Instituciones religiosas
Un lugar para compartir el saber profano y divino
El arzobispado de Tarragona inaugura «El Seminari»: 7.000 m2 abiertos al mundo
Tarragona es una ciudad en la que los testimonios del pasado se engarzan con el presente. No es difícil imaginar a San Pablo, quizá en el año 65 d.C., paseando junto a alguna de sus columnas, hablando con inquietos tarraconenses que le preguntarían, como los habitantes de Atenas, «¿qué son esas enseñanzas novedosas que presentas?»
La carta de Clemente de Roma, del año 100, dice que Pablo alcanzó «los confines de occidente» y el mismo Pablo, en su Carta a los Romanos, da por seguro su viaje a Hispania. Hoy hay expertos que piensan que pudo llegar exiliado: en esa época, por ejemplo, los hijos del rey Herodes, Antipas y Arquelao, fueron desterrados a la Galia y a Hispania.
En cualquier caso, Pablo sigue estando muy presente en el corazón de Tarraco, y la vieja capital hispánica sigue acogiendo y escuchando a quien tenga cosas valiosas que decir. De alguna manera, esta herencia queda representada en el nuevo edificio del Seminario, en cuyo claustro se mantiene una pequeña capilla del siglo XIII dedicada al santo. En la colina donde estuvo la Acrópolis romana, el edificio del Seminario se ha convertido en un nuevo centro para el intercambio del saber, divino y profano. El edificio del siglo XIX se ha ampliado recientemente con un esfuerzo impresionante del arzobispado, con la colaboración del ayuntamiento y la Diputación. Por Tarragona ha pasado mucha historia y la ciudad intenta retener la sabiduría y la belleza de los siglos que pasan. El nuevo complejo de 7.000 metros cuadrados de «El Seminari», cerca de la muralla del siglo II, de la catedral de Santa María, del Museo Bíblico, del Museo Diocesano y del palacio arzobispal, se enmarca en esa historia viva. Su biblioteca, por ejemplo, aloja más de 120.000 volúmenes, con incunables y fondos que datan del siglo XIII.
Las instalaciones alojan, desde 1996, el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Sant Fructuós, que aspira a ser uno de los centros internacionales de estudios paleocristianos más prestigiosos, junto con el Instituto Patrístico de Roma y la Universidad San Dámaso de Madrid. En Madrid hay muy buenos especialistas en cristianismo antiguo, pero en Tarragona los niños juegan entre pilares y murallas milenarias al caer la tarde, hoy, como en tiempos de San Pablo. La evocación es una ventaja. Más de 300 alumnos se matriculan en el Instituto Sant Fructuós, por ejemplo, para obtener la licenciatura en Ciencias Religiosas.
Pero «el Seminari» ofrece también un programa de formación en ética empresarial y profesional, recordando a los empresarios, con un enfoque amplio, unas palabras de Benedicto XVI: «La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona». Así, el arzobispado de Tarragona, la diócesis primada de la Tarraconense, se convierte en un areópago del siglo XXI, donde parecen resonar las mismas palabras que Pablo escuchó en Atenas y probablemente también en Hispania, cuando -dicen los Hechos de los Apóstoles- «algunos filósofos epicúreos y estoicos entablaban conversación con él» y comentaban: «Nos vienes con ideas que nos suenan extrañas, y queremos saber qué significan». «Queremos saber» es un deseo que no envejece.
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