Coronavirus

La gestión de las decisiones en una pandemia

«Ser eficaz pasa por detectar el mayor número posible de personas que aún no han manifestado síntomas», asegura en un artículo de opinión el profesor de la Universidad Internacional de Cataluña

Madrid recibe veinte respiradores que irán "directos" al hospital de Ifema
Personal sanitario en los exteriores del Hospital de Ifema, en MadridChema MoyaEFE

Parece razonable pensar que una pandemia nace de una epidemia mal resuelta inicialmente por el país que la sufre y mal valorada por quien debe protegerse de ella evitando que le llegue.

Sobre qué debemos hacer ante lo que llamamos brote epidémico, todos estaremos de acuerdo: identificar, aislar y tratar a los afectados e impedir el contagio del resto de la población. Si no existe tratamiento, acelerar la investigación de una vacuna o de una terapia. En ese camino estamos. De la eficacia de las decisiones tomadas para todo ello nos darán fe los resultados. En su acierto y su gestión está, pues, la clave.

Pero las decisiones también las condiciona un entorno. Es un factor a tener en cuenta, la consideración de que las epidemias son cosas del pasado y que, de darse algún foco, lo será lejos de la Europa del bienestar. Y, por mucho que las epidemias no tengan fronteras, si algo llega aquí, afirmamos estar preparados y tener los sistemas sanitarios más robustos del mundo para atendernos, aunque no sea lo mismo que para protegernos.

Además, ya tuvimos una experiencia en tomar decisiones precipitadas y exageradas como fue el caso de la gripe A, dirían también algunos.

En nuestro país ese conjunto de apreciaciones pesa en la toma de decisiones. También pesan, y mucho, las consecuencias económicas de decidir aplicar ante grandes males, grandes remedios. Esos pesos van a condicionar el fijar el cuándo aplicar las medidas para hacer efectivo lo que hay que hacer: diagnosticar, tratar y aislar para evitar el contagio. De ese cuándo va a depender, en buena parte, el resultado y la capacidad de respuesta. Si el cuándo no se ajusta bien por razones de cautela, o su ritmo no es el adecuado, el volumen de población afectada puede crecer desbordando la capacidad de respuesta humana y material.

Pero no todo depende del cuándo, sino también del cómo. Admitido que la epidemia es pandemia y nos ha llegado, ver el comportamiento que otros tienen y los resultados que obtienen pude servir de ayuda. Parece evidente, no solo porque la teoría lo recoja, que el confinamiento radical desde un principio se muestra eficaz en la contención del contagio. Confinamiento general, de Comunidades Autónomas, municipios, ciudades o barrios según las circunstancias es pues procedente.

No ha dejado de ser sorprendente ver en las grandes ciudades de nuestro país como la comunidad china cerraba sus comercios por «vacaciones» y desaparecía prácticamente de las calles algo alarmada, antes de la esperada declaración del Estado de Alarma y la contemplación de un amplio confinamiento domiciliario. La mayoría de la población ha secundado el quedarse en casa, pero no somos todo lo buenos que deberíamos ser, por mucho que nos instalemos en el buenismo. La eficacia de la confinación dependerá de hasta donde seamos capaces de acercarla, de forma rápida y no a pequeñas dosis, a un «toque de queda» y de parar el país sin dejar de gestionar adecuadamente los servicios esenciales. La herramienta es el Estado de Alarma. Como hemos dicho en otras ocasiones, las consecuencias económicas son, más tarde o más temprano, reversibles. La mortalidad no, y los vulnerables no tienen otra defensa que la gestión eficaz de las decisiones.

Esa gestión eficaz pasa por detectar el mayor número posible de personas que aún no han manifestado síntomas para proceder a su aislamiento y control evolutivo. El argumento de no utilizar mascarillas si no padeces la infección no es muy sostenible si nadie tiene la certeza de su estado. Peor aún si es consecuencia de no tener disponibilidad universal de ellas y además no se dispone de capacidad para extender los tests con proximidad a la mayor parte de la población, empezando por la vulnerable y la de mayor riesgo.

El cómo nos lleva al dónde. Nuestro sistema sanitario, como cualquier otro europeo en circunstancias similares, no tiene capacidad de dar respuesta sostenida a la demanda que el elevado y rápido crecimiento de afectados conlleva. Esa respuesta reactiva al caso con sintomatología sólo puede mantenerse con una respuesta proactiva buscando a los asintomáticos, frenando tanto su papel de vector como su llegada con síntomas a los dispositivos sanitarios.

Nuestro sistema sanitario hace tiempo que tiene unos recursos humanos, unos recursos tecnológicos y unos equipamientos insuficientes para su demanda ordinaria. Ésta ha crecido en las últimas décadas por dos factores que son el incremento poblacional y la mayor longevidad. Fruto ésta del buen hacer de la atención sanitaria y la innovación tecnológica y farmacológica que ha permitido cronificar enfermedades antes de fatal pronóstico a corto plazo. La necesaria revisión de nuestro Sistema Nacional de Salud lleva tantas décadas documentada como no abordada.

El haber recurrido a la sanidad privada no es una debilidad, sino todo lo contrario, si nos sirve para romper dicotomías. Toda la atención sanitaria es de responsabilidad pública con indiferencia de quien sea el titular y quien la financie.

No debemos tampoco olvidar que además del dónde, necesitamos el con qué. La determinación, lo mayor precisa posible, de las necesidades de materiales y equipos con la debida antelación es una herramienta indispensable condicionada por el cuándo. La centralización de la demanda y la catalogación de productos como garantía de acceso equitativo a lo necesario debe pasar más por controlar la compra que no por hacerla. No deben darse demoras en los abastecimientos por razones administrativas. Aunque no hay nada exento de dificultades en estos momentos. Por delante de nosotros, la necesidad de países como China e Italia que han acaparado gran parte de equipamientos de primera necesidad para las UCIs, como son los respiradores.

Las decisiones en una situación como la que vivimos son de extraordinaria dificultad. Lo mejor que podemos hacer para ayudar a aquellos que deben tomarlas es contribuir con aportaciones constructivas desde la política, la ciencia y la sociedad civil en todo momento, sin esperar al final. Ya tenemos la pandemia de este siglo, y su gestión nos debe servir de referente para ejemplarizar un patrón de comportamiento en que nadie debe buscar rédito.