Maltrato infantil
215 millones de niños son victimas de la explotación laboral en el mundo
Unicef lanza una campaña para concienciar sobre el trabajo infantil, que afecta a uno de cada seis niños de entre 5 y 14 años.
Cientos de miles de familias de países del Tercer Mundo se ven abocadas a alquilar o a vender a sus hijos a las mafias de trata para poder subsistir.
«Lunes antes de almorzar, un niño fue a jugar, pero no pudo jugar porque tenía que cavar, así cavaba así así...». Esta popular canción infantil es la base de la campaña «Cambiemos la letra», que tiene como objetivo concienciar sobre el trabajo infantil, que afecta a 215 millones de niños en todo el mundo, y conseguir fondos para apoyar el trabajo de UNICEF para defender los derechos de la infancia. De esta manera, la ONG propone a los internautas que cambien la letra de la canción para contribuir a cambiar las cosas.
La infancia es la etapa más bonita de la vida y muchos niños no pueden disfrutar de ella. El hambre, la miseria, las mafias y sus propias familias se la arrebatan. Más de 215 millones de menores de edad se ven obligados a dejar de lado los juegos y a enfrentarse a situaciones durísimas: La mendicidad, el trabajo doméstico, la explotación sexual, la pornografía, la construcción, la recogida de basuras...
Según datos de Naciones Unidas, uno de cada 6 niños y niñas de entre 5 y 14 años sufren trabajo infantil. Comparativamente, afecta a más niños que niñas. Sin embargo las tareas de las niñas las niñas están más ocultos: el trabajo doméstico y algunas de las peores formas de trabajo infantil, como la prostitución y la pornografía. Se estima que el 90% de los menores que trabajan en el servicio doméstico son niñas. La zona más afectada por esta realidad el el África subsahariana, donde esta realidad afecta a uno de cada cuatro menores.
En Asia y Pacífico, lo sufren uno de cada ocho niños, cifra que sube a uno de cada diez en América Latina. Pero no sólo los países del Tercer Mundo sufren esta realidad. De hecho, España es uno de los países de tránsito de niños víctimas de la trata ilegal de países como Rumanía, Rusia, Brasil, Colombia, Nigeria, Ecuador, Guinea, Sierra Leona, Bulgaria y Ucrania, según datos de Save The Children. La mayoría de los niños se ven obligados a colaborar con sus padres en las tareas agrícolas (más de 129 millones), pero también en la industria manufacturera en talleres clandestinos, en minas y canteras (más de un millón) y en el servicio doméstico, una realidad oculta pero que cada vez afecta a más niñas.
Vendida por sus padres
Un ejemplo de esta última realidad es el de Kannitha, una joven camboyana de 25 años que fue vendida por sus padres, trasladada a Malasia, donde trabajó como empleada doméstica en unas condiciones infrahumanas, periodo en el que sufrió abusos y vejaciones de todo tipo. Kannitha trabaja para recuperarse en el Centro Camboyano para la Protección de los Derechos de la Infancia (CCPCR, inglés) un centro de acogida ubicado en Svay Rieng, muy cerca de la frontera con Vietnam, zona en la que familiaries o las propias las mafias recogen a niños los trasladan la país vecino para explotarlos. A cambio de dan un salario a la familia que oscila entre los 10 y los 100 euros al mes. Si no cumplen los objetivos, los explotadores castigan al menor y a su familia. Después de muchos años de sufrimiento, logró escapar y regresar a casa. Llegó al centro hace tres meses y, además de apoyo psicológico, se está peparando para ser esteticien y peluquera. "Estoy feliz de estar aquí, esta es mi segunda familia. Lo que más me gusta del centro es la educación que estoy recibiendo. Me gustaría estar cinco o seis meses más aprendiendo el oficio, hacer prácticas y poder abrir un salón de belleza para ayudar a mi familia.
Samnang tiene una sonrisa impactante, a pesar de las situaciones que ha tenido que vivir. A los 10 años, su madre la vendió para mendigar en Vietnam, en la frontera. Fueron los propios vecinos los que detectaron la situación y los que lograron la intervención de CCPCR, que en la actualidad trabaja con 47 niños. Ahora tiene 17 años y lleva seis en el centro. Su recuperación no está siendo fácil. Los niños que son obligados a mendigar desde las tres de la mañana hasta las once de la noche. Los visten con la ropa más sucia de la que disponen. Viven en la calle y duermen al raso o buscan refugio debajo de las casas, construcciones rústicas de madera, elevadas un metro del suelo para evitar las inundaciones. Para lavarse tienen que acudir al río y son inmumerables los casos de niños que acaban ahogados.
Las duras condiciones a las que se ven sometidos desemboca en el mundo de las drogas y es fácil verlos esnifando pegamento con una bolsa de plástico. Samnang sobrevivió a estas duras condiciones y trata de recuperar su vida. Por la mañana, recibe clases de moralidad, para conocer sus derechos, evitar la reincidencia y que no caiga en las redes de tráfico sexual o laboral. También aprende higiene personal, para evitar infecciones y está dando sus primeras clases prácticas con la máquina de coser. En sus ratos libres, enseña a los niños más pequeños del centro y en un futuro le gustaría ser médico para ayudar a los demás. Una situación similar vive Veasna, de 17 años y con una antiguedad en el colegio de siete años. Acude al colegio público, ayuda en la cocina de CCPCR y aprende sastrería y peluquería. Ahora su ilusión está puesta en la elaboración de pañuelos camboyanos. También estudia física, química y kemer, el lenguaje camboyano. ¿Su ilusión?: «Cuando acabe mi educación, quiero ser contable».
Difícil recuperación
Estos son sólo algunos ejemplos de una realidad que sucede en muchos países pobres. El gran problema de estos chicos y chicas es recuperar su vida. No es fácil. Regresar a casa después de tus propios padres te hayan vendido y el estigma que supone haber sido explotada laboral y sexualmente no es facil. Por eso, la labor del equipo de CCPCR es fundamental y no podría llevarse acabo sin ayuda externa, como la que presta la ONG española Intervida. Según explica Nget Thy, director ejecutivo del centro, el trabajo del centro se basa en cuatro pilares básicos. La prevención mediante talleres informativos en las distintas comunidades y personas afectadas. El rescate de las víctimas que se hace en colaboración con la Policía y las autoridades locales. La presión y amenazas de las mafias han obligado a cambiar de estrategia y han dejado de buscar en las comunidades para ir directamente a las zonas de explotación. De hecho, han establecido un centro de tránsito en la frontera para ayudar a los niños que logran escapar y cruzan la frontera hacia Camboya. Además, un grupo de trabajadores sociales se dedica a buscarlos, los recogen, los meten en autobuses y los dejan en la frontera para que sean recogidos por los responsables del CCPCR, que también desarrollan su actividad en otras ciudades como Phnom Penh, Siem Reap o Kampong Thom. Durante 2012, fueron acogidas en Svey Rieng 464 personas, de las que 290 eran menores de edad.
El tercer pilar es el de la recuperación, en el que Intervida juega un papel fundamental desde 2007 mediante la financiación de los alimentos, el alojamiento de las víctimas, la atención médica, la subvención de los talleres vocacionales, el tratamiento psicológico y la educación. Este apartado es el más complicado porque, según indica Thy el gran problema con el que se encuentran es con el estado psicológico con el que llegan estos niños: «Durante sus primeros días están muy recelosos, hablan poco y no se fían. La amnesia es un mecanismo de defensa que se da con mucha frecuencia en estos niños. En la mayoría de las ocasiones es muy difícil saber exactamente qué les ha pasado, sobre todo en los casos en los que han sufrido abusos».
El último paso, a priori, sencillo, no está exento de problemas. Su reintegración social no es fácil. A pesar de que se les da una educación y se les ofrece la posibilidad de encontrar un oficio, no son pocos los casos en los que la propia familia rechaza a estos niños. Para ello, relata el director del centro, «se contacta con las familias, se les hace una evaluación, se estudian los riesgos sobre una posible reventa del menor y busca la manera de lograr una reconciliación. En los casos en los que esto no funciona, se buscan alternativas: otro familiar, un vecino, un centro de acogida o se busca un acuerdo con las fábricas del Gobierno para que les empleen y puedan iniciar una nueva vida».
Ouk Sryoun tiene 20 años y ha podido completar el proceso. Vive en una choza de madera de 10 metros cuadrados con seis miembros de su familia en medio de la selva. A escasos metros de la vivienda tiene su lugar de trabajo, un tenderete en el que tiene sus telas y su máquina de coser, que compró con una pequeña ayuda de CCPCR. Cada mes vende diez piezas a los miembros de la comunidad y cobra 10 dólares por cada una de ellas, de los que 3 son de beneficios. De momento, gana 30 dólares al mes pero es ambiciosa y sueña con «extender su negocio y poder vender sus productos en el mercado local». Sophea no logró reintegrarse en su familia pero ha rehecho su vida en casa de su primo. Gracias a los talleres vocacionales, ha abierto una peluquería en la que cobra de dos a tres dólares por servicio. El futuro de Sophea está en sus manos. Después de diez años de abusos y maltratos ha recuperado la sonrisa y el éxito de su negocio sólo depende de ella, de sus ganas de trabajar.
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