Editorial

Otra Europa para el nuevo orden mundial

Cuesta creer que los líderes reunidos por Macron puedan estar a la altura de esta hora histórica

Es aconsejable que la UE no pierda más tiempo del preciso en lamerse las heridas provocadas por las patadas de Trump por boca de su vicepresidente Vance. Al menos, la nueva administración norteamericana ha puesto sus cartas boca arriba. Ya sabemos que en el nuevo orden trazado por Washington el viejo continente, con sus democracias liberales, no está invitado a la mesa de los mayores con Rusia y China. Ucrania será la primera pieza a cobrarse de esta renovada versión de la ley del más fuerte, sin espacio para conceptos amortizados como el derecho internacional, la soberanía y la integridad territorial, pilares de la convivencia y el progreso que han sostenido el mundo libre hasta la fecha. Se mire como se mire, cuesta extraer otra conclusión que no sea que Washington ha rendido Kiev a Moscú y que hoy a Vladimir Putin le han regalado una mano ganadora que no se había merecido en el campo de batalla después de cientos de miles de muertos. De paso, el inquilino de la Casa Blanca se las ha apañado en tan solo unos días para remover hasta la suspensión de facto de los principios políticos, culturales, históricos y sobre todo morales que configuraron la autoridad y la grandeza de Estados Unidos, primera democracia del mundo, el único país que nació como tal, como el gran paladín de la libertad allí donde estuvo amenazada. La doctrina de todos sus predecesores, encarnada de manera más reciente en Ronald Reagan y la caída del comunismo, ha quedado proscrita para desgracia de muchos, incluidos los estadounidenses. El vértigo y la incertidumbre que recorren las cancillerías occidentales se corresponde con la concertación de un liderazgo internacional que ha bendecido el derecho de conquista y la doctrina de la soberanía limitada conforme al versionado lebensraum o «espacio vital» del Kremlin. Todo ello interpela a la vieja, pérdida e inoperante Unión Europea sobre qué hacer y hasta dónde está dispuesta a llegar en defensa de una paz justa para Ucrania y de la seguridad y los derechos fundamentales de los ciudadanos del continente. Es imperativo que la UE del siglo XXI, la de los Veintisiete, halle el rumbo y el espíritu que perdió cuando los gobiernos la instrumentalizaron como un medio para satisfacer sus intereses nacionales y no como el fin que idealizaron los fundadores de una comunidad cohesionada y libre que desterrara los viejos demonios de la guerra y los totalitarismos. La Unión debe cambiar si quiere dejar de ser irrelevante y rearmarse como sujeto político en todos los ámbitos, incluido la renovación de liderazgos fallidos e incompetentes, con los sacrificios consiguientes. Identidad, cohesión y fortaleza y sobre todo voluntad y firmeza en torno a una Europa común de Derecho, sí, pero también de seguridad y defensa. Cuesta creer que los líderes reunidos por Macron puedan estar a la altura de esta hora histórica.