Tribuna
Mirar y apostar por el futuro
Si queremos futuro y progreso hemos de cambiar en el sistema educativo, víctima del relativismo, y de no apostar por la verdad y el hombre
En estos momentos tan inciertos e inseguros, problemáticos que vivimos en España, me atrevo a decir que corremos el riesgo de quedarnos en el aquí y en el ahora, en el presente, o como le llamarían algunos, en el «cortoplacismo», cuando lo que necesitamos es mirar al futuro, con mirada larga y de perspectivas de esperanza reales y a nuestro alcance que depende de nosotros.
Así, pienso en un futuro de entendimiento, de superación de odios, de reconciliación, de bien común que es España y de superación de intereses propios; como fue la etapa de la Transición y nos lo han recordado tantos y señalados protagonistas de aquellos momentos, de los que nos sentimos tan contentos y satisfechos la mayoría de los ciudadanos de bien. Han sido años de progreso, de paz, de concordia, de arrimar el hombro todos y entre todos edificar esta sociedad que marca un hito de libertad y apertura en nuestra historia.
Hay algunos que rezuman irreconciliación y deseos inconfesados de venganza por un pasado no lejano o que se sitúan contra la vida o la familia. ¿Por qué se empeñan algunos en lo contrario con falsas y alicortas «memorias», no siempre bien intencionadas que rezuman rencor, y conllevan la mentira como arma arrojadiza contra los que no son de los «nuestros» e incluso la exclusión de ellos si fuera posible? Mirar al futuro, es espíritu de unidad, de fraternidad, de colaboración posible. Algunos me tildarán de ingenuo, de simple, de utópico en el peor sentido de la palabra, o de no realista; pero sí que puedo asegurar que, si no opinase así, si no creyese en la verdad y realidad de este nuevo mundo no me sentiría seguidor del Evangelio, de Jesucristo, y menos aún Obispo y Cardenal, sucesor de los Apóstoles, con una responsabilidad de proponer a todos esto y no imponerlo a nadie. Por Él creo que es posible, que es deseable y que hemos de esforzarnos en este empeño de futuro, porque ahí sí que hay futuro y no destrucción ni aniquilación de nadie, hay confianza en los otros, en los hombres. Porque creo en Jesucristo por eso la esperanza renace y se aumenta la confianza en el hombre, inseparable de Dios si no se creyese o se dejase de creer en Él, no renacería la esperanza y no se subsistiría.
También por esa misma fe, confieso que me está dando miedo, casi pánico, la confianza en el poder, por ejemplo, el poder, no sólo político o económico, sino el científico o la inteligencia artificial; porque el hombre ahí se está desvaneciendo, de suyo y, de hecho. Que no suceda como en Hiroshima, que, ante destrucción tan horrible, reaccionamos como contraprestación a hablar de «átomos para la paz».
Si queremos futuro y progreso hemos de cambiar en el sistema educativo, víctima del relativismo, y de no apostar por la verdad y el hombre; el futuro es posible y se nos ofrece si, entre todos, nos abrimos a una nueva alternativa a la enseñanza con una enseñanza libre en la verdad, capaz de formar hombres libres en la verdad y la razón, con sentido y esperanza, hombres libres, críticos, conscientes, con sentido y creadores. Esto es posible y sí que abre al futuro.
También es posible y deseable que, respetando el derecho inalienable de libertad religiosa, se afirme explícitamente este derecho de todos y para todos, se tenga la posibilidad de abrirse a Jesucristo y se viva el nuevo estilo de vivir que Él nos trae; esto cambia el mundo y se alumbrará un nuevo mundo con hombres nuevos, con espíritu, que están por la paz, por el verdadero progreso enteramente humano, el servicio a todos, en especial, a los más pobres, necesitados, excluidos y descartados.
Nos encontramos en una nueva etapa electoral, y la verdad es que me gustaría que se hiciese referencia en los distintos programas sociales y políticos al hombre, el gran olvidado en los comicios electorales, al bien común, al diálogo, a la paz verdadera, al diálogo. Es una obligación, un deber, que tenemos todos y hemos de exigir a quienes van a representarnos después de nuestro voto libre, y los deberes hay que cumplirlos. Y para esto se requiere algo tan elemental como primero que es la humildad y con la humildad, la verdad y el amor. Y no esperemos, no sea que se haga demasiado tarde, o que se haga de noche, acechada entre otras cosas por tantos suicidios particularmente en edades adolescentes, por el aborto y la eutanasia y otras formas de vivir que destruyen el mundo por no tener en cuenta una ecología integral humana.
Antonio Cañizares Lloveraes cardenal y arzobispo emérito de Valencia.
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