Editorial

Sánchez no tiene la confianza de las Cortes

No piensa marcharse, ya le llegue la corrupción al cuello y la Justicia le pise los talones. Legitimidad, integridad y dignidad son palabras. Pobre España

Para que la memoria no flaquee, lo que le interesaría al Gobierno, hay que recuperar el argumentario que Pedro Sánchez bosquejó para transformar ante la opinión pública una derrota severa en una victoria en las generales de julio del pasado año. Su legitimidad no residía en el voto soberano que le había sido esquivo, sino en la mayoría parlamentaria urdida que refrendó su investidura. Hace un año, la narrativa propagandística se afanó en referirse al acuerdo con los grupos minoritarios extremistas y antisistema como un compromiso de investidura por más que algunos de sus socios de conveniencia apostillaran que únicamente fue una sesión y que si quería más, debería pasar por ventanilla dada su precaria representación en el Congreso, empeorada por la mayoría absoluta en el Senado del auténtico vencedor en las urnas. En este punto, y para contextualizar las circunstancias en las que Sánchez adquirió la Presidencia, se hace preciso dejar constancia que el PP gobierna sobre el 70% del territorio nacional. Pero hace doce meses, el inquilino de La Moncloa logró todo lo que se propuso cuando decidió adelantar las generales por sorpresa para no rendir cuentas dentro y fuera de su partido por la debacle en las convocatorias autonómicas. Su meta era renovar su cargo por cuatro años más. Moncloa era el fin y no el medio en esta ocasión. Él resto era accesorio e irrelevante. Sabía que afrontaba una Legislatura imposible, con tantos intereses cruzados entre sus aliados, que muñir las voluntades necesarias para la gobernabilidad, que eran todas fuera de la oposición, era imposible. No le importó y es una hipótesis creíble que diera incluso por descontadas las derrotas que acumula ya con regularidad en el Congreso. El arranque del nuevo periodo de sesiones ha sido especialmente aciago con el plante del PNV y Junts. Una mayoría de diputados lo ha obligado a una futura comparecencia por la crisis migratoria, ha reconocido a Edmundo González como presidente de Venezuela en contra de su criterio y está en el camino de propinar otro revés con los Presupuestos por segundo año después de que los de Puigdemont hayan reiterado el no al techo de gasto. La aritmética es contumaz. El presidente no cuenta con la confianza de la Cámara. Resultaría definitivo en un sistema parlamentario que se tenga por tal, pero no es el caso del que maltrata el régimen sanchista desde hace de seis años. Por eso Sánchez adelantó su deriva autocrática bolivariana en el Comité Federal. Cancelará el Legislativo si no le es útil, es decir, si se obstina en no secundar aquello que el presidente le plantee. Lo ha refrendado en China y ha avanzado que actuará a decretazo limpio. Nadie debe asombrarse de este manotazo de Sánchez contra el tablero democrático. Su trayectoria ha sido elocuente en cuanto al respeto por la Constitución y los usos democráticos, además de por la talla moral de su ejecutoria. No piensa marcharse, ya le llegue la corrupción al cuello y la Justicia le pise los talones. Legitimidad, integridad y dignidad son palabras. Pobre España.