Restringido
El sueño de Bergoglio
Desde joven, Francisco albergó un deseo: ser misionero e ir por el mundo a anunciar el Evangelio. Pero, sobre todo, hacerlo en Asia. Es el anhelo que marcó su vocación al sacerdocio y que le dejó una huella imborrable en lo profundo del corazón. Es, además, la razón por la que el argentino decidió ingresar en la Compañía de Jesús a los veintiún años. La orden de San Ignacio ha sido durante siglos el motor de ese «salir a las calles» y «proponer el encuentro» con Jesucristo del que tanto habla Francisco, por activa y por pasiva. Así, el ejemplo de su fundador, san Ignacio de Loyola, y sobre todo el del misionero jesuita navarro san Francisco Javier, que llevó el anuncio de Jesucristo hasta la India y China, le llamaron la atención siempre de manera poderosa. De hecho, este impulso misionero lo lleva en el corazón. Más aún desde que su anhelo por acudir a esta zona del mundo se vio truncado años más tarde de su ingreso en la orden al recibir la negativa del superior general de la Compañía de Jesús, Pedro Arrupe, a la petición que le había realizado de desplazarse a misionar allí. Arrupe consideró en ese momento que era un trabajo demasiado duro para el entonces joven Jorge Mario y argumentó que el futuro Papa no estaba en plenas condiciones físicas ni de salud, dado que años atrás le habían tenido que extirpar una pequeña porción del pulmón derecho a causa de una pulmonía. No obstante, al final Francisco lo ha logrado. No como lo había pensado, ni como lo hubiese esperado, pero ha pisado suelo asiático. Es muy posible que ya hayan comenzado a cumplirse aquellas palabras de Juan Pablo II en las que profetizó que la evangelización del Tercer Milenio tendría de protagonista a Asia. Y Francisco parece saberlo.
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