Iglesia Católica
Centenario de un acontecimiento histórico
Hoy domingo 30 de junio se renueva la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús que realizara el rey Alfonso XIII hace 100 años. Y se produce en el mismo lugar, el Cerro de los Ángeles, Getafe –considerado el corazón geográfico de la península– donde aquel 30 de mayo de 1919, nuestro rey reconociera que «todas las regiones de España se postraban, reverentes, ante Su reinado de amor».
La historia de las consagraciones al Sagrado Corazón de Jesús –así como al Inmaculado Corazón de María– es rica en contenido histórico y teológico. Llama la atención que no se trata de una iniciativa humana que algunos se atreven a calificar incluso de «nacionalcatolicismo». Bien al contrario, la Historia demuestra que la iniciativa de la consagración ha partido de Dios hacia los hombres y, por lo tanto, está siempre de plena actualidad, en esa eternidad propia de las cosas de Dios.
En el tránsito de la Cristiandad hacia la Edad Moderna, se instala la corriente de pensamiento del Racionalismo, que provocará el cambio de una sociedad teocéntrica, con Dios como centro y medida de todo, a una sociedad antropocéntrica, con el hombre como referencia única. En este contexto no es difícil de entender, como explicará el Cielo en sus revelaciones a la religiosa santa Margarita María de Alacoque, ocurridas en el siglo XVII en Paray-le-Monial (en la Borgoña francesa), que el Sagrado Corazón le manifestara su deseo de darse a conocer de manera especial a la humanidad para calentar sus fríos y racionalistas corazones. De entre todas las revelaciones que recibió esta monja visitandina tendrá especial importancia la ocurrida el 17 de junio de 1689, en la que el Sagrado Corazón le pedirá que le hiciera llegar al Rey Luis XIV de Francia, el Rey Sol, su deseo de que le consagrara su persona y familia, «prometiendo bendecirle en sus empresas».
Esta consagración no se efectuará ni por él ni por sus sucesores Luis XV y Luis XVI, si bien este último, antes de morir en la guillotina el 21 de enero de 1793, hará esa consagración junto con su familia y jurará hacerla pública si salvaba la vida. La Historia nos muestra una llamativa sincronización de acontecimientos: justo, día por día, 100 años después de esa fecha con esa petición desatendida, caerá la Monarquía Absoluta, el 17 junio 1789, y se desencadenará la Revolución francesa.
La casa de Borbón reinante en Francia no hará, pues, esta consagración, pero poco después, en 1700, tras morir el último de los Austrias –Carlos II– sin descendencia, un nieto de Luis XIV, Felipe V –y con él la Casa de Borbón–, pasará también a reinar en España. Felipe V, sin duda conocía esa histórica petición y, así, el 10 de marzo de 1723 escribirá al Papa Benedicto XIII pidiéndole que, «para mejor contribuir a difundir esta devoción, establezca Misa con oficio propio del Sagrado Corazón de Jesús en sus reinos y dominios». Diez años después, se repetirá en España lo acontecido en Francia: el 14 de mayo de 1733 se producirá en el pucelano colegio de San Ambrosio el correlato español de los sucesos de Francia, cuando el Sagrado Corazón le manifieste al joven jesuita, el hoy beato Padre Hoyos, la conocida como Gran promesa de nuestro país: «Reinaré en España y con más veneración que en otras muchas partes». Promesa, por otra parte, cumplida, puesto que, a día de hoy, son quince las naciones del mundo que han sido consagradas al Sagrado Corazón, y trece de ellas integraban la Monarquía hispánica del siglo XVIII.
La consagración realizada por Alfonso XIII en 1919 que hoy conmemoramos y renovamos, fue impulsada por la jerarquía de la Iglesia y el católico pueblo español. El monumento conmemorativo, erigido por suscripción popular en el Cerro de los Ángeles, fue fusilado y dinamitado recién comenzada la Guerra Civil, y rebautizado como el Cerro Rojo, siendo testigo de sucesivas consagraciones en los años que han transcurrido desde entonces, tras la construcción de un nuevo monumento sobre la cripta actual.
No me cabe ninguna duda de que el acto de hoy en el Cerro de los Ángeles tiene una dimensión histórica y espiritual que solo desde la eternidad de la mirada de Dios podemos acercarnos a vislumbrar.
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