Sociedad
La iglesia que no duerme
Son 24 horas diarias, siete días a la semana. Sacerdotes y religiosas se dedican a atender urgencias que van más allá del 112: desde madres que se han peleado con sus hijas hasta mujeres en riesgo de convertirse en víctimas de trata.
Son 24 horas diarias, siete días a la semana. Sacerdotes y religiosas se dedican a atender urgencias que van más allá del 112: desde madres que se han peleado con sus hijas hasta prostitutas en riesgo de convertirse en víctimas de trata.
El reloj marca ya las doce de la noche, pero David permanece despierto. Es su primera guardia. Pronto recibe la primera llamada que le sacará de casa para atender una urgencia. No es médico ni enfermero. Tampoco policía. Es un sacerdote voluntario del Servicio de Asistencia Religiosa Urgente (Sarcu), creado para dar respuesta a un tipo de emergencia a las que no pueden llegar los profesionales del 112. Las emergencias del alma.
Puesto en marcha el 15 de mayo por la Archidiócesis de Madrid a instancias de su cardenal Carlos Osoro, atiende casos graves durante la noche, cuando las parroquias permanecen cerradas y es muy difícil encontrar un párroco, ya sea para dar la unción o proporcionar apoyo en accidentes o en violaciones de derechos humanos. Realmente, al teléfono del Sarcu (91 3717 717) puede llamar cualquier ciudadano de Madrid que requiera asistencia religiosa de urgencia. Una ayuda que la Iglesia presta a todos, con firmeza y sin inmutarse pese a los ataques que la institución sigue recibiendo: el último, el perpetrado el pasado viernes contra la capilla de la Universidad Autónoma de Madrid.
Hace menos de un mes, David se estrenó como voluntario. Después de recibir en su móvil el primer aviso, se puso en contacto con la persona que requería su servicio. «Era una mujer que tenía a su padre muy enfermo en casa, los médicos le confirmaron que ya estaba en fase de agonía y quería que recibiese la unción». El protocolo dicta que, en estas situaciones, los sacerdotes siempre deben ir acompañados, «así que le dije a mi compañera, una madre de familia que ya está jubilada y que quería colaborar con esta iniciativa, que debíamos desplazarnos con rapidez». Al llegar a la casa del enfermo «le administré el sacramento, rezamos junto a su hija y nos despedimos», explica.
Esa noche, a las cuatro de la mañana, volvía a sonar el móvil de David. Una madre llamaba angustiada porque su hija había salido de fiesta para celebrar el final de los exámenes de Bachillerato y no consiguió hacerla entrar en razón para que volviese a casa. «Existía entre ellas un problema grave de convivencia. Y la madre, que se había convertido recientemente, estaba intranquila, era muy tarde y tenía miedo, así que pensó en contactar con un sacerdote para que le guiase en la negociación con su hija», relata.
«El siervo de Dios sabe abrir las puertas de su tiempo y de sus espacios a los que están cerca y también a los que llaman fuera de horario». Unas palabras del Papa Francisco que ejemplifican muchos religiosos, como David y demás sacerdotes voluntarios del Sarcu. Y otros, como el Padre Ángel o Peio Sánchez, que mantienen abiertas sus parroquias –la de San Antón en Madrid y la de Santa Anna en Barcelona– las 24 horas del día, para que todos aquellos que malviven en las calles puedan encontrar refugio. Para ofrecer una respuesta integral a estas personas sin hogar la Iglesia también tiene servicios como el centro Cedia, gestionado a través de Cáritas, que funciona noche y día, de lunes a viernes los 365 días del año.
Una Iglesia que nunca duerma. Es lo que pide Francisco, que siempre permanezca presta «con un corazón abierto y tierno con los débiles». Y ésa es la razón por la que sor Ana Almarza se mete en la cama con el móvil.
Once de la noche del 7 de junio. Llaman de la Oficina de Asilo y Refugio del Aeropuerto de Barajas para la identificación de una posible víctima de trata. El proyecto Esperanza, con Almarza al frente, se pone en marcha. Esta iniciativa de la congregación de las Hermanas Adoratrices, que desde su fundación trabaja con mujeres en contextos de prostitución, surge en 1999 para dar respuesta a un problema global cada vez más frecuente, la captación de personas con fines de explotación ya sea sexual o laboral. Formado por cuatro hermanas y 16 profesionales con distintos perfiles, el proyecto Esperanza trabaja en red con la Policía, los funcionarios del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche, sanitarios de centros de salud y oenegés en el proceso de identificación de posibles mujeres víctimas de trata.
«La primera fase, la identificación, siempre es la más complicada porque, muchas veces, las mujeres no saben siquiera dónde están ni que son víctimas de un delito», explica Almarza, religiosa adoratriz y directora del proyecto. El miedo y la desconfianza son con lo que primero tienen que lidiar la mediadora social y la abogada que acuden al primer encuentro. Ocurre que, a menudo, el proceso de captación se produce en su entorno cercano. «Son engañadas por su novio, su padrastro, sus vecinas... prometiéndoles un trabajo y una vida mejor en Europa. Pero cuando llegan aquí son obligadas a ejercer la prostitución para pagar una supuesta deuda contraida por el viaje». Aunque «sea un delito de libro», dice Almarza, en ocasiones «las chicas están tan confundidas que no saben cómo han llegado a esa situación».
La mujer que han ido a visitar al aeropuerto ha aceptado el recurso de emergencia que ofrecen las hermanas Adoratrices, un espacio de seguridad y anonimato abierto las 24 horas del día. «Sufren violaciones, engaños, amenazas, abusos, violencia... Así que cuando llegan a nosotras intentamos creer un vínculo sin hacer demasiadas preguntas». Lo primero que reciben en esta casa de emergencia es un abrazo y un kit con ropa y algunos enseres. «Suelen venir sin nada, incluso sin pasaporte», apunta la religiosa. Al día siguiente, se les ofrece una atención continuada en la casa para su recuperación integral física y psicológica. Si quieren retornar a su país, también se les da ayuda jurídica y, si deciden quedarse, pasan a una vivienda junto a otras seis chicas y cuatro hermanas hasta que están preparadas para tomar las riendas de su vida. En ese punto ya está Cintia. Esta joven africana lleva un año en el proyecto y ya está lista para abandonarlo. Ha conseguido trabajo cuidando niños y espera poder vivir de forma autónoma con ello.
Como en el caso de Cintia, las Hermanas Adoratrices atendieron en 2016 a 198 personas de 24 nacionalidades distintas. Y en lo que va de año, su teléfono de emergencia, el 607 542 515, ha sonado más de 70 veces. La Embajada de Paraguay hizo la última llamada comunicándoles un posible caso de trata para fines de explotacion laboral en el ámbito doméstico. No hay perfiles en la trata y los casos son variados. Recuerdan que el año pasado, por estas fechas, acompañaron incluso a la Brigada provincial de la Policía especializada en el tema de la trata en una redada a un chalé donde se obligaba a chicas asiáticas a prostituirse, para ofrecerles su acompañamiento y recursos.
Allí o en cualquier otro lugar donde se vulneren los derechos y la dignidad de la personas «la Iglesia está obligada a intervenir», dice sin titubeo Ana Almarza. «Llevo 34 años viviendo con mujeres en contextos de prostitución y 20 con víctimas de trata y, pese a ello, no he hecho callo», reconoce. Desde primera línea de batalla clama a los partidos políticos por un Pacto de Estado contra este crimen, que la mayoría de las veces queda impune: en España sólo se identifica a una de cada 20 víctimas.
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