Sociedad

Contaminación y virus crean una mezcla explosiva

Entre 3.000 y 5.000 muertes de españoles por coronavirus pueden haber sido provocadas por respirar también aire sucio. La conjunción de covid y contaminación multiplica el efecto dañino sobre el músculo cardíaco y los vasos sanguíneos

Una mujer camina con mascarilla sobre la carretera de circunvalación M30 atascada a primera hora de la mañana.
Una mujer camina con mascarilla sobre la carretera de circunvalación M30 atascada a primera hora de la mañana.Alberto R. RoldánLa Razón

Un 15 por 100 de las personas que han fallecido en el mundo por culpa de la Covid-19 podrían estar vivas si hubieran habitado una zona del planeta menos contaminada. Es la terrible conclusión a la que ha llegado un amplio equipo de investigadores internacional que esta semana ha publicado en «Cardiovascular Research» su trabajo sobre los efectos de la contaminación atmosférica en la mortalidad por coronavirus. En el caso de España, el 9 por 100 de los fallecimientos puede ser atribuible a la interacción de la enfermedad con el aire sucio. Con los datos de mortalidad en la mano, eso supondrían entre 3.000 y 5.000 vidas.

Según los autores del trabajo, la exposición reiterada a la contaminación está claramente relacionada con el aumento de la letalidad del virus. Esta idea había sido ya apuntada en anteriores análisis pero nunca antes se había medido con exactitud el porcentaje de incidencia.

Por regiones, el 27 por 100 de las muertes por covid en Asia, el 19 por 100 en Europa y el 17 por 100 en norteamérica habrían tenido que ver con el contacto con las partículas contaminantes emitidas al aire que respiramos.

«Esa es la proporción estimada de fallecimientos que podrían haberse evitado si la población hubiera estado expuesta a otros niveles de contaminación inferiores durante los últimos años de sus vidas», dicen los principales responsables del trabajo: Jos Lelievedl, del Max Plank Institute, y Thomas Münzen, de la Universidad de Mainz.

Obviamente, esta fracción atribuible no implica una relación directa causa-efecto entre la contaminación y la mortalidad (aunque los autores no lo descartan) pero sí indica que la calidad del aire que respiramos es un factor a tener en cuenta junto con otros factores de riesgo que afectan a la evolución de la enfermedad.

El estudio se ha realizado a partir de datos epidemiológicos históricos relacionados con la Covid-19 y con el brote de SARS de 2003. Estos datos han sido combinados con imágenes de satélite que muestran la evolución global de la contaminación desde hace unos años. En concreto se ha observado el movimiento de partículas PM 2,5 (partículas contaminantes menores de 2,5 micras que suelen ser subproducto de la combustión de combustibles fósiles), los niveles de monóxido de carbono y las condiciones del aire a nivel del suelo. Los datos epidemiológicos más actuales correspondieron a junio.

En todos los países

  • La estimación por países ha descubierto por ejemplo que la contaminación está relacionada con un 29 por 100 de las muertes en la República Checa, el 27 en China, el 26 en Alemania, el 22 en Suiza, 21 en Bélgica, 18 por 100 en Francia, 15 en Italia, 15 en el Reino Unido, 8 por 100 en Portugal…
  • El país donde se aprecia una incidencia menor de la calidad del aire en las muertes por coronavirus es Nueva Zelanda, con solo un 1 por 100 de los casos relacionados.

¿Pero por qué se produce esta interrelación?

Al parecer, cuando inhalamos aire contaminado las partículas más pequeñas de las que va cargado (las PM 2,5) invaden los pulmones y atraviesan las barreras alveolares para integrarse en nuestros vasos sanguíneos y en la sangre. La acumulación de estas partículas produce inflamación y activa algunos procesos oxidativos de las células. Es lo que se llama estrés oxidativo, la crisis de equilibrio entre radicales libres y oxidantes en el cuerpo. Ese equilibrio es el que permite que las células dañadas se regeneren cuando se pierde la regeneración es más lenta y las células envejecen.

El deterioro celular provoca daños en la cobertura interna de las arterias (el endotelio) y nos hace más vulnerables a las enfermedades respiratorias. Precisamente el SARS-CoV-2 es un virus que ingresa en el organismo por vías muy similares y también produce afectación en el endotelio. Según este nuevo estudio, la conjunción entre el virus y la polución multiplica el efecto dañino de ambos sobre la salud, sobre todo en el músculo cardiaco y los vasos sanguíneos.

Esa conjunción provoca una mayor vulnerabilidad y menor capacidad de resiliencia contra la Covid. «Si ya perteneces a una población de riesgo (ancianos, personas con problemas cardiacos…) el efecto aún puede ser mayor», ha declarado Münzel.

En abril, un trabajo realizado por la Universidad Martin Luther Halle-Wittenberg de Alemania, señaló que los niveles elevados de dióxido de nitrógeno en el aire pueden estar asociados con el alto número de muertes por Covid. El trabajo detectó que las regiones con niveles permanentemente altos de este contaminante también presentan mayores tasas de mortalidad.

La nueva investigación ha ido más lejos, no solo al contabilizar el efecto porcentual de esta relación sino a la hora de apuntar algunas causas. Además de la conexión entre partículas contaminantes y daño endotelial, los científicos creen que, para colmo, la exposición a la polución puede hacer que el virus tenga más fácil el acceso a nuestro cuerpo.

Las partículas PM 2,5 podrían estimular indirectamente la actividad de los receptores ACE-2 de nuestras células. Estos receptores (que están en la superficie celular) son precisamente la puerta de entrada del coronavirus. El patógeno cuenta con unas proteínas en su superficie especializadas en acoplarse a los ACE-2 y usarlos como llaves para abrir la puerta de las células que tiene que infectar.

De ese modo nos encontraríamos ante una combinación doblemente fatal. Por un lado la contaminación deteriora nuestro organismo justo en los tejidos más sensibles a la acción del virus. Por otro lado, hace que el propio virus tenga más fácil el acceso y la expansión por el cuerpo de sus víctimas.

Según los investigadores, estos datos demuestran que no sería desdeñable poner en marcha medidas de reducción del contacto con aire contaminado para la prevención de futuras pandemias. «No existen vacunas contra las emisiones de gases contaminantes», afirma Münzel. Tampoco existe, de momento, contra el coronavirus. Pero la conjunción de políticas ambientales y epidemiológicas aflora como una buena estrategia de futuro.

Paradójicamente, la primera ola de la infección contribuyó a una reducción significativa de la contaminación de las grandes ciudades que vieron durante meses limitada su actividad industrial y comercial. En la provincia china de Hubei el promedio de días sin superar los niveles máximos de polución aumentó en un 21 por 100. En Madrid, durante los primeros días de confinamiento todos los distritos de la ciudad recuperaron calidades de aire óptimas y en Barcelona las concentraciones de dióxido de nitrógeno se redujeron a la mitad aproximadamente.

Pero la segunda ola de la pandemia ha coincidido con una vuelta a la relativa normalidad y un aumento de la contaminación en muchos lugares del planeta.