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La sombra de Caín

LO CAÍDOS. El Santo Padre visitó el cementerio militar de Fogliano Redipuglia, que alberga los restos de los miles de caídos en este frente del noreste de Italia en la Gran Guerra
LO CAÍDOS. El Santo Padre visitó el cementerio militar de Fogliano Redipuglia, que alberga los restos de los miles de caídos en este frente del noreste de Italia en la Gran Guerralarazon

El Papa Francisco camina con la cabeza inclinada entre las blancas tumbas del cementerio de Fogliano Rediplugia, donde reposan los restos de miles de soldados austrohúngaros que murieron en la I Guerra Mundial, hace ahora cien años. En el verano de 1914 se abrió un abismo de horrores, una masacre inútil, ante la que Benedicto XV alzó la voz en vano. Como en vano fue el dramático llamamiento de Pío XII en 1939 para conjurar el estallido de la II Guerra Mundial. Se aproximaba la trágica «hora de las tinieblas», cuando –escribe Pacelli en su primera encíclica– «el espíritu de la violencia y la discordia derrama sobre la Humanidad una sangrienta copa de dolor sin nombre».

Hoy, su sucesor, ha vuelto a hablar de «una tercera guerra mundial a pedazos», con crímenes, masacres, destrucción, como ya había dicho a su vuelta de Corea. Francisco lo ha repetido en la homilía de la misa, una meditación basada en el Génesis sobre la locura de la guerra, que destruye y trastoca todo, impulsada por la codicia, la intolerancia y la ambición, a menudo justificada por una ideología. Pero incluso cuando esta falta, resuena la respuesta de Caín: «¿Y a mí qué me importa?» A la sombra de Caín se han multiplicado por millones las víctimas en un siglo ensangrentado por dos guerras mundiales y todavía decenas de miles son sacrificadas en guerras olvidadas, pero no menos feroces. ¿Cómo es posible esto?, se pregunta el obispo de Roma, que ha vuelto a denunciar «los intereses geopolíticos, la codicia del dinero y del poder» y a acusar con vigor a los «traficantes de la guerra», los auténticos «planificadores del terror y los organizadores de los conflictos», que con el comercio de las armas generan pesadillas y falsas esperanzas en los pueblos, como denunció Pablo VI en la ONU.

Ante esta trágica realidad, se eleva la voz del Evangelio, que anima y advierte: el que cuida de su hermano entra en el gozo del Señor, pero aquéllos que no lo hacen, quienes se refugian en la indiferencia diciendo «¿y a mí qué?», ésos serán expulsados. Para salvarse es necesario salir de la sombra de Caín e invocar la capacidad del llanto, «porque ésta es hora de llorar», concluyó el Papa.