Historia

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La era Reagan

Carter había prometido honradez tras la agonía nacional del «Watergate». Pero Reagan había prometido mucho más: recuperar la perdida grandeza de Estados Unidos y una marcha histórica de la Nación

La Razón
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En 1980 se produjo en Estados Unidos una auténtica revolución conservadora que dio un tono muy especial a la Nación en lo que se ha llamado con énfasis «Era Reagan». Algunos historiadores han denominado de ese modo el período de 12 años en el que ejercieron el poder presidencial Ronald Reagan (1980-1988) y después George Bush (1988-1992), que había sido el primer vicepresidente. Los republicanos en el poder. Seguir utilizando los términos derecha e izquierda, absolutamente retrógrados y solamente útiles para llevar a cabo fusiones ideológicas mayoritarias, pero absolutamente inútiles para la construcción de una nueva coyuntura política, parece entrar en una dimensión utópica que nunca ha sido fácil visualizar como existente en Estados Unidos. Ciertamente, desde 1968, la mesocracia norteamericana había rechazado con firmeza la oleada de reformas que alcanzó un punto máximo con las aspiraciones de la Gran Sociedad del presidente Lyndon B. Johnson. Les parecía que la oferta liberal del presidente Kennedy había fracasado y el aumento de prestaciones sociales para con los necesitados no había conseguido realmente nada y que, por añadidura, se habían debilitado las sanciones legales a las normativas morales tradicionales.

Postergado este renacimiento conservador, de atención a sectores más populares de la nación, gana un nuevo impulso por la necesidad que sentían muchos norteamericanos después de Vietnam y la crisis de rehenes iraní de reafirmar los valores patrióticos, fortalecer a Estados Unidos ante la Unión Soviética y el terrorismo internacional. Por otra parte, en los años setenta del siglo XX aparecieron una serie de organizaciones de índole conservadora, aunque no inmovilistas, en todo caso fuerzas sociales muy significativas en el conjunto político estadounidense, socialmente heterogéneo, que toda su vida habían defendido la empresa privada como factor dinámico de la política nacional. Los neoconservadores se solapaban con otras más exaltadas en sus reivindicaciones conservadoras. Realmente, se está propiciando una situación de neto conservadurismo a un nivel de capacidades humanas que eran la llave para conseguir la aportación plena de capacidades de los trabajadores sociales de la Nación.

Los ámbitos en los que ha militado el conservadurismo se centran en la familia, la raza y la religión. En consecuencia, podemos deducir que la marca conservadora de la opinión pública que llevó a Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos tuvo su columna vertebral en un potente componente de índole subjetiva de mentalidad conservadora; un hombre honesto, convencido de la honestidad y corrección de sus actos, guiado por una obstinada fe en la corrección de los anteriores; por añadidura, dotado de un atractivo personal, contrapuesto a la fría personalidad de Nixon, acosado por su manejo de la derrota de Vietnam y su aproximación a China.

El atractivo personal de Reagan supuso un alto porcentaje de su triunfo presidencial ante la opinión pública norteamericana. Aspiró a yuxtaponer en un modelo de las dos presidencias más significativas: la de Franklin D. Roosevelt, que dirigió la reconstrucción tras la Gran Depresión, y la de Richard Nixon, por su manejo de la derrota de Vietnam y su aproximación a China en el inicio de una nueva confrontación con la Unión Soviética. Llegó Reagan en enero de 1981 a Washington. Carter había prometido honradez tras la agonía nacional del «Watergate». Pero Reagan había prometido mucho más: recuperar la perdida grandeza de Estados Unidos y una marcha histórica de la Nación. La intervención norteamericana en Vietnam aumentaba día a día y, en consecuencia, el movimiento de paz ganaba fuerza en las universidades. Cuando Reagan asumió la gobernación de California ya contaba con elementos suficientes para protagonizar experiencias importantes, incluyendo la cultura de la droga, la revolución sexual, el surgimiento de centenares de comunas juveniles que rechazaban el tipo tradicional de familia y el movimiento pacifista.

La llegada de Reagan a la Casa Blanca redujo la burocracia, eliminó el despilfarro, equilibró el presupuesto y quitó el gobierno de encima de los hombros de los ciudadanos. La preocupación del presidente fue la racionalidad fiscal. Su filosofía se resume en una frase personal: «Quisiera que la muerte y la jubilación vinieran juntas»; es decir, trabajar hasta morir. El gran diario «The Wall Street Journal» lo comentó de un modo sencillo: «Reagan es un hombre rico y es estricto con cada dólar».