Araceli, a sus 48 años, tiene un 76% de discapacidad, lo que le obliga a realizar su día a día en silla de ruedas

Abrazar al Santo en silla de ruedas

Araceli tiene tetraplejia, pero ha conseguido la Compostelana. Acompañada por 20 voluntarios de la Orden de Malta, ha recorrido 115 kilómetros para cumplir un sueño: «Soy bastante cabezota en lo que me propongo»

Desde niña, Araceli siempre quiso hacer las mismas cosas que los demás a pesar de su tetraparesia espástica. Desde las más cotidianas como leer o ir al colegio, hasta otras más complejas como conseguir el Doctorado en Psicología o hacer punto de cruz con gran deformidad en sus manos. Para ella, la felicidad reside en los pequeños detalles, en el esfuerzo de superarse cada día. Es cierto que esta bilbaína de 48 años necesita ayuda para casi todo, pero eso también le ha permitido conocer todo lo bueno de las personas y depositar su plena confianza en ellas. «Cuando alguien tiene un grado de dependencia tan grande, debe dejarse hacer y fiarse. Hay que pensar que todo irá bien pase lo que pase», relata nada más llegar del Camino de Santiago. Es la segunda vez que lo realiza en silla de ruedas y la enésima que ha pegado un bofetón a los límites que la sociedad siempre ha querido imponerle.

Según su certificado médico, tiene un 76% de discapacidad, lo que significa que no puede realizar movimientos completos y con la fuerza necesaria para desarrollar las actividades básicas de forma autónoma. Al principio, sus padres le llevaron a sinfín de médicos para descubrir lo que le pasaba y todos concluyeron que una infección en la médula, provocada por una tos ferina a los 40 días de nacer, fue el desencadenante. Lo que, unido a varias intervenciones quirúrgicas que no tuvieron el efecto deseado, le obligan a usar una silla de ruedas eléctrica. «Para mí, ya no es importante saber cómo se puede llegar a una situación como ésta. Es mucho más gratificante preguntarte para qué suceden, qué puedo hacer a partir de ahora y cómo la forma en la que vivo puede ayudar a otros. Todos tenemos discapacidades, pero también todos tenemos capacidades. Solo hay que encontrarlas».

Por eso, nunca ha dejado escapar el tiempo. Al principio, el miedo le paralizó, pero una vez rota esa barrera dio rienda suelta a su imaginación. Empezó en los campamentos internacionales para jóvenes que la Soberana Orden de Malta organiza cada año. Este organización religiosa católica tiene entre sus principales objetivos la integración de las personas discapacitadas a través de la convivencia y el ocio, el acompañamiento y el fomento de la autonomía de las mismas. «Cuando cumplí 18 años, seguimos en contacto para diferentes proyectos. El último de ellos, el Camino de Santiago».

Araceli, a sus 48 años, tiene un 76% de discapacidad, lo que le obliga a realizar su día a día en silla de ruedas
Araceli, a sus 48 años, tiene un 76% de discapacidad, lo que le obliga a realizar su día a día en silla de ruedaslarazon

Su primera vez fue en 2016 y lo hizo acompañada por Joaquín y su silla manual, además de un contingente de profesionales. Llegaron a la Plaza del Obradorio y abrazaron al Santo, pero la falta de accesibilidad de algunas etapas, así como la práctica inexistencia de albergues adaptados, les obligaron a pensar en alternativas que van mejorando la ruta. Si el Camino es un desafío para personas sin problemas de movilidad, para alguien como Araceli el reto se multiplica por 1.000. Como ella misma reconoce, «los peregrinos son gente fuerte, capaz de caminar durante horas, que lo ofrecen a cambio de peticiones y promesas para otros más débiles o enfermos». Llegan exahustos, cansados, con los pies destrozados, pero todo merece la pena cuando reciben la Compostelana. Pese a la evolución que ha experimentado en materia de servicios, «upongo que no está preparado para gente como yo porque hace tantos siglos nadie pensó que alguien usuario de silla de ruedas pudiera hacer el Camino». Pero ella ha marcado un hito.

«El año pasado no pude peregrinar por motivos de salud, pero éste he querido volver para comprobar en persona los avances. Aunque no me encuentre en un momento especial, intentaré hacer al camino todas las veces que pueda». Prometido queda.

- ¿No le han dicho que está loca por hacer algo así?

- No. Saben que soy bastante cabezota. La primera vez que fui a los campamentos, mis padres estuvieron un poco más preocupados. Nunca antes había salido de casa sin ellos, pero cuando vieron que volvía tan contenta no volvieron a tener esa sensación.

- ¿Nadie intentó disuadirle para que no lo hiciera?

- Solo me han preguntado si me sentía con fuerza y ánimo después de varias operaciones de las que me dieron en alta el día antes de partir. El ánimo me sobra y la fuerza no la pongo yo.

Ocho días de viaje

El viaje, que comenzó el pasado 1 de agosto y finalizó ocho días después, partió de Villalcázar de Sirga (Palencia) y ha llevado al grupo –formado por cuatro personas en silla de ruedas y 20 voluntarios– por 115 kilómetros del conocido como «Camino francés», alojándose en albergues accesibles. «Todo se plantea como para cualquier otra persona: teniendo en cuenta el itinerario, las paradas necesarias para reponer fuerzas...», señala Araceli que, en esta ocasión, ha recorrido la distancia de 15 kilómetros de media con una silla mono-rueda todoterreno, tiradas por dos personas, una en la parte delantera y otra en la trasera, y con el apoyo de otras dos en los laterales. «Este proyecto hace posible que gente como yo pueda experimentar la emoción de entrar en la plaza de Santiago de Compostela, aunque sea por la parte de detrás para evitar la escalinata de acceso. Nuestra fortaleza está, sobre todo, en las personas que nos acompañan».

Lo cierto es que el Camino tiene algo que trastoca por dentro. Muchos de los que lo inician a priori por motivos culturales, deportivos o turísticos, acaban experimentado algo que va más allá de un simple viaje o una ruta de senderismo. No solo está el aspecto meramente físico y la motivación con la que se emprende, sino también el ambiente casi místico que permite al peregrino reconectarse consigo mismo, hacer una parada en su rutina, tomar conciencia y escucharse... «Sin duda, el momento más feliz y emocionante ha sido la llegada. Allí nos colocaron a los cuatro mirando hacia la Catedral», recuerda feliz. «Esta vez, se ha hecho un pelín más duro por la ola de calor, pero sobre todo por el esfuerzo, el sudor y las ampollas en los pies de los que caminaban para que todos llegásemos».

En cada final de etapa, se desarmaban las sillas de ruedas para que cada uno pudiera moverse libremente. Después de descansar y asearse, celebraban la Eucaristía y, si les deba tiempo, hacían una visita antes de cenar. «Las personas que nos acompañaron son algo más que sensacionales. Cada una tiene su forma de ser, pero siempre se han mostrado unidas, olvidando el cansancio acumulado para llevarnos casi en volandas hasta abrazar al Santo». Gracias a ellos recuerda esta aventura con una sonrisa en la cara. «No he dejado de reír, pero eso ya lo presentía cuando conocí al grupo de peregrinos».

- ¿Pensó alguna vez durante el camino que no iba ser capaz de terminarlo?

- En ningún momento. He disfrutado muchísimo, incluso en aquellos tramos en los que la pendiente o las enormes piedras hacían que los voluntarios tuvieran que frenarse unos a otros o levantar casi a pulso las sillas. Solo me preocupaba un poco cuando notaba que su respiración se entrecortaba por el esfuerzo.

- ¿Qué ha sido lo más especial de esta excursión?

- Cuando, después de un día agotador, aquéllos que nunca habían hecho algo así, abrían el corazón y compartían y expresaban lo que sentían.

Grandes momentos

Para Araceli, la vida es un gran reto compuesto de pequeños y grandes momentos que se van superando para llegar al siguiente. Así, ha demostrado que acabar con las barreras mentales es el primer paso para cumplir un sueño. «Como alguien me dijo una vez: ‘’Lo importante en la vida no es hacer sino ser’'. Y yo quiero ser una buena persona, feliz a pesar todo».

Emprendió el camino casi sin mirar atrás, pero pronto volvería la mirada para recordar que la vida está hecha para los valientes. La dificultad, por duro que parezca, casi siempre nos convierte en mejores personas. Como ella ha demostrado ser.

Tras el reto del Camino de Santiago, Araceli ya tiene la vista puesta en el siguiente objetivo: «Me gustaría terminar el bordado de punto de cruz y continuar una novela que he dejado a medias hace tiempo». Los que la conocen, sobre todos sus hermanos y su familia, «saben que soy muy constante en mis empeños». Quién sabe, quizá en las librerías pronto podrá encontrarse la historia de superación de esta bilbaína que rompe barreras con cada decisión que toma.

El juego de la Oca: una iconografía del Camino

Aunque parezca mentira o propio de una leyenda que se ha ido forjando a lo largo de los siglos, La Oca tiene muchas similitudes con el Camino de Santiago. Algunos estudiosos afirman que se trata de un juego iniciático diseñado por los gremios de constructores medievales que representaría el recorrido.
Los puentes se consideran símbolos de transición y la iconografía encaja con algunos de los que se puede encontrar en la ruta jacobea. Además, la oca fue siempre un animal asociado a lo misterioso. Cada casilla del tablero representaría un punto importante para superar la etapa y conseguir el objetivo o desarrollo personal a través de la experiencia vivida.
El tablero tiene torma cuadrada y lleva dibujada una espiral que está dividida en 63 casillas. El viaje de ida, representado por las 32 de ellas, corresponderían a las primeras etapas; mientras que de la 33 a la 63, con el de vuelta.
Algunos consideraban la casilla de la muerte como un castigo para quien no supo aprovechar la oportunidad de crecimiento personal que ofrece el Camino. Sin embargo, otros muchos piensan que ésta representa a Santiago de Compostela, donde el peregrino abandona su vida anterior en busca del cambio que se produce en la ultima casilla.