Sin Perdón

Sánchez, presidente a la fuga

«La cara es el espejo del alma. La suya está muy tensa, atormentada y negativa»

El viaje de Sánchez a Marruecos, para rendir pleitesía a su gobierno, es lógico en el marco de las relaciones con este país. He defendido siempre que es nuestro aliado preferente y un amigo fundamental al que tenemos que cuidar, aunque ha sido muy mal tratado por la izquierda política y mediática. Otra cuestión es que la especialidad de Sánchez es someterse ante los que necesita para gobernar, como sucede con Puigdemont, Junqueras, Otegi y Ortuzar. Lo hace como José Luis López Vázquez en la película «Atraco a las tres» (1962) o el letrado mayor del Congreso de los Diputados: «Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo». Es lo que hay. A Sánchez le gusta viajar en el avión oficial, colocar sus mensajes a los periodistas que graciosamente incluye en el séquito oficial (unos justificadamente y otros porque forman parte del ecosistema del sanchismo) y ser recibido a pie de escalerilla. Hay que vivirlo para entenderlo. El defenestrado de Ferraz, aunque ahora le hacen la pelota aquellos que lo ejecutaron sumariamente, es recibido por reyes y presidentes. No es un patito feo, sino un cisne que quiere seguir chapoteando en su lago particular.

Por supuesto, colocó la propaganda a los periodistas invitados al Air Force One sanchista para que todo el mundo tenga claro que habrá amnistía y la legislatura durará cuatro años. A pesar de su optimismo, me viene a la memoria que la cara es el espejo del alma. La suya está muy tensa, atormentada y negativa. No lo veo en plan buen rollito. Cuenta con una ingente cantidad de palmeros que le jalean con el mismo fervor que utilizaron cuando creyeron que lo habían destruido personal y políticamente. No es suficiente. Es posible que sus cesiones ante Puigdemont le permitan mantenerse en el poder, pero debería tener presente que los chantajistas no tienen límite. Lo saben sus aliados en el Congreso, el gobierno de Marruecos…. Nada es eterno, como muy bien le pueden recordar sus antecesores, aunque es cierto que La Moncloa otorga una falsa sensación de poder infinito y seguridad ilimitada, hasta que llega un momento en que todo empieza a salir mal.

Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)