
«De Bellum luce»
Un país que no decide
El precio de la ingobernabilidad no es abstracto, sino que lo pagan los ciudadanos, especialmente los más vulnerables que dependen de un Estado ágil y con capacidad de respuesta
Hemos entrado en una fase de parálisis institucional que compromete nuestro funcionamiento como país. La capacidad para normalizarlo todo, por extravagante o ruinoso que sea, nos ha convertido en un país, no ya un Gobierno, que no decide. La parálisis institucional está erosionando gravemente nuestra democracia, sin que parezca que importe en algo, no ya a los que viven de ocupar un escaño en el Congreso, sino al conjunto de la ciudadanía.
No habrá ningún Presupuesto en esta Legislatura, dure lo que dure. Y gobernar con las cuentas prorrogadas implica gestionar el presente con las herramientas del pasado. Sobra decir que no se pueden lanzar nuevas inversiones públicas ni actualizar partidas clave como las ayudas sociales, la dependencia o el apoyo a la innovación.
Las reformas, sean grandes o pequeñas, también están postergadas sine die. Y esto es lo que está haciendo que el debate político se vacíe de contenido real para ajustarse simplemente a una confrontación escénica. Al tiempo que crece el descrédito de las instituciones.
El precio de la ingobernabilidad no es abstracto, sino que lo pagan los ciudadanos, especialmente los más vulnerables que dependen de un Estado ágil y con capacidad de respuesta.
Ante este escenario, hay dos caminos. El del compromiso, aquellos viejos pactos de Estado que hoy suenan a un entretenimiento de los políticos del Pleistoceno. O el de las urnas, consultar a los ciudadanos ante un bloqueo insalvable. Pero lo que no puede normalizarse es el vacío, como hemos hecho durante estos últimos años. El Gobierno de coalición ha optado por normalizar la excepcionalidad como si la falta de apoyos parlamentarios no tuviera ninguna consecuencia. La narrativa de culpar al PP del bloqueo no es una estrategia efectiva cuando la vocación de permanencia en La Moncloa tiene consecuencias tangibles para la financiación real, los fondos europeos que recibimos, la ejecución de reformas estructurales y la cohesión territorial.
Llegados a este punto, el «¡Váyase, señor Sánchez!» es más oportuno que nunca. Y no hace falta agarrarse a la corrupción y a los escándalos que rodean al PSOE porque lo que estamos perdiendo es nuestra capacidad de decidir. Todos los partidos que sostienen al Gobierno consideran que les trae más a cuenta comerse la corrupción socialista que dejar de apoyar a Pedro Sánchez porque sus gurús demoscópicos deben decirles que no les supondrá coste electoral la connivencia con esa corrupción. Si esto es así, el problema es más grave de lo que parecía.
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