Roma
Francisco pide por los cristianos perseguidos en su primer «Urbi et Orbi»
Francisco celebra su primera Navidad como Papa con la Misa del Gallo y la bendición «Urbi et Orbi». El Santo Padre pide el cese de la violencia en el planeta y reza por los cristianos perseguidos: «¡Las guerras destrozan tantas vidas!». «La verdadera paz no es una fachada»
Los ha vuelto a poner en el mapa, del que desaparecen cuando las guerras que atraviesan se enquistan y los números no son lo suficientemente demoledores como para arrancar un titular. Congo, Sudán del Sur, Irak... En su primer mensaje de Navidad y bendición «Urbi et Orbi» como Papa, Francisco hizo su particular radiografía de la violencia que soportan algunas regiones del planeta. Y frente a las armas, el Obispo de Roma presentó al Niño Jesús. «Dios es nuestra paz: pidámosle que nos ayude a construirla cada día, en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestra ciudades y naciones», expresó el Papa, que exclamó: «¡Las guerras destrozan tantas vidas y causan tanto sufrimiento!».
Con el aplomo del que hace gala en los momentos de duda, la improvisación que le puede cuando toca abordar una situación de injusticia y la alegría que contagia cuando busca ser cercano con el que tiene frente a él, el Papa se dirigió a las 70.000 personas que abarrotaban la plaza de San Pedro para pedir a creyentes y ateos que trabajen juntos por la paz. Y lo hacía desde el balcón de la Logia central de la basílica de San Pedro, el mismo al que se asomaba por primera vez como Pontífice hace nueve meses con cierta timidez, pero con aquel silencio y aquella manera de inclinarse en plena oración que dio la vuelta al mundo. «La verdadera paz no es un equilibrio de fuerzas opuestas, no es pura fachada que esconde luchas y divisiones. La paz es un compromiso cotidiano, es artesanal que se logra contando con el don de Dios, con la gracia que nos ha dado en Jesucristo».
Su oración comenzó por Siria, pidiendo a las partes en conflicto el cese de la violencia, además de garantizar «el acceso a la ayuda humanitaria», alegrándose de que aquella intervención militar exterior no se llevara a cabo: «Hemos podido comprobar la fuerza de la oración». «Sin ayuda externa, muchas personas no sobrevivirán», comentaba precisamente ayer el padre Andrzej Halemba, responsable de Ayuda a la Iglesia Necesitada para Oriente Medio, sabedor de que 11.000 niños han sido asesinados a sangre fría por francotiradores o como resultado de la tortura y las ejecuciones.
Al abordar la situación de República Centroafricana, «olvidada por los hombres», el Santo Padre quiso recordar la situación «de violencia y miseria» del país que ha llevado a sus habitantes a carecer de «techo, agua y alimento, sin lo mínimo indispensable para vivir», llevándola a sufrir la peor crisis de su historia. «Dos grupos armados se enfrentan entre sí. Por un lado, Seleka y, por otro, los anti Balaka. Aunque la característica de este movimiento puede sugerir un conflicto religioso entre musulmanes y cristianos, es ante todo una lucha fratricida entre centroafricanos, en el contexto de la desintegración del Estado», denuncia monseñor Néstor Désiré Nongo-Aziagba, obispo de Bossangoa, que está viviendo en primera persona las consecuencias de esta tensión.
No es más alentador el panorama en Sudán del Sur, donde se corre el peligro de que el joven Estado (independiente desde julio de 2011) se vea atrapado en una espiral de conflicto étnico. Tanto es así, que los líderes cristianos se han unido para pedir a quienes están detrás de las tensiones que no instrumentalicen el tribalismo.
Por eso, ayer, Francisco imploró al Príncipe de la Paz –como designa el profeta Isaías al Salvador que ha de venir– que convierta el corazón de los violentos «para que depongan las armas y emprendan el camino del diálogo», una petición que hizo extensible a Nigeria e Irak. Con la vista puesta en su peregrinación a Tierra Santa el próximo mes de mayo, el Papa argentino rezó para que «lleguen a feliz término las negociaciones de paz entre israelitas y palestinos». Preocupado por los cristianos perseguidos «a causa de tu nombre», mostró su preocupación por los desplazados y refugiados en el Cuerno de África y el este de la República Democrática del Congo, además de tener presentes a las víctimas de los desastres naturales, como el de Filipinas.
Por una vida digna
«Haz que los emigrantes, que buscan una vida digna, encuentren acogida y ayuda», sentenció el Obispo de Roma, subrayando de nuevo que no se repitan episodios como el de Lampedusa. Mirando a Jesús en el pesebre, Francisco también oró por los «niños secuestrados, heridos y asesinados en los conflictos armados, y sobre los que se ven obligados a convertirse en soldados», además de recordar a las víctimas y promotores de la trata de seres humanos. «A menudo la codicia y el egoísmo de los hombres explotan indiscriminadamente», se lamentó para hacer una invitación a los presentes: «No pasemos de largo ante el Niño de Belén. Dejemos que nuestro corazón se conmueva, se enardezca con la ternura de Dios; necesitamos sus caricias», reflexionó.
Al finalizar el mensaje, el Papa Francisco impartió la bendición «Urbi et Orbi» –a la ciudad y al mundo–. «A todos ustedes, queridos hermanos y hermanas, venidos de todas partes del mundo a esta plaza, y a cuantos desde distintos países se unen a nosotros a través de los medios de comunicación, les deseo una ¡Feliz Navidad!», dijo exclusivamente en italiano, al contrario que sus predecesores que solían hacerlo en múltiples idiomas. El Pontífice deseó el «don navideño de la alegría de la paz» que genera «la esperanza evangélica» de la gruta de Belén para todos los niños, ancianos, jóvenes, familias, pobres y marginados, y pidió además el consuelo de Jesucristo para quienes «pasan por la prueba de la enfermedad y el sufrimiento y sostenga a los que se dedican al servicio de los hermanos más necesitados».
Luz en la tiniebla
Francisco invitó a los asistentes a la Misa del Gallo en la Basílica de San Pedro en Nochebuena a caminar «en la luz». «En nuestra historia personal se alternan luces y sombras. Si amamos a Dios y a los hermanos, caminamos en la luz, pero si nuestro corazón se cierra, si prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera», advirtió el Papa que recordó que «Dios nos ama, nos ama tanto que nos ha dado a su hijo como nuestro hermano, como luz para nuestras tinieblas. El Señor nos dice una vez más: ''No temáis''. Y también yo os repito: ''No temáis''».
El detalle
UN PANETONE DE 8 KILOS PARA LOS OBREROS
Un enorme nacimiento preside la plaza de San Pedro del Vaticano. Benedicto XVI solía asomarse, cada 24 de diciembre, a la ventana de su apartamento y allí encendía la vela de la paz, que dejaba en su ventana según la tradición romana de Nochebuena. Jorge Mario Bergoglio bendijo su vela en Santa Marta y se la entregó al cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la basílica vaticana. El Papa también se hizo presente al regalar un panetone de 8 kilos a los obreros responsables de preparar el belén.
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