Coronavirus
Con la salud no se juega
«No se puede combatir la enfermedad cuando es reemplazada con mentira y ocultación», afirma en un artículo de opinión Francisco Toquero de la Torre, ex vicepresidente general de la OMC y de la UEMO
La crisis sanitaria del coronavirus está implicando un desafío para el mundo en general y España en particular, para la libertad, para la salud, y para la ciudadanía. Se asimila a una situación de guerra, con continuas comparaciones y metáforas justificativas de indolentes e injustos actos por parte del Gobierno de la nación y «su mando único» y, los ciudadanos crédulos en un verdadero estado democrático, aceptamos un estado de emergencia cuya necesidad era clara en un principio, pero que ahora se demuestra a todas luces una estratagema perversa de aviesas intenciones partidistas y partidarias y de claro abuso de gobierno.
Hay muchas formas de combatir el coronavirus, pero combinar ideología, mentiras y la soberbia de la mala ciencia, de la estulticia e ignorancia de una gestión no debiera ser una de ellas. ¿Hay que estar asustado y alerta? Lamentablemente, sí. El virus, en contra de lo que nos quieren inculcar en una estrategia de miedo perenne, no se va a ir, y estamos ante un sistema sanitario que en absoluto ha fallado, sino que ha funcionado con déficits estructurales debido a su progresiva descapitalización económica, en recursos y de profesionales de todos los gobiernos e ideologías en los últimos años; recordemos que las CC AA son las responsables de sus sistemas de salud al 100%, y son gobernadas por la más variopinta corte de ideologías y coaliciones, incluso, «contra natura». En las últimas semanas se han extendido como el virus mismo las formas autoritarias de luchar (supuestamente) contra la enfermedad, desde finales de enero, se ha demostrado que el Gobierno despreció una suerte de informaciones que, de haber sido buenos gestores, buenos gobernantes y precavidos, nos hubieran permitido sortear la pandemia sin ser un foco local de virulenta transmisión, que de momento, nos castiga con la pérdida de 27.000 conciudadanos, oficialmente, pero sin duda, son muchos miles más, certificados cuando las trapisondadas y los continuos cambios y criterios de contaje, de unos gestores desbordados por la apabullante realidad de una feroz pandemia, nos muestre la realidad de las cifras. Pero una vez destruida la verdad, ¿cómo creer a los mentirosos?
Las idas y venidas de normas y contra normas, las decisiones a la ligera, impropias de gobernantes con tantos expertos asesores, sin consensuar, no ya políticamente, si no profesionalmente, con «mentes privilegiadas» en cada campo, no hacen si no generar una incertidumbre y pesar, a la vez que hartazgo, de una población confinada al principio, y ahora retenida y fiscalizada en derechos fundamentales, como la libertad de movimiento y cese de actuaciones, so pretexto de preservar prioritariamente una salud, que unos políticos interesados más en lo ideológico y partidista han destruido.
La idea, con raíces comunistas, de que sólo la estatalización de los servicios, el control de la información y el subsidio permanente a una población atemorizada en demasía por la propia pandemia y sus rebrotes son la solución, es seguir actuando negligentemente, sobre todo si apelamos a la grandeza y soberbia de sus gobernantes salva vidas, sin admitir fallos ni errores y sin atisbo de culpa alguna por negligencia.
Así no se puede combatir la enfermedad, máxime, cuando es reemplazada con la mentira, la ocultación y falta de transparencia, o la propaganda más simple, a base de marketing y mercadotecnia de leyes, aportaciones mil millonarias para paliar efectos de todo tipo, y promesas, que no se cumplen, en definitiva, cuando la ideología populista y la demagogia del marketing político no basta. Sin embargo, para aquellos que creen en el culto de sus líderes, estas mentiras son suficientes; no así para el resto de la ciudadanía.
Las mentiras y el prejuicio matan. Dictadores y demagogos que niegan la realidad y hacen de la mentira una política de gobierno, encuentran dificultades para lidiar con las consecuencias concretas de aquello que niegan.
Hay que ser humilde, informar y actuar con sentido de la responsabilidad en todos los grados, hasta el individual. Ser valientes haciendo partícipe a toda la sociedad civil, que va muy por delante que su casta política como la definía hasta no hace mucho el Sr. Iglesias, sociedad que ha mostrado una disciplina y madurez inusitada y envidiada ante un confinamiento muy, muy duro, ahora es tiempo de decir la verdad, el virus permanecerá, per se con nosotros, hasta la vacuna o hasta un contagio colectivo del 60-70% de la población, y la vida sigue, una economía devastada mata más que el virus y con todo tipo de enfermedades, incluidas las mentales, únanse los políticos y gestionen de veras, o caerán. Lamentablemente, antes de su caída, muchos ciudadanos pagarán las consecuencias de sus acciones.
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