Juan Pablo II
Juan Pablo II y Benedicto XVI, dos papas codo con codo
Ratzinger se convirtió en el teólogo de Wojtyla, con el que trabajó 24 años. Pese a su gran relación, siempre se trataron de usted
«Queridos hermanos y hermanas, después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador en la viña del Señor». Desde el inicio de su pontificado, cuando apareció con el gesto tímido y la voz aflautada por primera vez vestido de blanco en el balcón central de la basílica de San Pedro el 19 de abril de 2005, Benedicto XVI tuvo bien presente una referencia en su pontificado, la de su «amado predecesor», Juan Pablo II. No es extraño que así lo hiciera. Joseph Ratzinger llegaba al solio pontificio después de uno de los pontificados más largos e influyentes de la historia de la Iglesia y en el que, además, había sido uno de los principales colaboradores de su protagonista, Karol Wojtyla.
El entonces cardenal Ratzinger trabajó codo con codo con Juan Pablo II desde finales de 1981, cuando le llamó a Roma para que se pusiera al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Con fama de eminente intelectual, el hasta entonces arzobispo de Múnich y Freising se convertiría desde aquel momento en el teólogo del Papa.
Aunque Ratzinger y Wojtyla nunca dejaron de tratarse de usted, surgió entre ambos una relación de profunda confianza que llevaba al Pontífice a hacer suyas las propuestas que el purpurado alemán le hacía en materia teológica. Durante 24 años fueron las dos caras de una misma moneda, como se vio a la perfección en la operación de Roma para pararle los pies a algunos protagonistas de la Teología de la Liberación. El rostro visible de esta estrategia fue el del Papa polaco, quien estaba muy preocupado porque la Palabra de Dios quedara contaminada por la ideología marxista, cuyas consecuencias conocía bien por su experiencia de vida bajo el régimen soviético. Lo hizo multiplicándose con proclamas y viajes a América Latina, donde había prendido esta teoría teológica. Al mismo tiempo, desde el romano Palacio del Santo Oficio Ratzinger realizaba una callada labor de zapa desarmando los argumentos de estos teólogos díscolos.
El que después se convertiría en obispo de Roma con el nombre de Benedicto XVI rememoraba aquellos años de estrecha colaboración en una entrevista con la Radio Vaticana emitida en noviembre de 2001: «Los recuerdos más intensos están ligados a los encuentros con el Papa en los grandes viajes y al gran drama de la teología de la liberación, donde buscamos el camino justo. Los encuentros ordinarios con el Papa son quizá la experiencia más enriquecedora, pues se habla de corazón a corazón y constatamos la común intención de servir al Señor. Vemos cómo el Señor nos ayuda también a encontrar compañía en nuestro camino, pues yo no hago nada solo. Esto es muy importante: no hay que tomar decisiones personales solo, sino con gran colaboración. Y esto siempre en la senda de la comunión con el Papa, que tiene una gran visión de futuro. Él me confirma y me guía en mi camino».
Estrecha colaboración
Sobre cómo veía él al hombre que luego le tocaría suceder como Pontífice en 2005 e incluso proclamar beato en 2011, comentaba: «El Papa es sobre todo muy bueno. Es un hombre que tiene un corazón abierto. Es también un hombre bromista, con el que se puede hablar con gran alegría y tranquilidad. No estamos todo el tiempo subidos en las nubes; estamos en esta vida... Esta bondad personal del Papa me convence una y otra vez. No hay que olvidar tampoco su gran cultura, su normalidad, y el hecho de que tiene los pies sobre la tierra».
Ya como Papa emérito, Benedicto XVI ha arrojado algo más de luz sobre cómo era su relación con su «amado predecesor», como le gusta llamarle, en «Junto a Juan Pablo II. Sus amigos y colaboradores nos hablan de él» (Biblioteca de Autores Cristianos, BAC), en el que el periodista polaco Wlodzimierz Redzioch recoge 23 testimonios de los principales colaboradores y amigos de Wojtyla.
«A menudo habría tenido motivos suficientes para criticarme o poner fin a mi tarea de prefecto. Y sin embargo me sostuvo con una fidelidad y una bondad absolutamente incomprensible», dice Benedicto XVI de Juan Pablo II.
La autenticidad y la libertad, que luego haría suyas durante los años de su pontificado, son dos de las características que más admiraba Ratzinger en Wojtyla. «Juan Pablo II no pedía aplausos ni se preocupaba nunca de cómo iban a ser acogidas sus decisiones. Él actuó a partir de la fe y de sus convicciones y estaba preparado para recibir golpes. La valentía de la verdad es para mí un criterio de primer orden de la santidad. Sólo a partir de su relación con Dios es posible entender su indefenso compromiso pastoral. Se entregó con una radicalidad que no puede explicarse de otra manera», responde Benedicto XVI a las preguntas de Redzioch.
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