
País Vasco
La curiosa manera de los vascos para llamar al mes de julio: tiene un origen muy diferente al español
En el castellano, herencia del latín, el séptimo mes del calendario gregoriano es 'Iulius', en honor a Julio César. Sin embargo, en euskera el nombre es una palabra diferente vinculada a la tierra, el trabajo agrícola y la cosecha

En la Antigua Roma al mes de julio se le conocía como ‘Quintilis’, ‘quinto’ en latín, correspondiente al quinto mes del calendario. En honor a Julio César, político y general (que no emperador) conocido por sus conquistas militares y su papel crucial en la transición de la República al Imperio Romano, este mes pasó a ser llamado 'Iulius' a partir del año 45 a.C. añadiendo además una reforma en el calendario romano que incluiría dos nuevos meses al final del año: Januarius y Februarius.
Todavía siguiendo el calendario romano, estos dos meses pasaron al inicio del calendario dando como resultado que Iulius fuera el séptimo mes del año que posteriormente heredó el calendario gregoriano y pasó a ser pasó a ser 'juliol', 'juillet' o 'luglio' en lenguas como el catalán, francés o italiano
Sin embargo, el idioma euskera, mucho anterior a tiempos de Julio César, mantiene una relación profunda entre el lenguaje y la naturaleza. Los vascos, o mejor dicho los vascoparlantes (o euskaldunes), tienen también los doce meses del calendario y su respectiva denominación. Sin embargo, este equivalente suele ser un nombre que está relacionado con fenómenos naturales, prácticas agrícolas o animales propios de la estación. En el caso del recién estrenado mes de julio, ocurre lo mismo: no obedece a ningún dictador romano, sino que, en este caso, 'Uztaila' hace referencia al mes de la cosecha y una conexión con la naturaleza.
El mes de julio para los vascoparlantes: muy diferente a su origen en español
La palabra Uztaila proviene de la raíz “uzta”, que en euskera significa 'cosecha'. A esta se le suma el sufijo '-ila' o '-a', que indica 'mes', formando así literalmente el “mes de la cosecha”. Esta denominación no es casual: julio es, tradicionalmente, el mes en el que los campos del norte peninsular, especialmente en zonas como Álava o Navarra, comienzan a entregar los frutos del trabajo sembrado en primavera.
En zonas rurales del País Vasco, julio ha sido durante siglos el momento clave para recolectar cereales, verduras, frutas de temporada y hortalizas. Así, más allá de un nombre oficial, uztaila es también un recordatorio del calendario agrícola, una manera de leer el paso del tiempo a través del ciclo de la tierra.
De esta manera, a pesar de que el euskera a lo largo de los siglos ha incorporado préstamos del latín y del castellano, ha mantenido también una forma única de nombrar los meses. En muchos casos, estos nombres están ligados a fenómenos naturales, costumbres locales o procesos agrícolas. Así, mientras en el resto del país se recuerda a un emperador, en Euskadi se recuerda la siega y el trabajo del campo.

El euskera: una lengua conectada con el entorno
El caso de uztaila no es único. Otros meses en euskera también tienen un origen marcadamente descriptivo o simbólico. Por ejemplo:
- Ekaina (junio) proviene de eki (sol) y gain (encima): el mes del solsticio.
- Iraila (septiembre) deriva de ira (helecho), abundante en esta época del año.
- Urria (octubre) está relacionado con la escasez de frutos tras la cosecha.
- Azaroa (noviembre) puede derivar de haziaro (época de siembra), aunque algunos lo vinculan a la col (haza).
Estas denominaciones no sólo revelan una relación íntima con la naturaleza, sino también una manera de vivir el año a través de las estaciones, el clima y el trabajo agrícola. En este sentido, el euskera no sólo nombra el tiempo: lo interpreta.
La pervivencia de términos como uztaila en el lenguaje cotidiano es una muestra del esfuerzo por preservar el euskera como lengua viva, con identidad propia. Más allá de las palabras, implica entender el las costumbres y la herencia de mundo que se transmite de generación en generación. Así, cuando un euskaldun dice uztaila, está haciendo memoria de una cultura que se construye en torno al paisaje, al trabajo manual y a los ritmos de la tierra. Una herencia lingüística y simbólica que sigue dando frutos, tal como lo hacen los campos en pleno mes de julio.
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