Sociedad

“Salió de la UCI porque había mejorado mucho y a los cinco minutos se murió”

Dulce, enfermera, relata la súbita muerte de su marido, enfermero también

El enfermero Pedro Carrillo y su viuda, Dulce Espinosa
El enfermero Pedro Carrillo y su viuda, Dulce EspinosaLa Razón

El coronavirus segó la vida de Pedro Carrillo, enfermero desde su primera juventud y profesor de Enfermería en la Universidad de Jaén, el pasado 6 de abril. Sólo contaba 59 años de edad, la misma que su mujer, Dulce Espinosa, enfermera como él en el Hospital Neurotraumatológico de aquella capital andaluza. Llevaban 27 años felizmente casados y tenían dos hijas, una de ellas estudiante de Medicina y orgullo de su padre. La víspera de declararse el estado de alarma, Pedro llegó a casa desde el trabajo y dijo que no se encontraba muy bien, que tenía el cuerpo “cortado”. Inmediatamente iniciaron el confinamiento domiciliario, cada uno alojado en una habitación diferente. Pero Pedro no mejoraba, así que lo ingresaron en el hospital. Cuando peor estaba, ya con serias dificultades para respirar, lo trasladaron a la UCI, y milagrosamente se recuperó en pocos días. Tanto, que decidieron sacarlo de la UCI y subirlo a una planta. Cinco minutos después estaba muerto. Este es el relato de Dulce, su esposa:

“El 13 de marzo, Pedro llegó a casa del trabajo a mediodía, y dijo: ‘Me encuentro regular. Tengo el cuerpo como un poco cortado’. Ese día había que ir a Córdoba a recoger a nuestra hija Beatriz, la pequeña, que está estudiando allí Medicina, porque al día siguiente empezaba el confinamiento. Yo le pedí que, si no se encontraba bien, no fuera a Córdoba. Pero él insistió: ‘Nada, nada, me tomo un paracetamol y voy para allá’. Y así fue. Ese mismo día, empezamos a tomar en casa medidas de aislamiento. Afortunadamente tenemos una casa grande, así que esa noche cada uno durmió en una habitación. Él no quería creerse que pudiera estar infectado, y recuerdo que yo le dije: ‘Pedro, esto [el virus] está aquí’. Y él insistía en que no, que sólo se encontraba un poco ‘cortado’ [sentir malestar general]”.

“Al día siguiente ya empezó a tener fiebre, y avisé al hospital. Pero en esos primeros días estábamos todos muy desorientados, y lo que decidimos fue que, hasta saber qué le pasaba a Pedro, yo procuraría no estar en contacto con mis compañeras, para evitar posibles contagios. Un día más tarde, el domingo, Pedro seguía muy mal y ya empezó a tener problemas respiratorios, así que directamente nos fuimos al hospital. Allí le hicieron las pruebas, y dio positivo por coronavirus. Y ya le detectaron una pequeña mancha en uno de los pulmones. Le pusieron enseguida un tratamiento, pero él no hacía más que repetir: ‘Llevadme a mi casa, llevadme a mi casa, que aquí me voy a poner peor’. Al final se salió con la suya y volvimos a casa, pero al día siguiente ya ingresó definitivamente en el hospital, porque respiraba con mucha dificultad, tenía una fiebre muy alta y su estado general había empeorado”.

“Lo ingresaron en una habitación de aislamiento, y al ser yo enfermera me permitieron estar con él, eso sí, con mi equipo de protección individual puesto todo el tiempo. Hasta que, al tercer día de estar ingresado, la saturación [de oxígeno en sangre] le bajó tanto que los médicos intensivistas estuvieron valorando si llevarlo a la UCI. Y así fue. Al día siguiente por la mañana, los médicos que le trataban me dijeron que había que intubarlo enseguida porque la saturación era muy baja, pero Pedro se resistía a que le pusieran respiración asistida. Entonces, lo único que le dije fue: ‘Pedro, es la última bala que tenemos. Que te entuben no es la tragedia más grande del mundo. Y estás en manos de profesionales’. Finalmente, accedió”.

"Al principio empeoró, porque la inflamación que tenía en los pulmones era brutal. Y entonces empezaron a aplicarle este tratamiento del que ahora se habla tanto, los corticoides, y mejoró rápidamente, tanto que le retiraron la respiración asistida. El sábado y el domingo de Ramos estuvo fenomenal, recuperado y muy animado, así que el lunes decidieron sacarlo de la UCI. Fui a esperarlo allí, porque, aunque yo también había dado positivo en las pruebas, no tenía síntomas. Y cuando me vio aparecer por el pasillo, con todo el personal de la UCI aplaudiendo, porque Pedro era una persona muy cariñosa y alegre, y muy querida por sus compañeros, él levantó el brazo y me saludó, diciendo: '¡Ahí está la morena de mi copla!'. Estaba muy hablador y contento, y entonces le subieron en el ascensor a la quinta planta".

“Fue entrar en la habitación, acostarse en la cama, y decirme: ‘Quiero levantarme; necesito ir al baño’. Yo le advertí que se podía marear, pero él insistió: ‘No pasa nada. Los médicos me han dicho que ya me puedo mover’. Así que empecé a ponerle las zapatillas para que no anduviese descalzo, él sentado en la cama, y entonces hizo un movimiento extraño con un pie, y se desplomó. Ya estaba muerto. ¡A los cinco minutos de subir de la UCI! Fue una muerte fulminante. Yo empecé a abrirle las vías respiratorias para intentar reanimarle, e inmediatamente vino el personal sanitario de la planta, pero ya no hubo nada que hacer. Había sufrido una embolia pulmonar masiva que le provocó la muerte instantánea, como consecuencia de una complicación del Covid-19”.

“Ahora, a mí me está costando mucho hacerme a la vida sin él. Es muy duro de asimilar. Cada día me pregunto: ¿cómo habría sido nuestra vida si no llega a pasar esto? Y me acuerdo de que los primeros días nos llovían los whatsapps, porque han estado pendientes de él todos los compañeros del hospital, y los pacientes, y los amigos, y los alumnos de la universidad... hasta el punto de que una de mis hijas les enviaba cada día el parte médico, y nos reíamos por eso. Pedro era muy bueno, todo el mundo le quería, pero también era muy confiado, y yo le decía que no fuera tan bueno, porque algunas personas le tomaban el pelo. Y él me decía, muy ingenuo: ‘¿Tú crees? Yo creo que no’. Le vamos a echar mucho de menos”.