Opinión
La formación médica en el siglo XXI
La formación médica no termina nunca. Con apenas 18 años, los médicos comenzamos el periodo de estudio en la facultad de Medicina, que finaliza seis años –como mínimo– después de innumerables pruebas escritas, orales y prácticas.
Seguidamente, y tras aprobar el examen MIR, en España accedemos a la Formación Sanitaria Especializada. Tras cuatro o cinco años, dependiendo de la especialidad escogida, y a un ritmo de trabajo de más de 60 horas semanales –en ocasiones, más de 100–, obtenemos el título de especialista.
Es, a partir de ese momento, en los tempranos treintas, cuando iniciamos nuestra actividad asistencial con total responsabilidad individual, la misma que nos exige mantener nuestros conocimientos al día.
Hace tan solo unos días, desde la Organización Médica Colegial recordábamos que el núcleo esencial del profesionalismo médico se basa en el compromiso con la búsqueda de la excelencia del acto médico. Así, para ejercer la Medicina, todo profesional debe mantener y renovar permanentemente las competencias que le permitan la mejor actuación en cada lugar y ocasión.
La pasada semana, saltaba a la arena política el posible cese de competencias de la formación MIR a Cataluña. En este sentido, cabe recordar que el complejo engranaje de la Formación Sanitaria Especializada en España no se pivota únicamente sobre la convocatoria, examen y adjudicación de las plazas, sino que existen otros elementos estrechamente relacionados pero desatendidos del sistema MIR, como la acreditación de las plazas, las auditorías de las Unidades Docentes, la organización de la tutorización, la adaptación de la oferta a la demanda, etc. Ordenar, de forma clara, la participación de las comunidades autónomas en todos ellos es, sin duda, vital; y, por este motivo, hablar del traspaso de competencias sin conocer el marco en el que se realiza lleva a la especulación y la incertidumbre, al mismo tiempo que tensiona a los elementos que vertebran el Sistema Nacional de Salud, es decir, a sus profesionales.
En el siglo XXI, pretender la delimitación de la formación médica, especializada o continuada, es triste, desilusionante y miope. Una ocurrencia absolutamente extemporánea exactamente contraria a lo que tenemos que hacer. Desde los ámbitos políticos y profesionales debemos invertir nuestro afán, nuestro entusiasmo y nuestra inteligencia en conseguir que la formación médica y su acreditación, a todos sus niveles, encajen en el contexto internacional, en particular, en el europeo.
El Erasmus MIR, los diplomas europeos de las diferentes secciones especializadas, los ETR (European Training Requirements), la acreditación europea de la formación médica continuada libre de cualquier conflicto de interés y el desarrollo profesional continuo y el programa EU4H (European Union For Health) –que destina más de 5000 millones de euros en los próximos siete años a formación médica– son proyectos y realidades impulsadas por la Organización Médica Colegial, por la Unión Europea de Médicos Especialistas (UEMS) y por la Comisión Europea.
Nuestro tiempo debe estar dedicado a mejorarlos, potenciarlos y aprovecharlos y no a desviar la atención de los profesionales hacia debates estériles alejados de la realidad de la profesión médica española en el contexto europeo.
La pandemia covid-19 nos mostró la importancia de que los médicos puedan tener un corpus de competencias compartidas, que les ha permitido re-especializarse para dar respuesta a la emergencia de oleadas de pacientes que llegaron en 2020 a nuestros centros sanitarios. Aquí se mostró que la aptitud y la actitud del médico fue capaz de hacer frente a una situación límite para cumplir con su compromiso y proteger la salud de la población y los pacientes.
Es crucial que sigamos insistiendo en que, para ser buen médico y hacer buena Medicina, las competencias no solo incluyen los conocimientos médicos específicos o las habilidades clínicas asociadas, sino que se proyectan también a la relación con los pacientes, los valores, actitudes y ética, la madurez para trabajar en un contexto de sistema de salud y la adquisición de determinadas capacidades y habilidades en comunicación, aprendizaje de adultos y mejora continua y manejo de información. Todos estos conocimientos transversales contribuyen a la humanización de la práctica médica.
Intentar encajar la formación médica en los contenedores de las especialidades médicas oficiales, o lo que es peor, en contenedores políticos, es desatender a esta poliédrica realidad, basada en transversalidades biológicas, psicológicas, de práctica clínica y de profesionalismo. El reto de la formación médica en este siglo XXI consiste en articular e integrar competencias de la super especialización con las de la Medicina como ámbito más amplio y pleno de configuración de la misión, visión y valores de esta milenaria profesión, en el contexto europeo e internacional.
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