Religion

Sin bajar la guardia

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

-FOTODELDÍA- VATICANO, 08/05/2022.- Varias monjas participan en la oración Regina Cœli encabezada por el papa Francisco este domingo desde la Plaza San Pedro en el Vaticano. EFE/ Massimo Percossi
-FOTODELDÍA- VATICANO, 08/05/2022.- Varias monjas participan en la oración Regina Cœli encabezada por el papa Francisco este domingo desde la Plaza San Pedro en el Vaticano. EFE/ Massimo PercossiMASSIMO PERCOSSIAgencia EFE

Lectio divina para este domingo XXIX del tiempo ordinario

Orar sin cansarse. Esto no se refiere a una fatiga física o mental en la oración, sino a perder la fe en que por ella conseguimos la gracia que Dios nos quiere ofrecer. Las lecturas de hoy coinciden en la necesidad de favorecer los medios para mantenernos en un trato continuo con Dios y disponer todos lo necesario para que Él pueda actuar en nuestra vida. Leamos con atención

«En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin cansarse, les propuso esta parábola: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”- Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”. Y el Señor añadió: “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lucas 18, 1-8)

La actitud de la viuda de esta parábola nos habla de constancia en la oración, pero a la vez de audacia y hasta “ejercer presión” hacia Dios para conseguir de Él lo que quiere darnos como a sus hijos. Esta enseñanza es aún más clara cuando Jesús nos hace ver que, ante todo, Dios es justo. Por eso podemos pedirle con la certeza de que quiere lo mejor para nosotros y que posiblemente está esperando que volvamos a su presencia para darnos lo que necesitamos. La insitencia en la oración no es porque nos olvide, sino porque a través de ella nos mantenemos en su presencia, amoldándonos cada vez más perfectamente al bien que Él quiere para nosotros.

La rapidez de los medios con los que contamos hoy nos induce a querer las cosas de inmediato. Sin embargo, si contemplamos la creación advertimos que Dios ha dispuesto las cosas de otra manera. Todo lo valioso y cierto está marcado por la maduración y el crecimiento progresivos. Porque todo lo que Él ha creado está impregnado de su amor, que implica la esperanza. Por eso una oración que le dirigimos es como una pequeña semilla que, una vez sembrada en tierra, nos llama a perseverar en su cuidado y en la contemplación de su crecimiento. Vigilar y contemplar son, de hecho, dos dimensiones de la plegaria, que tiene como fruto la paz y el gozo de la unión del alma con Dios. Esta es la razón por la cual hemos de insistir una y otra vez en la oración, que se vuelve así la acción más valiente y fecunda que podemos realizar para dar el verdadero crecimiento a nuestras obras.

El punto final de la parábola nos muestra que la oración está referida en primer lugar a la fe. Porque el buscar e insistir a Dios con nuestro anhelo y palabras son el camino y alimento para que esta crezca en nosotros. Por eso, más que orar para pedir cosas tenemos que hacerlo para crecer en la conciencia de que somos hijos que podemos contar con la atención y el cuidado de nuestro Padre. De ahí que sea tan necesario que nos mantengamos en su presencia antes, durante y después de cada cosa que emprendamos, de todo anhelo que queramos alcanzar. Abrámonos sin miedo a ese poder transformador, porque esta es la fe verdadera. Consideremos qué cosas, situaciones y pensamientos nos dispersan cuando pretendemos apresurar los plazos y conseguir inmediatamente lo que implica perseverancia, compromiso y espera confiada. Contemplemos a Cristo invitándonos a vivir la fe como camino que se recorre paso a paso y que se riega con nuestros ruegos y esperanzas elevados hacia Dios.