Francisco, nuevo Papa

Desde el balcón de Membrillar 531

Desde el balcón de Membrillar 531
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Los amigos de su barrio recuerdan al hijo del dentista que años después se asomaría a la ventana de la Plaza de San Pedro

Jorge Bergoglio es sencillo, espiritual, con una fe contagiosa. Tiene una vasta cultura académica y popular. Le gusta el tango, el cine, es hincha de San Lorenzo y su rasgo más dominante es su humanidad y cercanía. Es un argentino de pies a cabeza.

Francisco nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, en el seno de un matrimonio de italianos formado por Mario, un empleado ferroviario, y Regina. En el humilde barrio de Flores pasó su infancia, estudió y tomó la comunión. También jugó en sus plazas y mantuvo contacto con los vecinos.

Alrededor de la casa de Membrillar 531, se agolpan los medios. Su amigo de la infancia Osvaldo, comenta que su padre era dentista y atendía a toda la familia. Con risas no señala a la vivienda y comenta «ése es el primer balcón al que se asomó, luego lo hizo en el más importante del planeta, en el de la Plaza de San Pedro» asegura.

A pocos metros se ubica la parroquia de San José de Flores, con la que tiene una relación muy especial. En Semana Santa daba misa y lo esperábamos para este año», dice Gabriel, el párroco.

«Muchos pobres que vienen a alimentarse en el comedor le han escrito cartas, y Bergoglio les ha contestado de puño y letra», dice.

En la agenda del cardenal primado de Argentina había marcado para mañana un compromiso que no cumplirá: celebrar misa para las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia en el colegio en el que, a una calle de su casa, hizo el jardín de infantes y tomó la primera comunión. Tendrán que esperar.

Dos décadas después, Bergoglio se diplomó como técnico químico, pero poco después eligió el sacerdocio y accedió al seminario de Villa Devoto. En uno de los cafés del barrio, nos recibe Francesca Ambrogetti, periodista, escritora y coautora del libro «El Jesuita».

«Cuando le preguntamos cómo se definiría –recuerda Ambrogetti– dijo que como pastor. Hay una anécdota en el libro que lo demuestra: cuando todavía no era cardenal, salía apuradísimo de la catedral cuando un señor lo paró y le pidió que lo confesara. Le dijo que no podía confesarlo, que ya iba a venir otro sacerdote, y siguió camino. Pero dio cuatro pasos, pensó "¿Qué estoy haciendo? ¡Soy sacerdote!", volvió y lo confesó. Cuando llegó a la estación, el tren se había retrasado y pensó que había hecho lo que tenía que hacer».

Cuando se realizaron las entrevistas para «El jesuita», Bergoglio ya era cardenal y su nombre había sonado como Papa, entonces los periodistas le preguntaron qué había sentido y dijo: «Mucha vergüenza, mucho pudor», y nunca quiso tocar el tema, lo cual coincide con la idea de Ambrogetti de que se trata de una persona tímida y respetuosa del secreto que rodea toda elección de un Papa. Hoy, «El jesuita», es el Papa número 266 y se llama Francisco I. Tras seis años en Chile, regresó a Buenos Aires en 1964, para impartir Literatura y Psicología en el colegio de El Salvador, la gran obra Jesuita.

Su sacerdocio comenzó el 13 de diciembre de 1969, año en el que se desplazó a España para cumplir su tercer «probandato» (período de preparación intelectual de los jóvenes sacerdotes) en la Universidad Alcalá de Henares de Madrid.

Además, entre 1980 y 1986, fue profesor en la Facultad de Teología de San Miguel y rector del colegio máximo de la Facultad de Filosofía y Teología, cargos que compartió con el de párroco de la iglesia Patriarca San José, también en San Miguel. La docencia desempeñó un papel muy importante en la biografía del Bergoglio, ya que impartió lecciones en multitud de colegios, seminarios y facultades.

En esta localidad de la provincia de Buenos Aires, Gustavo Boquín, el ex portavoz de Jorge Bergoglio, dialoga con LA RAZÓN sobre cuestiones ligadas a la intimidad y a su personalidad: «Viajaba en colectivo –autobús– y en subte –Metro–, no tenía asistente ni chofer. Se manejaba solo. Vivía en la Curia, en Rivadavia 415, en una habitación muy austera, de cuando se construyó para los obispos». «Comía –anadió– muy frugalmente y de un modo muy simple. Pollo, pescado y verduras al mediodía. Miraba poca televisión y escuchaba la radio. Es un hombre informado», dice Boquín.

«Me acuerdo que una vez falleció un sacerdote, en la misa se emocionó de tal modo y le dolió mucho. Es austero en sus gestos también. No es fácil de darse cuenta de lo que está sintiendo. Pero sí se puede dialogar con él», relata.