Sucesos

Adiós a la “época dorada” de los aluniceros: cada vez son más cutres y violentos

La época dorada del niño Sáez y los robos en la milla de oro pasaron a la historia. Ahora lideran bandas menos glamourosas y más violentas.

Hubo un tiempo en que muchos jóvenes del extrarradio de Madrid soñaban con ser aluniceros. Creían que triunfar en la vida era aquello. Esos tipos tenían el respeto de todo el barrio, vestían de Gucci, se sometían a operaciones estéticas, alternaban en reservados del Buddha, invitaban a la familia de vacaciones a Punta Cana y acumulaban fajos de billetes en casa sin tener que madrugar.

Villaverde, podríamos decir, fue la cuna de estos míticos delincuentes que, allá por la primera década del 2000 (hace ya 20 años), subieron a lo más alto esta modalidad delictiva tan madrileña: empotrar un coche contra la luna de un establecimiento para robar en su interior y salir luego a toda velocidad. Las grandes circunvalaciones madrileñas (M-30 y M-40) facilitaban su trabajo de huida y no había patrulla policial que pudiera alcanzarles. Esa vida de lujo que querían llevar se reflejaba también en sus objetivos: se centraban en las tiendas más exclusivas de la Milla de Oro y luego pulían la valiosa mercancía robada gracias al boca a boca o en sitios como las famosas Torres de Villaverde, donde se podía adquirir desde una caña de lomo ibérico a un abrigo de visón (todo robado y tirado de precio). No les costaba nada dar salida al botín: todos querían unas deportivas Dolce y Gabbana (auténticas) por 60 euros y sentirse futbolistas de primera división.

Eran los años dorados de los Bote Vargas, «El Isma», «El Niño Juan», «El Niño Sáez»... Fueron quienes crearon escuela. «Trabajar» una noche con ellos era asistir a una master class que te daba automáticamente el «pedigrí» necesario en el mundillo. Pero hace tiempo que llegó el ocaso de aquella época. Los míticos que no están en prisión o fallecidos (como Sáez, que acabó pagando haberse pasado al mundo del narcotráfico), han montado negocios legales gracias a las fortunas que amasaron y solo hacen un par de «palos» buenos al año cuando les surge la oportunidad: cajas fuertes o camiones cargados de algún producto.

Otros, como hizo Sáez, se pasaron al peligroso mundo de los «vuelcos» (robar droga o dinero durante un pase entre narcos) pero ese ya es otro mundo. Fuera éstos de la circulación diaria, ahora ha cogido el testigo una nueva hornada de aluniceros que ofrece un perfil muy distinto. No esperen reservados VIP en Ibiza, novias exuberantes ni lunas rotas en Versace.

Los aluniceros de ahora son bastante más cutres y, sin embargo, hacen más daño: golpean con mucha más frecuencia pero contra pequeños locales (casas de apuestas o bares de barrio sin apenas sistemas de vigilancia), van a por dinero en efectivo (cajas registradoras y tragaperras que abren a golpe de maza), crean mayor alarma social y pueden realizar hasta siete «palos» en unas horas, lo que supone tenerles toda la noche circulando a velocidades desorbitadas exponiendo, por tanto, al resto de conductores a un accidente mortal. Con tal de no ser alcanzados por una patrulla, les da igual llevarse por delante a quien sea. La noche del pasado 22 de agosto, por ejemplo, vaciaron un extintor en mitad de un túnel de la M-30 para impedir la visibilidad de los agentes que les seguían. Iban a 226 kilómetros/hora en una zona limitada a 70. «Esa es la verdadera peligrosidad de esta gente», advierten fuentes policiales.

Su guarida: dos edificios okupados

Por cambiar, los nuevos aluniceros hasta han cambiado de barrio. Aunque muchos son originarios del extinto poblado de Las Mimbreras y la zona de Eduardo Rivas de Carabanchel, ahora se han hecho con un par de edificios enteros en Alcorcón tras haber ido okupando, poco a poco, todos sus pisos.

Están en la calle Praga de la localidad, cerca del hospital, y los vecinos y la Policía Municipal de allí están hartos de ellos: peleas de madrugada, defraudación del fluido eléctrico, goteo de notificaciones judiciales y hasta menudeo de droga. Ya habían hecho alguna operación por coches robados en esos edificios, pero lo que quizá no sabían era que allí se escondía el nuevo «nido» de los aluniceros más activos de Madrid.

Les descubrieron los agentes más especializados en este tipo de delincuentes, los investigadores del Grupo XXI de la Brigada Provincial de la Policía Judicial de Madrid, que han logrado la complicada tarea de que un juez ordene la prisión provisional para ellos. Una decisión nada habitual porque, a pesar de la reiteración delictiva, los jueces entienden que el robo con fuerza no merece esta medida preventiva. Por eso, los agentes estás acostumbrados a comprobar, resignados, cómo un detenido está haciendo otro «palo», literalmente, a los 15 días.

Eso hacían los que vivían en estos pisos de Alcorcón. Son de etnia gitana, familiares de conocidas sagas de aluniceros como los Bote Vargas o del tristemente conocido «Rafita», uno de los condenados por el asesinato de Sandra Palo en 2003. De hecho, un hermano de éste, Eduardo García Fernández, «Pupu», fue detenido en una fase de esta operación policial que ha acabado con varios de ellos entre rejas. Precisamente un amigo de Rafita, Jaime Vidal –que realizaba las conducciones de la banda durante las huidas–, sería uno de los cabecillas de esta nueva banda de aluniceros.

Aunque una de las características de estos grupos es su estructura horizontal, sin líderes claros (a diferencia de las organizaciones de antes), el «importante» o indispensable es el miembro que tiene la máquina OBD. Se trata de un artilugio que sirve para desbloquear la centralita del coche que van a robar y que se adquiere por unos 7.000 euros en el mercado negro (el precio varía según el modelo de coche). «Es la única especialización que tiene esta gente», dicen los investigadores.

Y es que, antes de un alunizaje, hay que sustraer el vehículo con el que van a hacerlo. No pueden escoger demasiado porque las máquinas OBD solo abren modelos de determinados años, por lo que tienen que buscar justo ésos. Una vez localizado el vehículo, primero revientan el bombín y luego arrancan el motor con esta máquina (hay hasta tutoriales en Youtube que muestran cómo se hace). Una vez que tienen el coche, lo cargan con las mazas necesarias para golpear lunas y máquinas y ya estarían listos para dar el golpe.

Un sistema perfeccionado

Los delincuentes apenas estaban un par de minutos dentro de los locales. Solían ir tres o cuatro personas y, la noche que salen, iban de ruta por varios puntos. Los agentes creen que paraban cuando ya tenían unos 1.000 euros para cada uno. Para regresar a casa, quedaban con alguna de sus novias en un sitio, y ellas les recogían, a menudo, en vehículos de alquiler para minimizar riesgos. El coche robado empleado en el hecho delictivo lo dejaban abandonado en cualquier punto. Ya no lo queman como antaño porque la Policía no va a coger una huella: nadie trabaja ya sin guantes. Eso sí, a veces los desguazan y revenden las piezas del coche (una, de hecho, apareció en Serbia). Y, por supuesto, van tapados hasta las orejas.

Además, escogen locales que no suelen tener cámaras de videovigilancia. Todos estos errores que han ido «corrigiendo» a base de experiencia (acumulan una veintena de antecedentes cada uno) dificulta aún más la labor policial. Además, el hecho de que ahora busquen dinero en efectivo, complica a los agentes la tarea de demostrar la autoría del robo: ya no hay bolsos de Louis Vuitton que permitan vincularles con la denuncia interpuesta por la marca.

Por eso, por cada cinco robos que acreditan, los investigadores saben que han hecho dos o tres más que no podrán demostrar. Aun así, han logrado imputar a esta banda más de un centenar de delitos gracias a una investigación que se remonta a 2015 aunque ha tenido cuatro fases de explotación este año. La primera fue en mayo, donde detuvieron a 3 detenidos a los que les imputaron 37 robos (ahí cayó «Pupu»); otra en julio, con otros tres arrestados, un identificado y 32 golpes y, la tercera, ha sido este mes diciembre, con cinco detenidos que firman medio centenar de hechos delictivos. En septiembre también lograron detener a otros dos sujetos que estaban fugados de prisión.

En total, han logrado esclarecer 120 delitos (unos 70 locales, robos de vehículos y delitos contra la seguridad vial). La operación se ha realizado de forma conjunta por el Grupo XXI con el Grupo de Investigación Zonal (GOIZ). Su final, muy acorde con ese perfil tan alejado del lujo, fue en una triste hamburguesería de barrio de Ciudad Lineal a las 21:30 horas del pasado 10 de diciembre. No opusieron resistencia.