
Quisicosas
Mi niña y el futuro
Cuando L alcanzó la mayoría de edad, tras un bachillerato brillante, el plan oficial era dejarla en la calle. Al cabo, una orden religiosa le ofreció una beca
Mi ahijada L, veinte años después de aquellas primeras Navidades juntas, que nos convirtieron en familia de acogida, es abogada y trabaja en banca. Exploto de orgullo. Había sido abandonada por su madre, que regresó a Ecuador, y decidió tomar todo lo bueno de su nuevo entorno español y huir de lo malo con una tenacidad inquebrantable. Abrazó mi biblioteca, el buen cine, la elegancia, el catolicismo, el bien. Teniendo en cuenta que, en la residencia de menores tutelados, las niñas abortaban embarazos precoces y los chicos se enrolaban en bandas urbanas, su presencia prístina fue un milagro. Es la única de esa institución que ha culminado los estudios universitarios. Aún así, jamás la han llamado para dar un testimonio estimulante.
El grado de dejación institucional de los «menas», los menores sin acompañar, se nos echará encima como una venganza. Es urgente un plan nacional de aprovechamiento de la inmigración. No me importa llamarlo así ¿cómo es posible que un país sin hijos suficientes, donde la hostelería, la construcción y las empresas de transportes adolecen de una falta de mano de obra perentoria ( cifrada en 300.000 puestos de trabajo) contemplemos a los que llegan como un mal? Algo está fallando y quizá sea, simplemente, el orden de nuestras prioridades. Ojalá alguien del Ministerio de Derechos Sociales o de Educación, o del Consejo de ministros lea esto, porque mi pequeña experiencia con una «mena» me permite adjuntar algunas ideas.
-Hágase un censo nacional de edificios vacíos disponibles para grupos de 150 menores.
-Ciérrese un acuerdo con las ONGs, la Iglesia y todos los maestros y trabajadores sociales disponibles, para armar centros de formación del estilo de la «Safa» de Guadalajara. Hay montones de colegios con proyectos educativos sólidos.
-Despréciese el límite de los 18 años para las tutelas oficiales. Un joven de 18 años en la calle es un peligro con patas, requiere soporte al menos hasta los 25.
-Conciértese formación profesional financiada por las empresas de los sectores con mayor necesidad de mano de obra.
-Configúrese el estatus de menor emigrante tutelado. -Ofrézcase a las familias españolas acoger un menor y apoyarlo en su recorrido (fines de semana, veranos, etc.).
Cuando L alcanzó la mayoría de edad, tras un bachillerato brillante, el plan oficial era dejarla en la calle. Al cabo, una orden religiosa le ofreció una beca. A cambio de trabajar con los niños acogidos en aquella institución, pudo tener techo y estudiar en la universidad. Con nuestro apoyo familiar tuvo un horizonte social más amplio. Me pregunto si el camino de esta niña, ahora espléndida mujer, no debiera servir de ejemplo. Que alguien la llame. A ella y al resto de los que han salido adelante.
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