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El Papa a menores en prisión: luchen por su resinserción

Francisco condena la «cultura del adjetivo, que descalifica a la persona», e incide en que hay que pelear más por crear oportunidades que en murmurar

Francisco, a su llegada al recinto donde se celebra la JMJ | EFE
Francisco, a su llegada al recinto donde se celebra la JMJ | EFElarazon

Francisco condena la «cultura del adjetivo, que descalifica a la persona», e incide en que hay que pelear más por crear oportunidades que en murmurar.

Francisco es el Papa de los jóvenes, y ellos lo saben bien. La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Panamá es un auténtico hervidero de fe, entusiasmo y esperanza. Un encuentro que reúne a más de 200.000 peregrinos que no se cansan de vitorearle en cuanto tienen ocasión. Y el Pontífice les quiere, y se nota en cada uno de sus discursos. Aunque esta JMJ no pasará a la historia como la que ha congregado a más jóvenes, sí lo hará por ser la primera que habla directamente al «corazón» de Centroamérica, y que intenta reconstruir el ánimo de tantos jóvenes heridos por la violencia, la delincuencia y la corrupción de sus países.

Dos fueron los eventos centrales de ayer. Por un lado la visita del Santo Padre al Centro de Menores «Las Garzas», y por otro, el Vía Crucis. Antes de hablar a los menores, Francisco mantuvo un breve encuentro con un grupo de 450 peregrinos cubanos y dos obispos del país. Después, se trasladó al pequeño barrio de Pácora, en la periferia. Aunque no estaba previsto, Francisco realizó un breve recorrido en papamóvil para saludar a los lugareños. Una vez más mostró que es el «Papa de las periferias». A continuación, en «Las Garzas», por primera vez en una JMJ, el Pontífice y otros dos sacerdotes confesaron a doce de los menores.

En la homilía que ofreció durante la Penitencial, Bergoglio criticó a aquellos que ponen «rótulos y etiquetas que congelan y estigmatizan no solo el pasado, sino también el presente y el futuro de las personas». Denunció que «la cultura del adjetivo que descalifica a la persona». «Qué dolor genera ver cuando una sociedad concentra sus energías más en murmurar e indignarse que en luchar y luchar para crear oportunidades y transformación», subrayó. Una transformación que será posible –dijo– si buscan y escuchan «las voces que impulsan a mirar hacia delante y no las que los tiran abajo». Toda una llamada a «buscar los caminos de inserción».

Por la tarde, Francisco regresó a la Cinta Costera para celebrar el viacrucis, que expuso la realidad latinoamericana en cada uno de los catorce pasos. Y todavía resuenan las palabras del Papa a los políticos, a quienes pidió servir verdaderamente al bien de los ciudadanos y les advirtió de la necesidad de ejercer una política honesta.

Un mensaje que llama la atención cuando la cercana Venezuela atraviesa unos momentos de enorme tensión. Pero también un toque de atención para los gobernantes de Nicaragua. Un llamada a una vida «conforme a la dignidad y autoridad que revisten y que les ha sido confiada» y «construir una política auténticamente humana».

La espontaneidad de Francisco no conoce límites, y cuando deja Roma para un gran viaje la pone en práctica en todo su esplendor. Un gesto que sorprendió a todos fue el que tuvo hacia el Papa emérito Benedicto XVI. Ocurrió durante la Ceremonia de acogida y apertura de la JMJ en el Campo Santa María la Antigua. Hablaba a los jóvenes con la riqueza de las diferencias, y lo importante de que se hayan reunidos estos días en Panamá peregrinos de culturas tan diversas.

«¿Saben quién dice eso?», preguntó de improviso. «El Papa Benedicto XVI, que está mirando y lo vamos a aplaudir. ¡Le mandamos un saludo! Desde acá. Él nos está mirando por la televisión. Un saludos, todos, con la mano al Papa Benedicto», dijo con fuerza Francisco.

Su discurso continuó centrado en el amor de Dios. Un amor «de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que sana y levanta». «El amor silencioso de la mano tendida en el servicio y la entrega. Es el amor que no se pavonea, que no la juega de pavo real, que se da a los humildes. Ése es el amor que nos une a nosotros», añadió el Papa Francisco.