Su amor por la Universidad

Una vida al servicio de la verdad

El sueño universitario compartido lo convirtió en feliz realización

Lydia Jiménez, Antonio Cañizares y Jesús García Burillo
Lydia Jiménez, Antonio Cañizares y Jesús García Burillolarazon

He tenido el privilegio de conocer de cerca al Cardenal Cañizares desde hace 30 años, cuando, joven obispo, se ganó el corazón de todos los abulenses, incluido el mío. Dejando atrás la ciudad teresiana, donde sospecho que fue muy feliz, siguió su camino de servicio a la Iglesia, en España y en Roma, en una carrera fulgurante que le llevó a ocupar sedes episcopales prestigiosas y cargos de gran responsabilidad en la Conferencia Episcopal y en la Curia romana. Me parece que le queda bien la definición que hizo de sí mismo Benedicto XVI tras su elección como Sumo Pontífice. «Soy un humilde trabajador en la viña del Señor». En efecto, doy fe de su capacidad de trabajo, buscando caminos nuevos que otros roturamos con gozo en la Iglesia. ¡Qué gran trabajador, de energía indomable y talante sencillo y cercano! Deja tras de sí el fruto generoso de su trabajo que nos hacen entrever el discreto desvivirse en servicio de Dios y de los hombres. Detrás de un trabajo tan ingente, hay sin duda también muchas lágrimas… No puede ser de otra manera, en un hombre que profesa el seguimiento de Jesucristo. Trabajo, amor a la verdad y clarividencia han dado como resultado iniciativas relevantes para la cultura. Entre ellas destaca la fundación de la Universidad Católica Santa Teresa de Jesús de Ávila, cuya trayectoria conozco muy de cerca desde su nacimiento, en 1996.

Don Antonio llegó a Ávila en 1992 y en solo cuatro años consiguió movilizar energías sociales, económicas y políticas de la diócesis en torno a un proyecto, que podría parecer un sueño descabellado a quien no conociera las cualidades que le adornaban: dotar a Ávila de una universidad que había de ser católica, es decir, abierta a la integridad de los saberes y a la búsqueda sin restricciones de la verdad. Aquel sueño compartido, don Antonio lo convirtió, a base de tesón, valentía y entusiasmo, en una feliz realización.

Son 25 años en los que hemos pretendido ser fieles a su impulso fundacional: la universidad como instrumento valioso para el desarrollo económico y cultural, y garantizar la presencia de los valores cristianos en el ámbito universitario. Con la perspectiva que nos dan los años transcurridos podemos decir que se van cumpliendo estos objetivos. Gracias, don Antonio, por su impagable contribución a la evangelización de la cultura, que tiene como frutos la cohesión social y la prosperidad pero, sobre todo, el incalculable impacto en la vida de millares de jóvenes universitarios.