El buen salvaje
El peligro gallego: las meigas de Frankenstein
Los nacionalismos llegan a la orilla a mojarse los pies y acaban ahogando a todas las señoras y señores que no lleven el traje de baño adecuado
Pedro Sánchez ha hecho lo clásico cuando un político está en campaña: prometer, anunciar con bombillas de feria que valen para Navidad que el mundo va a cambiar y el martes, porque no se puede antes, el salario mínimo sube a 1.134 euros. El análisis de este detalle no menor lo dejaremos para nuestros compañeros economistas pero dejen que opine sobre los argumentos que el presidente suelta en ese pontificar por los pueblos sobre la amnistía, esa barbaridad que le está haciendo mear sangre según ya le pronosticó Puigdemont.
Sostiene Sánchez que sus pactos con el independentismo «merecen la pena» como si se tratara de algo menor. Bueno, no es lo mejor que le podía pasar, pero ya que ha pasado hagamos que valga para algo, no sé, acabar la Legislatura por ejemplo. Es lo que dijo Óscar Puente sobre dejar embarazada a la novia, o algo así, pues ya que estamos no vamos a montarnos un Bertín Osborne con la sillita de su hijo no deseado.
Al cabo, la política también es deseo. Sánchez estaría enfermo, según Freud y los lacanistas, pues el deseo no puede ser satisfecho. No digamos Nietzsche cuando se refiere a una tempestad que todo lo desborda. Ahí está la amnistía y lo que sucedería en Galicia si se actúa como el 23-J. Supongo que a los gallegos el tema catalán les interesará lo justo, como a muchos del resto de España. Demasiado bla bla bla. Aún no han visto que pase nada extraño, ni a las salas de diseño de Inditex ni a las vacas de la aldea. Los monstruos siguen en su lugar y los hechizos no han convertido el reino del mago de Oz en el verde ogro de la Bruja Mala del Oeste.
Pero en el Oeste hay una tensión difusa, como la del que se está desenganchando hace tiempo de una sustancia prohibida, que mueve las hojas de los árboles del bosque encantado. Imaginar una alianza del BNG con el PSOE es volver a la pesadilla de que una parte de España sea como en su momento Baleares, como Cataluña, en fin, es repetir las maldades del nacionalismo, por muy buena cara que ponga la candidata Ana Pontón. Sería cantar el estribillo del mayor de los fracasos políticos, no del PP sino de España.
Los nacionalismos llegan a la orilla a mojarse los pies y acaban ahogando a todas las señoras y señores que no lleven el traje de baño adecuado. Si el resultado gallego va por este camino, Pedro Sánchez no tendrá pudor en remozar la identidad nacional y mandar a los jueces a dónde nunca debieron salir, que a quién se le ocurre.
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