
Religion
La fuerza del Camino
Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Lectio divina a partir del evangelio de este V domingo de Pascua (Juan 14, 1-12): «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Unos padres sueltan con temor la mano de su pequeño, que todavía se sujetaba a ellos para dar sus primeros pasos. Entonces, el niño duda, pero a la vez algo más fuerte le impulsa a intentarlo. Está de pie, sin ningún otro apoyo que esa fuerza interior que siente que le sostiene por sí mismo. Sus padres se mantienen atentos para asegurar al niño en cuanto vacile, pero le dejan porque saben que ha de intentarlo. Es la experiencia que definirá mucho de su confianza y valor personal. Primero un paso torpe, luego otro. El vértigo se convierte en estupor. Entonces ríe, palmea y se cae. Pero no hay dolor, sino que de un modo misterioso, pero cierto, el niño sabe que ha nacido para esto. Mira a sus padres, expectantes y gozosos, y con un gesto de confianza y atrevimiento, se levanta y vuelve a intentarlo. Así una y otra vez, un paso tras otro con miradas más o menos explícitas a quien le ha dado la vida. Pasarán los años y volverá secretamente a esa experiencia al encaminarse hacia cada meta que deba conquistar. Porque para toda persona la verdad de la vida es ponerse en camino.
El evangelio de este domingo nos presenta uno de los discursos de despedida de Jesús en la Última Cena con sus discípulos. Él se revela aquí ya no solo como el maestro que enseña la verdad por los caminos de la vida. Ahora afirma con toda propiedad que él mismo es el camino, la verdad y la vida. Es decir, aquel que acaba de lavarles los pies y sentarlos a su mesa, les dice que él es la vía definitiva que toda persona ha de recorrer para llegar a la altura de su propio ser. Esta meta íntima del hombre, paradójicamente, no está en sí mismo, sino más allá de él: en el Padre que va buscando en cada paso que emprende. Por eso cuando Cristo se revela como el camino seguro para llegar a Él, el apóstol Felipe le pide ver el rostro de ese Padre para encontrar allí su fuerza. No se había dado cuenta hasta entonces que esa imagen que todos anhelamos contemplar la reflejaba este hombre a quien seguían, que les enseñaba y reprendía, que con ellos celebraba y descansaba, les acompañaba en sus faenas y les enseñaba a orar. El Dios trascendente y completamente distinto a todos había estado siempre allí, tan cerca y tan semejante a cada uno. Y ahora que se prepara para entregar su vida en una cruz, va moviendo a los que ama para que busquen esa presencia mucho más cercanamente aún. Han de hacerlo dentro de sí mismos y entre ellos, adonde vendrá a morar como Espíritu de la Verdad, que iluminará sus vidas. Esa es la fuerza que les mantendrá en pie y les hará avanzar más allá de sí por el camino hasta el Padre.
Las circunstancias que actualmente vivimos ponen a prueba nuestra fe, esperanza y amor, que son la imagen misma de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que habita en nosotros. La fe nos hace dirigir la mirada hacia lo alto para ganar fuerza y confianza antes de dar cualquier paso. La esperanza es la certeza de estar encaminándonos hacia lo cierto y el amor es el modo concreto de avanzar. Se trata entonces de confiar y arriesgarse a dar ese primer paso que nos saca de la postración, de mantenernos avanzando hacia un horizonte que supere nuestras estrecheces y, sobre todo, de entregar lo mejor de nosotros mismos en este peregrinar hacia quien nos ha puesto en camino y es, a la vez, la meta que esperamos alcanzar. Es por todo esto que Thomas Keating, un místico contemporáneo, ha afirmado que en este tiempo de Pascua hacia la celebración del Pentecostés la revelación de la luz divina, la vida y el amor crecen en nosotros en proporción a nuestro crecimiento en la fe, el amor y la caridad, y viceversa. Así que hoy necesitamos preguntarnos: ¿hacia dónde y a quién estoy mirando para encontrar la fuerza que me mantenga en pie en este momento de dificultad? ¿Cuáles son los miedos o frenos que me impiden avanzar? ¿Cómo alimento el amor con el que he de recorrer este camino? Medita personalmente acerca de estas cosas y anímate –es decir, despierta tu alma– para compartirlo con quien camina contigo. Encontrarás así la gracia y la razón para mantenerte en pie, avanzando siempre más allá de ti mismo y ayudando a muchos más a recorrer este camino, el Camino, hacia la vida verdadera.
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