Vacunación
Los poderosos y la impunidad
Alcaldes, concejales, diputados provinciales, altos cargos de la administración y ahora mandos militares se han saltado las normas y los tiempos y se han vacunado antes de que les tocara. No son capitanes ejemplares que abandonan los últimos el barco, sino ratas cobardes que huyen los primeros. Una vergüenza. Y un escándalo. Más allá de los ceses o dimisiones –que no serán de todos, con seguridad– lo que destapa esta conducta es algo tan sabido como que el poder corrompe. Sea de la dimensión que sea. Si un ser humano tiene un resquicio de gen que le determine que un día el poder le permitirá aprovecharse de otro, en cuanto lo ostente lo hará. Lo vemos a diario en todas partes. Y por desgracia, acaba siendo juzgado una y otra vez en la política, en el mejor de los casos, y siendo aceptado en muchos más. Si nos retrotraemos al principio de la pandemia y viajamos a marzo del pasado año 2020 comprobaremos que nuestros representantes electos, tanto del Gobierno central como de los autonómicos, fueron los primeros que se testaron, cuando no había test de Covid para nadie. Muchos lo hicieron varias veces. E incluso determinaron que, en su entorno –ya fuera un ministerio, el Palacio de La Moncloa o sede de comunidad autónoma–, hasta los bedeles se repitieran la prueba, en tanto que infinidad de personas no podían practicárselas en la Seguridad Social y otras tantas debían recurrir al ámbito privado para realizárselas. De aquellos polvos vinieron estos lodos. Si no pasó nada entonces, ¿por qué iban a producirse quejas ahora con la vacuna? Lo que sucede es que nos han pillado ya tan hartos y desgastados que hemos acabado saltando como panteras. ¿Servirá de algo? Ojalá obligue a los poderosos a aceptar que su cargo, sea el que sea, no les otorga la impunidad.
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