a cualquier pacto posible: las siglas. Ha sido imposible acompasar los intereses de los partidos en las distintas administraciones a las necesidades reales de los ciudadanos.
Y, para envolver esa imposible cuadratura del círculo fiscal, se recurre por parte de los interesados a términos que intentan justificar los desencuentros, como ese de la «singularidad» que ignora que todos los territorios son singulares y que ya hay baremos específicos y requisitos concretos que modulan el pago y los repartos. Que eso ya está inventado. Así que ahora, décadas después de aquel «café para todos», nos enfrentamos a otro momento decisivo en el que muchas voces se levantan pidiendo una ronda autonómica justa y ecuánime que, esta vez, y por adaptarla más a los tiempos, podría ser de té matcha.
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