Con su permiso
Los silencios del miedo
Yo sí te creo salvo que el que abusa sea de los míos, y en este caso o no te creo o trato de que no le des la importancia que tiene
A Cruz le parece que lo grueso, lo interesante del caso de Errejón en el infierno, es la forma en que ayuda a dar aire a la realidad de los abusos del poder y los silencios del miedo que casi cualquier mujer puede llegar a sufrir. Le irrita tener que reafirmarse a sí misma, casi cada vez que se cruza en el norte con alguna peregrina a Santiago que viaja sola, en el valor que demuestra por el mero hecho de hacerlo. ¿Es admisible que una mujer tenga que elogiar el arrojo de otra solo porque hace lo mismo que haría un hombre sin cuestionarse nada en absoluto? Posiblemente Cruz sea timorata. Acaso más de lo razonablemente prudente. Pero no cree ser la única que constata que una mujer sola es mucho más vulnerable que un hombre en las mismas circunstancias.
La política no es el único territorio de abusos y silencios.
Conviene al adoquinado y tóxico debate político, a la élite dirigente o aspirante de pastueña obediencia a su partido, que ahora también la izquierda de la izquierda tenga su garbanzo negro. Ya se pueden echar basura tranquilamente unos a otros porque van a encontrar en el de enfrente un agujero negro por el que deslizar su bilis.
Pero ocurre que esto no es corrupción política, ni aprovechamiento ilícito, ni influencia para sacar tajada en una situación de poder. Aquí y ahora, en este punto de la crónica de lo privado convertido en res pública, de lo que se habla es de algo que nos afecta a todos. Singularmente a todas, se reafirma Cruz.
Cierto es que la cuestión puede tener una derivada inaceptable en el ruedo político que es, como sucede en el asunto de la banda que rodeaba a Ábalos, el grado de conocimiento que los jefes tenían de los manejos. Eso sí que requiere explicación y en su caso responsabilidades más allá del actor protagonista. Dicen los de Errejón que no sabían nada, pero también trasciende que desde las cercanías del ex portavoz parlamentario de Sumar se intentó parar la denuncia de la joven de la que (supuestamente, presunción de inocencia, no lo olvidemos) abusó. ¿Lo sabían o no? ¿Lo intentaron parar o no? ¿También aquí llega la dimisión sólo cuando la bombona de butano estalla?
Estaríamos entonces ante una excepción a la injusta regla del «yo sí te creo» que enarbola y ejerce esa izquierda que al adversario le cancela también la presunción de inocencia. A Cruz nunca le pareció que eso fuera, en rigor, un concepto saludable de la justicia: también una mujer puede mentir. Pero en este caso y si se confirmara que la cosa se intentó tapar, estaríamos ante una flagrante contradicción en el ejercicio de la moral política. Yo sí te creo salvo que el que abusa sea de los míos, y en este caso o no te creo o trato de que no le des la importancia que tiene.
En fin, no se quiere liar Cruz en disquisiciones que a ninguna parte llevan, más allá de alimentar el banal argumento de la política de fragmentación, y que seguirán siendo especulaciones en tanto la investigación y la Justicia no determinen la verdad de lo sucedido. O lo más aproximado a la Verdad, que es eso que llamamos Verdad Judicial, no necesariamente certeza absoluta, pero socialmente aceptada como base para el premio o el castigo.
Lo importante, se inclina ella a pensar, es que la onda expansiva de un caso necesariamente notorio por la pública posición de quien se ha situado como protagonista principal, derribe algún que otro murete de incredulidad o duda sobre la certeza, que ella tiene como tal, de que aún hoy en este mundo del siglo XXI las mujeres corren más riesgo que los hombres por el hecho de serlo. Y no es cuestión de su condición física. Más bien se trata de la vieja herencia del dominio del macho. No cree Cruz que la sociedad en la que vivimos sea estricta y necesariamente patriarcal, como en su insólita y, a la luz de lo visto, justificativa carta de dimisión decía el jueves Errejón, pero sí arrastra aún viejas heridas por restañar de formación, tradición y educaciones que alientan en los hombres comportamientos de dominio completamente inaceptables. Normalizados, sí, pero inaceptables.
El que hoy ha conmocionado a España es relevante, gravísimo, pero no es el único. Las mujeres españolas como Cruz, como su amiga Elvira, como Carmen, como tantas otras, saben de miedos. No necesariamente de abusos, porque, por fortuna, y en contra de los que mantienen que vivimos en un patriarcado, la mayoría de los hombres, casi todos los hombres, serían incapaces de violentar la voluntad de un ser que se resiste a una acción sobre todo si es mujer y hablamos de sexo. Pero sí de miedos y recelos.
Y así no se puede vivir.
No cree Cruz que esto vaya a cambiar ya las cosas, pero si hay un debate y se centra en lo esencial, y no en la espuma de la política, quizá sí que podamos, por una vez, sacar lecciones positivas de algo que llegue de ella.
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