España

Historias de ingratitud

La crisis económica ha hecho tristemente familiar el cierre de empresas y la pérdida de tejido industrial. Los datos del INE dan cuenta de un retroceso de 7,3 puntos del Índice de Producción Industrial. El Colegio de Ingenieros Industriales nos recordaba, recientemente, la «caída del número de empresas industriales, el descenso de la producción y la pérdida de peso del sector en el PIB español» (15% en España, 20% en Europa y 25% en Alemania).

El drama del paro, las necesidades y angustias de las personas que lo padecen, nos impiden reparar en la pérdida de tejido productivo que hay tras esas cifras. Cuando una empresa cierra, no sólo se produce desempleo, se pierde el conocimiento de sus trabajadores, las relaciones con los clientes, se compromete el futuro de sus proveedores; se causa, en suma, un amplísimo daño al futuro de todos.

Hace pocos días Roca, una sólida multinacional española que creció un 3,5% el año pasado, anunció el cierre de su planta en Alcalá de Guadaíra y severos recortes en la de Alcalá de Henares. Sólo se salvará del cierre la planta de Gavá.

Es radicalmente inhabitual que una empresa que crece y exporta desde sus factorías en España se deslocalice de su propio país. ¿Pueden ustedes imaginarse a Volkswagen cerrando sus factorías en Alemania? ¿Sería lógico hacerlo cuando los trabajadores están dispuestos a negociar?

Debemos preguntarnos aquí, preguntarnos socialmente, preguntar públicamente a Roca, cómo es posible que una empresa que «no identificaba ningún riesgo de solvencia y de liquidez a pesar de la difícil situación económica» cuando presentó sus cuentas hace unos meses pueda tomar una decisión así. Tenemos derecho a conocer los motivos, saber cuáles son los beneficios que esperan obtener, ser conscientes del precio que la sociedad española pagará por ello.

No sé qué cálculos habrá hecho Roca, pero yo les invitaría a que hagan las cuentas completas: Roca es una empresa solvente. Si alguna deuda tiene es con la sociedad española; su expansión se ha fraguado gracias a nuestro mercado, a nuestras fábricas. Creo, así lo expresé en sede parlamentaria, que ésta es la historia del más imperdonable de los pecados: la ingratitud. Si a Roca sólo le hemos servido para crecer, internacionalizarse y exportar y ahora no es capaz de devolver ese inmenso apoyo, habría llegado el momento de preguntarles, públicamente, por su grado de compromiso con nuestro país. ¿Puede un grupo empresarial tan importante como éste defender que carece de músculo para devolver a la sociedad española tantos años de apoyo y consumo?

Es fácil estar presente cuando las cosas van bien, pero hay que seguir estándolo cuando las cosas van peor. Hay que arrimar el hombro y demostrar, creyendo en nuestro presente, que se quiere ser parte de nuestro futuro. Si Roca toma esta decisión, tendrá la reprobación social de todos. Sabremos a qué atenernos y, al menos los alcalareños, sabremos qué marcas no son de fiar, qué marcas no están comprometidas con sus comunidades. Lo sabremos y lo haremos saber. No volverán a crecer a costa de personas a las que no se sienten ligadas. En el mundo de la producción mandan ellos, la empresa decidirá qué es y qué no es rentable. Pero en el mundo de las marcas, del respeto a las trayectorias y –sobre todo– del consumo, mandamos los ciudadanos.

Quiero dar las gracias a la ministra Fátima Bañez por su trabajo intentando acercar posturas entre las partes y ofrecer todo nuestro apoyo para evitar esta decisión. Estoy seguro de que, entre todos, lograremos que lo que ha sido una historia de éxito compartido siga siéndolo en el futuro.