Historia

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Caminar

Me descubro conforme voy recordando el caminar de tanta gente nuestra: desde aquellos conquistadores que quemaban sus naves y se lanzaban a la aventura por descubrir nuevas tierras americanas hasta misioneros como Fray Junípero Serra

La Razón
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Verbo regular, abierto hoy a muchas acepciones, relacionado siempre con el sustantivo de procedencia, camino. Caminar es abrir horizontes, conocer, viajar, avanzar. Pretendo relacionarlo hoy con el esfuerzo de muchos españoles esparcidos por el mundo, cuando sé que otros con distintos fines caminan por un Nepal que sufre dramáticas inundaciones o por cualquier isla perdida del Atlántico o del Pacífico, descubriendo que hace solo 120 años eran posesiones españolas. Constato que a día de hoy 158.000 militares españoles han caminado por estos mundos en guerra y que aún hoy mantenemos a 2.600 repartidos en 17 misiones.

Y me alegra que se mantenga este viejo caminar de la Edad Media con tantos peregrinos que surcan nuestros caminos, como los que ponen rumbo por diversas rutas a Santiago. Se funden tradición, historia y turismo con cierta religiosidad y con la recomendada forma de hacer ejercicio como contramedida al sedentarismo de la vida moderna. Y no es solo el camino de Santiago; se han abierto por doquier rutas, itinerarios y caminos como el militar «Cami de Cavalls» en Menorca, el perimetral que nos dejaron los franceses durante su corta pero significativa presencia en el siglo XVIII.

Caminar es también forma de aproximación, de encuentro, de esfuerzo para alcanzar un objetivo.

Pongo un ejemplo significativo. Año 1572, plena Guerra de los Ochenta Años entre nuestra Monarquía y las Provincias Unidas apoyadas por Inglaterra y Francia. La entonces ciudad española de Goes en la isla de Zuid-Beverland estaba asediada por fuerzas holandesas e inglesas que suponían una amenaza para la más importante y cercana ciudad de Middelburg, también bajo asedio. Ante la imposibilidad de socorrer a Goes por mar, un Tercio formado por 3.000 piqueros españoles, valones y alemanes, mandado por un irrepetible Cristóbal de Mondragón (Medina del Campo 1514- Amberes 1596) vadeó un brazo del Escalda desde su desembocadura y tras 15 horas con el agua al cuello, apurados por la inminente subida de la marea que alcanzaría los 3 metros, socorrieron a Goes. Cada soldado llevaba un saco de pólvora y provisiones sobre la cabeza o en la punta de su pica. Apoyados unos con otros para mejor resistir las corrientes, hacían suya aquella máxima que distinguía por su eficacia a nuestros Tercios: «Si caminas solo irás más rápido; si caminas acompañado llegarás más lejos». Mondragón al pedir aquel esfuerzo a sus hombres había sido breve: «En Goes un grupo de españoles está resistiendo al borde de lo imposible». Los liberaron.

Me descubro conforme voy recordando el caminar de tanta gente nuestra: desde aquellos conquistadores que quemaban sus naves y se lanzaban a la aventura por descubrir nuevas tierras americanas, hasta misioneros como Fray Junípero Serra que, recorriendo la difícil costa oeste americana, fueron dejando en recuerdo del santoral de su iglesia de Petra el rosario de misiones que se convirtieron en importantes ciudades como San Francisco, Los Angeles o San Diego.

Volviendo a los Tercios, cuando se analiza el llamado «Camino Español» que unía nuestros puertos de Barcelona y Cartagena con el de Génova para desde allí por jornadas de marcha seguir con rumbo norte hasta cruzar el Milanesado y llegar a los Países Bajos, aun hoy, impresiona.

Bien lo reconocerá el poeta Amós de Escalante cuando habla de aquellos soldados: «No hay a su duro pié risco vedado/sueño no ha de menester, queja no quiere/donde le ordenan va, jamás cansado/ni el bien le abruma, ni el desdén le hiere/». Heredará este espíritu la actual Legión que en su Credo recoge: «Jamás un Legionario dirá que está cansado, hasta caer reventado».

Consecuente con este credo un joven teniente –Arturo Muñoz Castellanos– intentaba reponer con urgencia medicinas, plasma y sueros al hospital musulmán de Mostar un 11 de mayo de 1993 en plena guerra en la antigua Yugoslavia. Decidió con responsabilidad «andar su camino», en este caso humanitario, cuando fue alcanzado por fuego de mortero. Tras pasar herido por Dracevo, moriría en Madrid dos días después.

Hoy, unos españoles no quieren caminar junto a otros españoles. Quieren hacerlo solos pensando que podrán ser más rápidos, que llegarán antes. Y ofrecen un paraíso de bondades sociales y políticas que difícilmente se pueden sustentar. No intuyen que no podrán llegar lejos. En sus mentes se ha instalado una versión manipulada de nuestra historia, en sus principios el olvido de la solidaridad y la igualdad, en sus actitudes el desafío, la prepotencia y cierta dosis de soberbia.

Ya que hago referencia a Menorca y a la influencia francesa en la isla, recurriré a Albert Camus Sintes, un hijo de la emigración menorquina a Argel, que sabiamente nos dice: «No camines delante de mí; puede que no te siga;/no camines detrás de mí; puede que no te guíe;/camina junto a mí y sé mi amigo».

Caminando juntos como amigos, llegaremos más lejos. Y no solo nosotros, también nuestros hijos.