Opinión

El síndrome de la impostora

Así llaman a un síndrome de las mujeres que yo no conocía. Es el sentir que nuestros éxitos profesionales se deben a la suerte y no a los méritos. Esto es el colmo. Porque lo que hay en el éxito profesional de una mujer, herederas aparte, es inteligencia, constancia, trabajo, coraje, talento, renuncia y soledad. Detrás de un gran hombre hay una gran mujer, dicen. Detrás de una gran mujer hay un divorcio, digo. Y así lo creo. Porque en esta sociedad patriarcal donde la imposición es que el que manda y decide, el que caza el oso, el que necesita el foco social es el varón, el pobre varón tiene muy crudo enfrentarse a que sea su mujer la que sube al estrado y recibe los aplausos. En esta sociedad machista en la que los pobres varones tienen que ser fuertes, listos, protectores, emprendedores y asertivos, por decir alguna de las bondades que se les demanda, cuando es ella la que muestra ese rostro, la que brilla, la que más ingresa, él se queda en un plano bastante incierto. No es que lo piense yo, ni la mayoría de las mujeres, es que así lo determina un mundo cínico basado en la supremacía de la fuerza física y material. Por eso, un hombre educado en esos valores solo puede soportar la presión del entorno si por la noche ella muere de amor bajo su cuerpo. O, al menos, muere de placer. Ahí queda la parcela de poder del hombre socialmente relegado por la luz de su pareja. Lo que ocurre, como sabemos, es que el sexo no rige las relaciones conyugales largas y, seguramente, el pobre varón atormentado por no ser Superman en el lecho, acabará buscando una mujercita que no brille tanto en lo público y le permita equilibrarse.

Es penoso, como es penoso que alguna mujer, con lo que nos cuesta llegar socialmente, pueda sentirse una impostora.

Penoso y estúpido.