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Thelma & Louise, Montero & Belarra

«Iglesias escribe el guion de “Montero & Belarra”, se la tiene jurada a Sánchez y no se fía de , con y sin Sumar»

Joseph de Maistre (1753-1821), autor de la «Teofobia del pensamiento moderno», defendía que «lo que importa no es la razón, sino el poder». Militar y filósofo saboyano de lengua francesa, fue un personaje inquietante, opuesto a la Ilustración, a la Revolución Francesa y crítico de Descartes. Hoy sería tildado, no sin motivos, de reaccionario, lo que no impide que su reflexión sobre el poder describa el enredo que protagonizan, dentro del Gobierno y contra el Gobierno, esas posmodernas Thelma & Louise, que serían Irene Montero e Ione Belarra, Montero & Belarra, mientras Yolanda Díaz mantiene las distancias al mismo tiempo que se le pone cara de lady Macbeth feminista. La coalición o matrimonio gubernamental está más que roto y las broncas cada vez son más subidas de tono, pero se mantendrá por conveniencia –por el poder– hasta el último instante. Pablo Iglesias, el director de Montero & Belarra, como Ridley Scott lo fue de Thelma y Louise, es consciente de las malas expectativas de Unidas Podemos –o como se llame la próxima vez–, que necesita extremar su mensaje y hacerse oír, por sobre –la RAE lo avala– el Gobierno y por sobre Yolanda Díaz. El ex líder morado, que da espectáculo con sus peleas en una radio pro-gubernamental con la ex-vice Carmen Calvo, en donde bordea el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros, se la tiene jurada a Sánchez y no se fía de Díaz aunque necesite su suma.

Thelma & Louis está en la Biblioteca del Congreso, preservada por ser una película «cultural, histórica o estéticamente significativa». Ganó un Oscar en 1991 y fue un referente en su momento del feminismo, en el que no faltan, por cierto, episodios de violencia de género que desembocan en un desenlace tan edulcorado como trágico y tremendo, en el Gran Cañón. Montero & Belarra no han tenido los problemas de Thelma & Louis pero juegan fuerte y luchan por su supervivencia política, aunque se diferencian de las «heroínas» cinematográficas en que no están dispuestas a sacrificarse, sino a hacer lo imposible por conservar el poder como el inquilino de La Moncloa que, en realidad, es su gran adversario porque a pesar de sus problemas puede convertirlas en irrelevantes porque todo indica que lo que importa no es la razón, sino el poder, como pensaba de Maistre.