Benedicto XVI
El valor del bautismo
Resulta fácil acceder a lo que ocurre en quien es bautizado a través de la ceremonia del bautismo. Dos breves diálogos se mantienen. En el primero, al inicio, se le pregunta al candidato –si es un niño, a quienes le representan– qué espera del bautismo. La respuesta es: «Espero la vida eterna».
¿Qué es la vida eterna? Eterna no hace referencia a una vida que no se termine nunca, sino a una vida distinta a la recibida de sus padres. Se espera recibir una verdadera vida. Hace poco, en la montaña, un universitario gritaba en la cima nevada con un cielo espectacular, cuando sólo se tenía a la vista grandiosidad y paz: «¡Esto es vida!». Amor, paz, tranquilidad, belleza, verdad, comprensión, bien, alegría... son realidades a las que espontáneamente reconocemos como «vida». Ésta es la vida que esperamos recibir del bautismo.
¿Cómo ocurre esto? En el bautismo somos insertados en una nueva sociedad de amigos, la familia de Dios; a partir de ese momento tenemos la compañía de amigos que nos acompañan siempre, que nos ofrecerán luz, calor y fuerza. De ellos recibiremos luz para afrontar nuestra vida, dirección para seguir el camino conveniente. Calor y fuerza en todas las situaciones de la vida. Como predicaba Benedicto XVI: «La familia de Dios siempre estará presente y los que pertenecen a esta familia nunca estarán solos; tendrán siempre la amistad segura de Aquél que es la vida».
Ahora bien, éste es un don que no sólo se recibe, sino que exige querer recibirlo. Por eso hay un segundo diálogo. En éste se piden tres noes y tres síes. Tres noes para renunciar al estilo de vida de muerte, que huye de la realidad buscando una felicidad falsa: no a las drogas, la mentira, el fraude, la injusticia y el desprecio del prójimo, etc. Y tres síes: a la existencia de un Dios Padre Creador; al Hijo que tiene cuerpo y sangre, un rostro; a la Iglesia que nos ofrece la misma vida de Dios mediante su Espíritu. ¡Qué viva el bautismo!
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