Opinión
Cuaresma en guerra
Cuando firmó su Mensaje para la Cuaresma 2022 –el pasado mes de noviembre– Francisco no podía ni siquiera imaginar que ese «tiempo favorable para la renovación personal y comunitario» iba a coincidir con la «operación militar especial» que Putin ha lanzado contra Ucrania.
Cuando el desencadenamiento de las hostilidades ya parecía inevitable el Papa convocó el Miércoles de Ceniza una jornada especial de oración y ayuno invitando a los creyentes a intensificar sus plegarias a la Reina de la Paz para evitar el derramamiento de sangre y los horrores del exilio de un millón de prófugos. Este recurso que a muchos ante la magnitud de la catástrofe les habrá parecido irrisorio tiene toda su validez si lo contemplamos desde la fe porque, como nos alienta el mensaje cuaresmal, «no nos cansemos de orar» ya que «la fe no nos exime de las tribulaciones de la vida pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo con la esperanza que no defrauda».
En las imágenes que estos días nos transmiten las televisiones y las redes sociales no han faltado las de personas rezando en iglesias o ante las imágenes religiosas que muchos se han llevado consigo a sus lugares de refugio. La fe cristiana, con sus variantes, está radicada en el pueblo ucraniano desde hace siglos y es un sostén que les ayuda a afrontar la crueldad de una guerra despiadada.
En uno de mis viajes a Kiev pude hacerme con un antiguo icono que representa a la Virgen y el Niño. El viejo anticuario que me lo vendió me advirtió: «Lléveselo y rece ante él como han hecho antes que usted muchas familias en momentos de dificultad». Estos días no dejo de dirigirle mis oraciones para que ese gran país cristiano que es Ucrania recupere cuanto antes la paz y la serenidad.
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