Coronavirus

El gurú de las mamparas

José Carlos Crevillén, un joven emprendedor de 26 años, fabrica sin descanso desde Archena (Murcia) estos instrumentos de protección para negocios e instituciones

José Carlos Crevillén al frente de la nave de 300 metros cuadrados donde trabaja
José Carlos Crevillén al frente de la nave de 300 metros cuadrados donde trabajaMiguel A. LopezLa Razón

Escuchar a José Carlos Crevillén es asistir a una de esas magníficas lecciones de emprendedores que levantan algo grande a partir de un mal día que, en su caso, fueron seis meses. Apetece mucho escucharle ahora que nos toca reconstruir un país desde un simple muñón. Murciano, 26 años, emprendedor y, a partir del Covid-19, visionario.

Antes de decretarse el estado de alarma, este joven vio llegar la crisis por lo que estaba ocurriendo en Wuhan e intuyó que nos azotaría de forma virulenta. Imaginó entonces una ciudad con barreras de protección que separarían a las personas del coronavirus y, sin pensarlo, trazó un boceto a partir de un prototipo de mampara. Hoy es una realidad. Los encargos de mamparas se cuentan por miles y llegan de cualquier parte del mundo: Francia, Italia, Suiza o Reino Unido. «Cuando suena el teléfono nunca sé en qué idioma me van a hablar», dice asombrado.

Crevillén agradece que esta vez sea una voz inteligible y atiende con gusto a LA RAZÓN para relatarnos una biografía que, al menos como creativo, arranca hace cinco años entre las paredes de un dormitorio, curiosamente el mismo lugar en el que Mark Zuckerberg o Steve Jobs forjaron la suya, aunque en contextos diferentes. Una necrosis de cadera le obligó a pasar por el quirófano y le mantuvo seis meses privado de ese placer de salir a caminar hoy tan ansiado. Encamado por la enfermedad y sin que fuera fácil discernir dónde estaba el límite entre lo que alucinaba, soñaba o deseaba, empezó a crear. «Algo ocurrió en mi mente que despertó una capacidad creativa en circunstancias poco corrientes», recuerda.

Un negocio a golpe de teclado

A punto de finalizar la carrera de Magisterio en la Universidad de Almería, la operación hizo que interrumpiera sus clases y tuviese que abandonar su empleo de camarero los fines de semana. Pero hay algo que entendió desde un primer momento: «No tenemos toda una vida para adaptarnos». A golpe de teclado y con la naturalidad con la que otro arma un puzle, diseñó su empresa Creamur Publicidad, un negocio dedicado a la impresión digital de gran formato y a la fabricación de rótulos que, hasta ahora, ha mantenido con la ayuda de un solo empleado y en una nave de 300 metros cuadrados.

Crevillén encontró así ese sentido a la vida del que tanto nos habló el psiquiatra Viktor Frankl. Postrado en cama, reinventó su retorno y decidió que nada le arrebataría la libertad suficiente para elegir a partir de entonces su camino. Hoy tiene la edad a la que Amancio Ortega abrió su primera tienda. Es incluso más joven que Jeff Bezos cuando fundó Amazon. En cuanto atisbó la crisis que se nos venía encima, canceló el viaje a Cuba previsto para Semana Santa con su novia Victoria y puso de nuevo en práctica esa capacidad de elegir qué actitud tomar independientemente de cuales fueran las circunstancias.

¿Levantará su propio imperio? «Sé que no soy el primero ni el único que fabrica mamparas, pero no me pongo límites y trabajo con plena confianza en mí mismo. Tampoco se sabe cómo va a evolucionar este mercado que acaba de abrir y prefiero pisar con pies de plomo». Al joven le delata su satisfacción porque está a punto de que lleguen al Tribunal Supremo y a la Audiencia Nacional las mamparas que le pidió el Consejo General del Poder Judicial como una de las medidas de la guía de buenas prácticas para prevenir contagios una vez que se reanude la actividad en las sedes judiciales.

Para atender tanta demanda, en este local se trabaja sin descanso y no dejan de llegar cargas de metacrilato a granel. Antes de que se decretase el estado de alarma, Crevillén tenía un empleado. Hoy todas las manos son pocas para gestionar tanto encargo y está valorando la posibilidad de trasladarse a alguna nave del polígono industrial de Archena, su pueblo natal y también el del poeta Vicente Medina. En esta localidad murciana, que apenas llega a 20.000 habitantes, la gente está perpleja por el interés mediático que ha despertado su paisano. Él y el párroco respondón Alfonso Alburquerque, que acusa al Gobierno, a través de una televisión local, de vivir del «engaño, del silencio y de ocultar la verdad», han conseguido romper la calma chicha de este confinamiento.

Todo ocurre a un ritmo difícil de asimilar y él intenta adaptarse a este cambio tan significativo que ha tomado su vida sin apenas darse cuenta. Sus mamparas están ya en farmacias, estancos, bares, restaurantes y hospitales. «Todas las jornadas son maratonianas. Un día piensas que has tocado techo y en pocas horas el trabajo se multiplica». Lamenta que las circunstancias que hacen florecer este negocio sean tan dramáticas y por eso ha querido tener un gesto filantrópico donando una partida a varios hospitales y centros de salud de Murcia. «Es un modo de agradecer y devolver a los profesionales sanitarios el trabajo que están haciendo por todos», declara.

Poco a poco, Crevillén va creando su propia alquimia interior como cualquier gurú de los negocios. «Creo en la capacidad humana para enfrentarse a la adversidad y en este tiempo me estoy dando cuenta de muchos valores que me inculcaron mis padres, Pepe, policía local, y Charo, cuidadora de niños. Ellos fueron quienes me enseñaron que si tienes un motivo, encuentras siempre cómo hacerlo. La gratitud es un bien esencial que debemos realzar en situaciones como esta».

Aunque no es demasiado practicante, sí se define como una persona creyente y aplica algunos principios que ha ido aprendiendo con la fe. «El tiempo de Dios es perfecto y es una máxima que me ha enseñado la vida», dice aludiendo a que las cosas son cuando tienen que ser. Las justas, hermosas y nobles. Si no han llegado, será que aún no es la hora de Dios.

Su relato es inspirador para tantos jóvenes que podrían entrar a formar parte de esa generación perdida de la que ya tanto se habla. «La vida tal y como la conocíamos –advierte– está colapsando y no podemos sentarnos a esperar. Hay que presentar alternativas. El coronavirus ha cambiado la demanda de productos y deberíamos tomar nota. La crisis ha sacado a la luz la carencia de una industria propia. ¿Por qué no empezamos por ahí? Es claro que el turismo y la hostelería son dos puntales de nuestra economía, pero tenemos que ir más allá y abrir el campo bastante más».

Más allá de sus expectativas como empresario, Crevillén analiza el fenómeno de las mamparas como la clave para empezar a abrir negocios y permitir que la gente siga luchando por sus proyectos y mirando al futuro con cierta ilusión. «Nadie sospechó que el coronavirus fuese a ser tan letal como enseguida fue demostrando y menos aún que fuese a cambiar de este modo nuestras necesidades como ciudadanos. Nos guste o no, es irrebatible y tenemos que echar mano de ingenio y creatividad porque ahora toca reinventarse».

Su afán es diseñar y ofrecer esos nuevos entornos seguros y limpios siguiendo las directrices que vayan marcando las autoridades sanitarias. No se trata solo de volver a llenar las calles, también de hacerlo con el mayor nivel de bienestar y seguridad para que el descalabro no sea mayor. Nos costará acostumbrarnos a que estas mamparas de metacrilato transparente rompan nuestro impulso de abrazarnos, pero peor sería continuar con las ciudades clausuradas, porque parece que la amenaza del Covid-19 va a seguir latente. Él lo tiene claro: «Soy muy español y me gusta disfrutar con los amigos, salir de tapas y tomar una cerveza. Quiero seguir con la normalidad, pero sin dejar de crecer. Es importante no dejar escapar el momento. La meta es lo de menos. Y si un día caes, volverás a levantarte».

Nos confiesa que cuando todo esto acabe, retomará su viaje a Cuba. «De esta tenemos que salir fortalecidos en lo esencial: como seres humanos y cuidando nuestras relaciones, los lazos familiares, la lentitud de la vida y otras cosas que antes creíamos insignificantes». Bailaremos a distancia y nos resignaremos a prescindir del noble arte del tapeo compartido hasta nueva orden, pero alivia saber que ni la frigidez del metacrilato podrá helarnos la sangre.