Flamenco
Palmas para una olvidada
El Nuevo Apolo rinde homenaje a la bailaora Carmen Amaya
Hay incógnitas que nunca se resuelven. Como la que rodea a María Rovira, Premio Nacional de Danza, y su pasión por el flamenco. Ella cuenta que en casa sólo se mamaban tradiciones catalanas. «Como mucho, una ranchera», recuerda divertida. Por eso sorprendía a todos cuando de pequeña, por su cumpleaños, pedía un disco de cante jondo. Un misterio parecido a lo que debió de sentir el presidente Roosevelt cuando la bailaora Carmen Amaya taconeó todo su arte frente al sorprendido presidente. Al día siguiente, la mujer recibió en el hotel una torera adornada con piedras preciosas. Así es el flamenco, «cuestión de sensibilidad», resume Rovira. Eso transpira esta artista cuando recuerda a la gran Amaya, «la capitana, la diosa», de la que este año se cumple el centenario de su nacimiento. La Premio Nacional, dice, se ha negado a condenar al olvido a este monstruo del baile. Indignada, comenzó a crear la coreografía de «De Carmen», espectáculo que llega al Teatro Nuevo Apolo, en el que pone lo mejor de la danza contemporánea al servicio del flamenco.
El círculo gitano
El espectáculo comienza con la muerte de Carmen Amaya, la primera de cuatro partes que acercan al público a otros tantos momentos críticos en la vida de la bailaora. El luto y la muerte convergen en este primer episodio. En el escenario los bailarines representan la venida de millares de gitanos que llegaron a España desde distintos rincones de Europa para despedir a Amaya. El teatro se convierte en un velatorio gitano y el espectador es testigo de cómo ese pueblo vive la muerte: «El círculo es muy importante en esa sociedad. La paradoja de la alegría y el dolor, de la muerte y la vida a un mismo tiempo», explica Rovira.
La música es en directo, llanto que sale de la partitura de Juan Gómez «Chicuelo», premio Goya 2013 a la mejor canción por la de la película «Blancanieves». Los cuerpos los pone la compañía Tránsit Dansa, orquestados por Rovira. La refrescante mezcla de contemporáneo y flamenco completa la apuesta: este último pone la pasión; el primero aporta libertad de movimiento, «ya que aquí no flamenqueamos, seguimos utilizando nuestro lenguaje, hecho de cuerpos fuertes, de disciplina, pero lo hemos integrado al cante hondo», explica su coreógrafa.
El escenario se llena de luz a medida que la infancia de la bailaora se apropia del braceo y del floreo de los bailarines. La segunda parte nos sitúa en la playa de Somosrrostro, en Barcelona, junto a las cestas de mimbre que tan buenos recuerdos le traían. Pero el apogeo llega con la migración de la gitana, que huye durante la Guerra Civil. Comienza su periplo por el mundo y «la verdadera internacionalización del baile flamenco; gracias a ella tiene tantos amantes», reivindica Rovira. Con Amaya viajaba su «troupe», dependiente en todos los sentidos de ella. Un peso que arrastró durante su vida y que simboliza la coreógrafa catalana en un número de gran belleza, en el que los bailarines se convierten en una larga bata de cola. «Aunque era una diva, lo repartía todo. En cuanto recibió la torera de piedras preciosas de Roosevelt comenzó a cortarla y a darle pedacitos a su gente».
La última parte del espectáculo cierra el círculo. Vitalidad. Bailar para no dormir y vivir para bailar. «Ella dejó un hueco como el de Enrique Morente», dice Rovira con cautela, porque ante todo quiere dejar claro que «el mundo del flamenco es muy flamenco». Se confiesa profana en el tema, pero dotada de la sensibilidad que mueve este arte.
Hollywood se puso flamenco
María Rovira defiende que el flamenco tiene tanta fama en el extranjero gracias a Carmen Amaya. Empezó su gira en Argentina y de allí pasó por distintos países hasta llegar a Estados Unidos, donde conquistó Hollywood. Trabajó para las tropas americanas al término de la II Guerra Mundial y fue amiga de Frank Sinatra.
- Cuándo: del 24 de abril al 5 de mayo.
-Dónde: Teatro Nuevo Apolo. Madrid.
-Cuánto: de 18 a 33 euros. Tel. 91 369 06 37.
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