José Jiménez Lozano
Mejor ni tener rubeola
Según un comentarista o analista político, cuyo juicio u opinión ya se han encargado de matizar varios colegas, la diferencia de la actitud ética entre la derecha y la izquierda en USA está, en este momento, en que la derecha piensa que la izquierda está equivocada y la izquierda que la derecha es malvada.
Pero sería interesante saber si éste es un hecho, y se da en todas partes este entender al otro como malvado simplemente por ser otro partido, porque ello resultaría un signo y un pródromo o síntoma peligroso de la formación de un sistema totalitario que sólo concibe la política en términos de «otreidad» y total enemistad.
Cuando algo parecido ocurre entre nosotros, solemos consolarnos con la idea de que votamos mucho y cortamos el bacalao en el mundo, aunque luego no se puedan cumplir ciertas leyes sin el permiso de quienes tienen que cumplirlas, podamos seguir llamando democracia a cualquier cosa –como las antiguas patronas de estudiantes llamaban chocolate también a cualquier cosa– y que es democrático pensar y asegurar que otro partido distinto del propio encarna la maldad moral sin ver ahí la perversión moral precisamente.
Y se suele decir que la democracia es, en cierto sentido, la guerra por otros medios, pero sin añadir enseguida que, por lo pronto, es una guerra sin enemigos reales. El adversario político es simplemente el que entiende distinta y hasta contrariamente los medios de llegar al bien común de todos, bajo el imperio del Derecho. Y esto, con todos las limitaciones propias de los asuntos humanos, es lo que ha venido sucediendo en las democracias europeas. Pero aquí hay que volver a recordar el aviso de Kolakowski de que si en una democracia hay ideología, en vez de referencias a la razón, a la propia cultura y al Derecho, acaba en totalitarismo. Y la mera enunciación de que en USA no puede haber un totalitarismo porque nunca se ha dado una dictadura, no es una garantía total contra la peste, porque, a estas alturas, ya nos hemos contagiado bastante de pensares, sentires y prácticas de los camaradas rojos o pardos, que se dan hasta por democráticos sobre todo entre españoles, para quienes el concepto mismo de democracia está lejos de ser más claro que el de Baltasarito, el hijo de la patrona de Borrow en Madrid, que no sabía cómo podía ser liberal sin dar unos cuantos palos a los realistas que se encontrara en el Paseo del Prado. Y también ocurría lo mismo del lado realista.
Estas «dificultades de convivencia constitucional» vienen entre nosotros de muy lejos y están mezcladas con hechos bastante menos divertidos que éstos que acabo de mentar y es muy fácil contagiarnos. Durante siglos fue la cultura derivada del judeo-cristianismo y el legado greco-romano los que hicieron a Europa y a USA, pero luego se han dado el reniego de esta cultura y su sustitución por lo que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha llamado la religión del secularismo más algunos solubles de los terribles recientes totalitarismos, como la manipulación de la vida y la muerte humanas por parte de Estado Omnipotente para integrarlas en el progreso. Y ya no es tranquilizador que el lenguaje tradicional, que nombraba, esté siendo sustituido por una jerga nominalista y abstracta, el lenguaje de lo políticamente correcto, y la lengua sacra y hermética de la socio-economía universalista.
Y no pretendo decir que los estadounidenses como los españoles –en medio de una madurísima democracia aquéllos y bastante jovenzuela la nuestra– estemos ya contagiados de alguna escarlatina ideológica que pueda disolver la sustancia democrática, que es ciertamente algo muy delicado y frágil. Se trata de precaución solamente. Pero tenemos que concluir que, mientras esas escarlatinas y sarampiones estén ahí demasiado cerca, será bastante difícil no tener ni el menor pensamiento de maldad acerca del otro que quizás padece esa misma amenaza y piensa lo mismo respecto a nosotros. Lo absolutamente necesario es no contagiarse ni siquiera de simples rubeolas ideológicas.
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