Apuntes

Naufragio en Sicilia

El Mediterráneo, ese mar tan bello, es un traidor

A veces pasa. Incluso los barcos mejor diseñados, los más caros, como el Bayesian, se van a pique en minutos. La mar no es un campo de recreo, no es un lugar en el que uno puede relajarse mientras te sirven copas en la tumbona de popa y las «tripusoles» se tuestan en las colchonetas de proa, por más que nos bombardeen cada verano con famosos y famosas en una coreografía de azules, cascos blancos reflejando el sol, plataformas de baño y bikinis microscópicos. Y el Mediterráneo, ese mar tan bello, que decía la canción, es un traidor. Hace un par de semanas, en Formentera, una tormenta dio en tierra con una cuarentena de yates y veleros, fondeados con la costa a sotavento. Los que tuvieron suerte, tocaron en la playa, los que no, se fueron a las piedras. Otros, en fin, se salvaron a base de aguantar con el motor, apoyando el fondeo o -la decisión más difícil para un patrón cuando tiene bajo su responsabilidad un pasaje inexperto- saliendo a mar abierto y corriendo el temporal. En agosto, ya se sabe, la temperatura del Mediterráneo sube y las turbonadas se te vienen encima con poco margen de aviso. Además, cambian de dirección y lo que creías un buen fondeo, abrigado a los vientos, se convierte en una trampa mortal. El capitán del Bayesian, James Catfield, dice que no la vieron venir. Que, en cuestión de minutos, de madrugada, tuvieron la tormenta encima. Que el barco garreó, escoró y se llenó de agua. Falló el sistema eléctrico y tomó una inclinación de 90 grados. En los camarotes, dormían seis personas que, en medio de la oscuridad y la repentina escora, no pudieron salir. Tampoco lo logró el cocinero. Los que estaban en la cubierta, quince entre pasajeros y tripulantes, se salvaron en la lancha inflable. Esos fenómenos meteorológicos dan, por fortuna, poca ola. No, hay que insistir, el mar no es un campo de recreo, un resort festivo con chiringuito y «ponme otro botellín». En un mundo ideal, el tripulante de guardia, que no había, debería haber visto venir la tormenta. El capitán, despertado a la tripulación y al pasaje, por muy millonarios que fueran y por mucha juerga acumulada que llevaran encima, y puesto el barco a son de mar. Portillos bien cerrados, esas nuevas puertas gigantescas que se abren en la borda casi a ras de la flotación para facilitar la estiba de los nuevos «juguetes» náuticos, aseguradas y todo lo que pueda moverse bien trincado. Las «almas abordo», reunidas en el puente y con los chalecos salvavidas puestos. El motor en marcha y si es poca máquina, la vela mayor lista. También, prepararse para librar el fondeo, con un boyarín que nos indique dónde ha caído y poder recuperarlo. Pero el mundo ideal no existe. Los indicios nos dicen que había varios portillos abiertos –hacía calor en la noche siciliana– y que la mar se coló a borbotones, cómo solo la mar es capaz de hacerlo. Y, así, la coreografía de azules, bikinis y mojitos se tornó en noche terrible. Y un ruego final a mis compañeros periodistas. Por favor, hay que dejar de hacer sensacionalismo con las previsiones meteorológicas. Sé que dan muchos «pinchazos» en la web y que la vida de la atmósfera permite ofrecer titulares escalofriantes del tipo «un río polar amenaza la Península con temperaturas nunca vistas», pero, en la mar, la previsión meteo debería ser sagrada y la saturación de avisos, que no son tales, llevan a bajar la guardia. Bastante tenemos con el maldito Mediterráneo, cuando va a lo suyo, que es casi siempre.