Coronavirus
¿Quién puede matar a un virus?
La comunidad investigadora de nuestro país ha mostrado un enorme deseo de colaborar y prestar ayuda
Han transcurrido 100 días desde la declaración del estado de alarma. En este tiempo, la vida de todos ha sufrido un vuelco. En este tiempo, además de los cambios en las rutinas, hemos notado sensaciones que parecían ajenas, como el miedo constante a perder nuestra vida, o que algún ser querido la perdiera; la sensación de riesgo al salir de casa y regresar infectado e infectar a alguien; o la sensación de tristeza por la distancia y la pesadumbre de tener que seguir adelante sin poder decir adiós a aquellos que han sido una parte inherente de nuestras vidas.
Estos días más que nunca, hemos notado que miles de personas anónimas, pertenecientes a nuestro sistema sanitario, las personas que cuidan de nuestros mayores, y nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, han dado todo lo que ha sido humanamente posible para ayudarnos, arriesgando y perdiendo sus vidas en muchos casos. Su altruismo, independientemente de quienes seamos o cómo pensemos, nos han de servir de contrapunto ante situaciones que alteran nuestra convivencia. A muchos de ellos les debemos nuestra vida, o la vida de algún ser querido.
La «Operación Balmis», desplegada por Ministerio de Defensa y emprendida inicialmente la Unidad Militar de Emergencias (UME), ha sido todo un ejemplo de lo que puede hacer una parte del ejército cuando vienen mal dadas, estar donde toca estar cuando hay una catástrofe, de manera silenciosa, pero efectiva. La operación ha rescatado el nombre del alicantino Francisco Xavier Balmis, una de las seres humanos más importantes de nuestra historia. Balmis fue un cirujano y médico militar, que a comienzos del siglo XIX lideró la Expedición Filantrópica de la Vacuna, con la que se llevó la cura frente a la viruela al continente americano primero y posteriormente a Filipinas y China. La expedición (1803-1806) se adelantó más de 100 años a la creación de la Organización Mundial de la Salud (1948) y sus campañas globales de vacunación. Fue la primera expedición humanitaria de ámbito mundial con fines sanitarios de la historia, y sirvió para poner a salvó la vida a millones de personas. En las circunstancias que nos encontramos, los nombres de grandes personajes históricos parecieran empequeñecidos ante la misión de Balmis y su colaboradores. Su figura debiera de ser recordada anualmente en España como símbolo de lo ocurrido y del bien capital que supone la investigación y la cura de enfermedades infecciosas.
Para saber cómo hacer y aplicar una vacuna hay una labor de investigación hercúlea y que lleva tiempo. Los resultados de la investigación son una inversión de futuro, no solo como potenciador de la economía, sino también como un bien intangible que nutre de conocimiento, herramientas y opciones terapéuticas a nuestro sistema sanitario. El papel de la investigación en y para la sociedad requiere una profunda reforma en España y unos fundamentos sólidos sin depender de los vaivenes políticos. Debemos tener una profunda reforma de los sistemas de diagnóstico, haciéndolos más ágiles y con mucha más capacidad para adaptarlos a los retos del siglo XXI y poder identificar y actuar con rapidez y eficacia frente a un problema sanitario de gran magnitud. El éxito de algunos países como Alemania en contener la pandemia se ha debido en parte a su amplia red de diagnóstico descentralizado. Es posible haber hecho algo parecido mediante una red de laboratorios capaces de hacer un protocolo de diagnóstico común. La gestión de la investigación ha de ser garantista, pero no entorpecer el objetivo último que es el servicio público ágil y la generación de conocimiento.
La comunidad investigadora de nuestro país ha mostrado un enorme deseo de colaborar y prestar ayuda para aliviar el problema con los recursos que tuvieran a su alcance. Esta voluntad en muchos casos se ha visto impedida ante la imposibilidad de acceder a los laboratorios. El trabajo de los pocos equipos a los que se les ha dado permiso para acceder a sus instalaciones refleja lo mejor de las personas que están detrás de las y los profesionales del campo y lo inquebrantable de su vocación al servicio de la sociedad.
Las carencias estructurales puestas de relieve durante la pandemia de la COVID19 pueden resumirse en dos: faltan infraestructuras de producción de bienes para una respuesta eficaz, y estructuras especializadas capaces trabajar y desarrollar herramientas frente a cualquier agente infeccioso. Por ejemplo, carecemos de laboratorios capaces de producir vacunas para uso humano a gran escala. A pesar de la crisis del Ébola, seguimos sin contar en España con un laboratorio de máxima bioseguridad (P4), donde poder trabajar con agentes infecciosos altamente peligrosos que puedan afectarnos y no depender de otros.
La pandemia no ha pasado, nos quedan unos pocos meses de menor intensidad por delante ante la eventualidad de un rebrote, coincidente con otros virus respiratorios, cuando las condiciones meteorológicas vuelvan a cambiar. Debemos de actuar de forma efectiva atendiendo no solo a la crisis económica que se nos viene encima, sino también estableciendo las bases para estar mejor preparados. Una mayor capacidad de diagnóstico mediante RT-PCR es una pieza crucial para detectar el virus rápidamente y garantizar al turismo y a todos, un escenario más seguro. Aunque incierta en el tiempo, la posibilidad de una pandemia de origen viral es muy alta. Sabiendo eso, no nos pongamos una venda para no querer verla.
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