Luis Alejandre

Juramentos

La Razón
La RazónLa Razón

Si hoy realizásemos una encuesta preguntando cuántos hombres y mujeres nuestros forman el contingente de El Líbano, seguramente nos llevaríamos una triste impresión. Y son gentes que sirven alejadas de sus familias, viviendo en condiciones de escasez y hacinamiento no fáciles, cercanas al riesgo, medido cada uno de sus actos por la influencia que puedan tener en la misión. Son gentes que un día juraron servir a su Patria y lo cumplen. Como dijo el poeta : «Donde les llevan van, jamás cansados, ni el bien les asombra, ni el desdén les hiere».

Porque han asumido un sistema necesariamente disciplinado, como asumen errores propios, los de sus superiores y los de sus subordinados, como hay en toda obra humana. Pero el concepto de unidad, de obra común, de equipo, cubre las carencias individuales. Alfredo de Vigny lo resumiría mejor: «En el Ejército he hallado a estos hombres de carácter chapado a la antigua, que llevan el sentimiento del deber hasta las últimas consecuencias, sin sentir remordimientos por la obediencia, ni vergüenza por la pobreza, sencillos de costumbres y de palabras, orgullosos de la gloria de su país e indiferentes de la suya propia».

A este soldado, hoy destinado en Herat o en las inmediaciones de Kabul no le cabría en la cabeza pensar que su coronel jefe de contingente, que ha jurado la misma bandera que él, apoyase la ofensiva talibán que acaba de conquistar por la fuerza la ciudad de Kunduz, enclave estratégico situado al noreste de Afganistán. Es decir que si nuestro Gobierno y nuestro Congreso autorizan con sacrificios humanos y económicos una misión en el lejano país asiático, lo es para consolidar la viabilidad de aquella república, para sacarla de su ostracismo medieval, para asegurar una zona estratégica estable que a la larga nos beneficia a todos. Y el jefe del contingente debe obrar en consecuencia. Otra cosa sería que individualmente, renunciando a su condición y religión, abrazase los principios talibanes y se uniese a las fuerzas que intentan romper de nuevo el país asiático.

Y pregunto: ¿cómo siguen los acontecimientos en suelo patrio? ¿Cómo valoran los resultados de las elecciones autonómicas catalanas.? No he obtenido respuestas. Les comprendo. Tampoco las tenía yo antes del 27-S cuando se me pidieron análisis o prospectivas. A pesar de todos los leales afectos que mantengo en Cataluña, a pesar de mis colaboraciones con su Prensa, me faltaban argumentos para exponer, convencido de que el terreno de la razón había sido desbordado por el de los sentimientos muchas veces bien macerados con vísceras.

Porque nuestro soldado de Herat se pregunta: «Si yo he jurado y soy consecuente, ¿cómo no es consecuente quien ha jurado o prometido guardar y hacer guardar la Constitución? Si mi coronel por su responsabilidad no se une al asalto talibán de Kunduz, ¿cómo es posible en España que alguien que es la máxima autoridad del Estado en su autonomía se lance a romper la unidad del país? Tiene razón Alfonso Guerra: «Golpe de Estado». Como siempre, se alegarán injusticias y desencuentros. Los mismos que vive quizás el soldado. Y se apoyarán en artículos de la Constitución interpretados aisladamente, vicio esgrimido frecuentemente, olvidando que nuestra Ley de Leyes forma un todo armónico. ¡Cuántas veces hemos tenido que aclarar los militares el Artículo 8º. Ahora toca aclarar el 11º sobre nacionalidades, a quienes no les interesa recordar el Artículo 2º , el que «fundamenta la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles».

Cuando cuesta construir una Europa común, cuando nos acechan problemas que vienen de un mundo globalizado, cuando a duras penas salimos de una crisis económica y social grave, cuando más necesitamos estabilidad y orden social, hay quienes ansían el poder a toda costa y a cualquier precio. Su piel de cordero habla de servir; su mente de servirse. Servirse para sustituir, para acceder al poder. «No pretendemos eliminar una clase o un sistema como en otros tiempos para llenar su vacío; nos conformamos con sustituirlos. ¡No os quejéis!».

En las Ordenanzas Militares, en los tratados de ética militar, en el verso de Calderón o en la prosa de Alfredo de Vigny nunca encontramos una palabra: soberbia.

Porque en el fondo de nuestra particular guerra talibán, la soberbia sí aparece en quienes se creen con más derechos, superiores, suficientes, necesitados de más consideraciones, halagos y sueldos. Soberbia que les lleva a ser perjuros si hace falta; soberbia que puede ocultar incluso conductas corruptas en dirigentes y corporaciones, hábilmente envueltas en banderas.

Nuestro soldado no quiere pensar más. Debe salir de patrulla. Juró servir.