Mirando la calle

Perdón, gracias y por favor

«No hay sensación más extraordinaria que la de perdonar y arrancarse el veneno del rencor»

En estos días en los que los que se reproduce la Pasión de Cristo en las procesiones de diversas localidades españolas y se habla tanto del perdón que Jesús concedió a los hombres desde la cruz, recuerdo que la importancia de esta palabra se recoge en el discurso de los más grandes pensadores de todos los tiempos. Sin embargo, no en todas las culturas tiene el mismo significado.

En la cristiandad el perdón implica compasión y solidaridad y se reclama para actuar a imagen y semejanza de Jesucristo; en cambio los griegos, cuyos dioses nunca dieron ejemplo de perdón e imponían despiadados castigos, aseguraban que quien estaba en posición de perdonar se volvía superior a quien recibía el perdón y lo convertían en un elemento de supremacía.

Desde entonces hasta hoy el perdón ha pasado por varios estadios y no siempre se ha entendido del mismo modo. Wilde lo utiliza como arma arrojadiza y apunta eso de «perdona siempre a tu enemigo. No hay nada que le enfurezca más», mientras Borges lo asume como una verdadera virtud en su frase «con el tiempo aprendes que disculpar cualquier lo hace, pero perdonar es solo de almas grandes», que Jardiel arrebata a las mujeres, al concluir que, «si perdonar fuera como decir adiós, las mujeres dirían hasta luego», aunque nosotras seamos las que perdonamos más, sobre todo a los hombres, con la intención siempre vana de cambiarlos…

A mis ojos, el perdón navega entre la virtud y la herramienta. Considero como los griegos que perdonar otorga superioridad, como los cristianos que exige comprensión e implica virtud y creo que resulta tan liberador que incluye recompensa. No hay sensación más extraordinaria que la de perdonar y arrancarse el veneno del rencor; pero es que hay que añadir que los ingleses, expertos en estrictas formas, sostienen que la palabra «perdón» (sorry) junto a las de «gracias» (thanks) y «por favor» (please), fueron su clave para conquistar el mundo. Aristóteles Onassis afirmaba, además, que a él le hicieron rico.

Aunque solo fuera pensando en sus propios intereses, ojalá los políticos las trasladaran al Congreso...