Enrique López
Ni una broma con el terrorismo
Mucho se ha dicho en relación con el aciago y deplorable episodio de los titiriteros del Ayuntamiento de Madrid, pero lo que más me llama la atención es la suerte de calificaciones jurídicas que al respecto se han hecho, enjuiciando incluso la labor del propio juez instructor, y ello, hasta desde ámbitos judiciales organizativos. Por razones obvias no voy a formular valoración jurídica alguna al respecto, pero sí me gustaría hacer alguna reflexión de carácter general. Cada vez más me convenzo de la necesidad, justicia y oportunidad de tipificar la apología del terrorismo y el desprecio y menosprecio a las víctimas, así como los delitos de odio. Pero lo realmente llamativo es que, en una sociedad como la actual, sea necesario tipificar con carácter general este tipo de conductas. ¿Cuándo llegaremos a la conclusión de que con el terrorismo, y especialmente en España, con el de ETA y el de origen islámico, no se debe hacer broma alguna? Ha sido tanto el dolor que ha causado en miles de familias que no debiera ser necesario discutir este tema. Con motivo de sucesos como el referido, y algunos otros, se abre una discusión sobre los límites del derecho de libertad de expresión y, en especial, el ejercicio de la misma en el uso de lo que se denomina humor negro, un tipo de humor que se ejerce a propósito de cosas que suscitarían, contempladas desde otra perspectiva, piedad, terror, lástima o emociones parecidas. El terrorismo en España nos ha sacudido mucho y muy fuerte, habiendo padecido durante años el azote de la barbarie de la banda terrorista ETA, así como el atentado islamista mas cruento en Europa, y esto no ocurrió hace muchos años, sino hace pocos, y las víctimas siguen ahí, mal que a algunos les pese. Como consecuencia no sólo de su dolor, que por sí mismo sería suficiente, sino de su entereza y de su ausencia de venganza, se merecen un permanente respeto y una necesaria restricción del ejercicio de la libertad de expresión en lo que al terrorismo se refiere, y ello sin necesidad de usar la amenaza del Derecho Penal. Ha llegado el momento de asumir como sociedad que con el terrorismo no cabe ni un chiste, ni una broma, ni una sátira, tan sólo memoria, respeto y consideración a las víctimas. ¿Resulta necesario penalizar contar chistes sobre homosexuales, chistes machistas o racistas, tan frecuentes hace años?, yo creo que no. Al que se le ocurra contar un chiste de esta naturaleza se le debería caer la cara de vergüenza, y a los que lo escuchen, más; pues con el terrorismo debe ocurrir lo mismo. Decía Juan Pablo II que «el terrorismo nace del odio, se basa en el desprecio de la vida del hombre y es un auténtico crimen contra la humanidad». Y yo añado que esta maléfica obra humana nunca puede generar humor, ni negro ni blanco, porque con ello se ofende, y mucho, a los que han padecido esta lacra. Decía Platón que la burla y el ridículo son, entre todas las injurias, las que menos se perdonan, pues ¡ya está bien!
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