José Luis Requero

Justicia, Educación, Ciudadanos

Un partido en teoría moderado como Ciudadanos se apunta en su programa a negar los derechos que los padres tienen constitucionalmente reconocidos, además de amparados por tratados internacionales

La Razón
La RazónLa Razón

Hay temas sobre los que todos deberían tener alguna opinión. Uno de ellos es la Educación, aunque no se tengan hijos en edad escolar o universitaria o no nos dediquemos a la enseñanza. Como magistrado me preocupa, porque quienes se dedican profesionalmente al Derecho, en cualquiera de sus manifestaciones, han sido, son o serán fruto del sistema educativo. Y además, porque según cómo sea el sistema educativo de un país será la calidad de su ciudadanía y los jueces tenemos algo que ver con el mantenimiento no ya del orden jurídico, sino de la paz social.

Hace unas semanas el PSOE señaló que, de llegar a gobernar, entre sus prioridades está la Educación, todo un reconocimiento a su papel estratégico. Esto no es nuevo: en 1982 cuando llegó al poder derogó el Estatuto de Centros de la UCD y promulgó la vigente LODE; y esa relevancia estratégica de la Educación quedó clara cuando en otras reformas legales –por ejemplo, en la función pública y hasta la Justicia– la educación tuvo especial protagonismo.

Desde entonces y durante estos treinta y tres años bien puede decirse que la política educativa viene presidida, en lo sustancial, por el modelo de educación iniciado a mitad de los ochenta. No está de más hacer un balance para valorar sus frutos en términos de calidad y ahí está el lugar de España liderando en la Unión Europea las tasas de fracaso y abandono escolar, y es solo un dato. En el apartado universitario prefiero no entrar porque me hierve la sangre: basta constatar el puesto de nuestras universidades en el ranking mundial.

Todo esto debería llevar a pensar que si en el Educación descansa el futuro de un país –la otra pata es su población, y tenemos tasas de crecimiento negativo–, sorprende que lo que puede calificarse como de fracaso nacional no se salde ni con una reconsideración desde sus raíces, ni con un más que razonable ajuste de cuentas a sus autores y responsables. Lejos de ello, no se repudia esa herencia, no se habla de regeneración del sistema; es más, incluso un partido en teoría moderado como Ciudadanos, se apunta en su programa a negar los derechos que los padres tienen constitucionalmente reconocidos, además de amparados por tratados internacionales.

Como digo, los movimientos preelectorales parecen confirmar este análisis. Se promete profundizar en el recorte de las libertades en la enseñanza; se quiere recuperar Educación para la ciudadanía versión adoctrinamiento, la ideología de género presidirá buena parte de los contenidos, etc. Y esto sin olvidar iniciativas locales: en el caladero de votos andaluz por ejemplo, se va a enseñar Memoria histórica. O iniciativas anecdóticas, pero sintomáticas de cómo se concibe la educación: ahí está el Ayuntamiento sevillano repartiendo en los institutos lubricantes vaginales y anales. Siempre fomentando lo más noble.

Decía antes que me preocupa qué ciudadanos estamos formando, porque de su calidad dependerán muchas cosas: el nivel de respeto por el orden jurídico, el aprecio a la palabra dada, el aprecio por las libertades y el repudio de ofertas totalitarias, el aprecio a la libre iniciativa y a la responsabilidad, la atracción o el rechazo de planteamientos antisistema, etc. Si, por el contrario, unos se sirven del sistema educativo para inyectar dosis masivas de manipulación de la historia, en su empeño de construcción nacional, y otros para inyectar dosis de ideología en su empeño por diseñar al futuro votante, habrá que concluir que lo que muchos consideramos un fracaso, para otros es un éxito: su idea de nación o de ciudadano votante van cuajando.

A modo de axioma o verdad en sí misma que no precisa demostración, se dice que España es un país de izquierdas. Lo niego. Más bien es un país que lleva décadas siendo no sólo educado, sino también culturizado y hasta entretenido desde los postulados de un pensamiento único y dominante, postulados que incluso quieren constitucionalizarse para blindarlos. En eso invierten los que identifican gobernar con forjar una nueva sociedad a base de diseñar su modelo de ciudadano votante, al que han inyectado un nuevo sentido común, una nueva mentalidad que se active electoralmente. Un planteamiento muy distinto de aquellos otros para los que parece que gobernar es hacer contabilidad.